De pequeño, al anochecer,
lejos de nuestras
casas, a la
luz del fuego de campamento,
con los scouts
me gustaba oír aquellas
historias que se
contaban, mientras crujía la
leña. Historias, chistes, acertijos…Contaba J.Calvo, y también se
la oí contar
a muchos judíos
en mi infancia
en Tetuán, donde tenía
varios compañeros hebreos
en el colegio, aquella historia,
en referencia a
Elie Wiesel que solía contar
una historia que
a su vez
invita a contar historias:
“Cuando el gran
rabino Israel Baalschemtow vio
que amenazaba en
una ocasión la
desgracia al pueblo
judío, se retiró
a un determinado
lugar en el bosque; allí
encendió un fuego,
pronunció una determinada
oración y sucedió
el milagro: la desgracia
se apartó”.
Más tarde, cuando su
discípulo, el famoso
Maggid de Mesritsch,
por los mismos
motivos debía dirigirse
al cielo, fue
al mismo lugar
en el bosque
y dijo: “Señor del
Universo, préstame oídos. No sé cómo se
enciende un fuego,
sin embargo estoy
en condiciones de pronunciar
la oración que
pronunciase en su día mi
antecesor”. Y el
milagro sucedió.
Años más tarde,
para salvar a
su pueblo, fue
también al bosque
el rabino Moishé
Leib de Sasow, y
dijo: “No sé cómo se enciende
un fuego, tampoco conozco
la oración, que
pronunciara mi antecesor,
pero al menos
he encontrado el
lugar y esto debería bastar para
que libres de
nuevo a mi
pueblo”. Y sucedió el
milagro.
Pasaron muchos años, y
luego vino en
la serie, para conjurar
la amenaza, el rabino
Israel de Riszin. Se sentó
en el sillón,
puso su cabeza
entre las manos
y dijo a Dios: “Soy
incapaz de encender
el fuego, no
conozco la oración,
no puedo ni
siquiera encontrar el
lugar exacto en
el bosque. Todo lo
que puedo hacer,
es contar esta
historia. Esto debería ser suficiente, Señor” y fue
suficiente.
Una historia
tierna aunque no
encienda el fuego,
ni salga del
corazón de la oración
puede igualmente causar
milagros. No sólo a Dios,
también a los hombres les
gustan las historias
tiernas y sinceras.
El gran narrador ruso
León Tolstoi nos cuenta
una historia que
bien pudiéramos titular: “una
aparición del resucitado
a sus discípulos". Es la historia
tierna del zapatero Martin.
Este quiso una
vez encontrarse con Jesús, como
los discípulos lo habían
conocido: en carne
mortal. Al dormirse, oyó
como Jesús le
hablaba y le
anunciaba su visita
a su hogar. Al
día siguiente, habiendo
limpiado su casa,
preparado una comida especial,
perfumando la casa,
escogiendo flores, etc. le
llamó la atención
un viejo jornalero
que delante de su garito
limpiaba la nieve
en la calle
bajo un frío
helador. Martin le
invitó a entrar y
tomar una taza
de té. Luego
vio al atardecer
fuera a una
mujer pobre, viuda
de un soldado,
con un niño
pequeño. Ambos estaban en
peligro de congelarse. Martin
la invitó a entrar. Le
dio comida, ropa
y encendió la
chimenea para que
se calentasen. Finalmente vio
a un muchacho
que robaba una
manzana a una
verdulera. La verdulera
agarró al muchacho
e iba a llamar
a la policía.
Martin aplacó la
discusión y pagó
la manzana. A
la noche, Martin,
estaba decepcionado porque
Jesús no se había presentado. De nuevo
se durmió y
se le aparecieron
los rostros de
las personas a las
que había ayudado
durante el día. Su
Biblia se abrió
y Martin leyó: “Porque
tuve hambre, y me
disteis de comer, tuve
sed y me disteis
de beber, estaba
denudo , y me vestisteis”. Así, Martin
encontró a Jesús
bajo una figura
extraña.
En nuestros caminos
de “huida” de apostasía
ante una sociedad
deshumanizada, nosotros como
los discípulos de Emaus,
posiblemente expresemos ante
los “caminantes de
la historia” nuestras decepciones: nosotros creíamos
que, esperábamos que…esto
fuese otra cosa. Y
quizás en el
espíritu de amabilidad o
la sonrisa de
un desconocido, o
la historia enternecedora de
alguien que expresa
igualmente su historia,
sus miedos, sus
dolores encontremos aquel
espíritu de Jesús,
antes de que
se nos haga
de noche, encendiéndonos la
chimenea, calentándonos la sopa, o
simplemente animándonos después
de escuchar nuestra
historia, de dolor, de decepción
o de cansancio. Como en esa película
reciente aun en nuestras pantallas de
cine, titulada Una
pastelería en Tokyo, todos
tenemos una historia
tierna, una historia
dulce con la
que endulzar los
caminos de la
historia a los
demás.
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