Que diferente es
cuando los ciudadanos
de un país
se sienten orgullosos
de su himno,
su bandera, sus
instituciones. No corren
buenos vientos hoy
en nuestra geografía
hispana. Aficionado de
siempre a la
fotografía, nunca dejó
de impresionarme una
fotografía histórica y
emblemática de la
segunda guerra mundial
por su estética,
su simbolismo y su
mensaje. Se trata de
la fotografía de
Joe Rosenthal (1911-2006). La foto
fue hecha un
23 de febrero de
1945 recién tomado
el monte Suribachi,
altura que dominaba
toda la isla
de Iwo Jima recién tomada
por el ejército
de los Estados
Unidos a Japón. Joe Rosenthal, corresponsal
gráfico de guerra, recién desembarcado
de una de
aquellas barcazas se
daba un paseo
por la altura
del monte cuando
vio que un
grupo de marines comenzaban
a enderezar a
enderezar una bandera
mal colocada hacia
unos minutos. Rápidamente cogió su cámara, y
sin tiempo de encuadrar con
el visor, disparó. El reportero de AP se
marchó de la zona
sin ser consciente de
que acaba de
tomar una de
las imágenes más
famosas de la
historia: “Cuando tomas una
fotografía de esa forma
no te vas
pensando que hiciste una
gran foto. No lo
sabes”, escribiría años después. Casi
un mes después,
el editor de
la agencia, revisando
todo el rollo, exclamó:
“¡¡Aquí hay
una foto para
todos los tiempos!!”. El
reportero Joe Rosenthal
había tomado alguna fotografía
más en lo
alto del monte Suribachi, en
aquella isla volcánica
situada 1200 kilómetros
al sur de Tokio, incluida una de aquellos soldados
posando. La fotografía de
Joe tuvo una
repercusión enorme. No
solo fue comprada
por cientos de periódicos,
sino que el Gobierno de Estados
Unidos la utilizó
en una campaña
de venta de bonos
para financiar la
guerra en un momento en el que el
pueblo estaba harto de tantas
bajas. Tres de los
soldados murieron en
la posterior batalla de Iwo Jima. El
soldado que aparece
más cercano al
suelo donde se
iza el mástil, Bradley falleció
en 1996 y
su hijo James
escribió “Banderas de
nuestros padres”, un
“best seller” que
Clint Eastwood llevó al
cine con gran
éxito. Murieron más de
siete mil norteamericanos y
19.000 heridos. Los
japoneses perdieron a más
de 20.000 hombres. El
ejército yanqui se llevó
la victoria y
logró dominar un
enclave estratégico. Sin embargo el gran triunfo
fue aquella imagen
que reforzó el orgullo
patriótico de los
norteamericanos.
Yo nací fuera
de España. Y conforme fui
creciendo me di
cuenta que vivía
en una cultura
que no era la mía,
pero por supuesto
sin despreciar los
valores de ella. Valoro,
como diría Ignacio
de Loyola “el sentirse
ciudadano del mundo”
pero también mis
puntos de referencia,
mi identidad y
la bandera de
mis antepasados símbolo
de su lucha en la
vida y aquellos
valores que de
alguna forma hasta
genéticamente porto en
mi ADN. Cuando
al llegar las
vacaciones mi familia
volvía a la
península para veranear
en nuestras queridas
playas de Almería, me
emocionaba al pasar
por el puesto
de Tarajal ante aquella gran
bandera española desplegada
que me indicaba
que volvía a
la patria de
los míos. Ante
continuos ataques y desprecios
a nuestro himno,
bandera, algunas veces me
he sentido mal,
me he sentido como
“el dinosaurio que
se salvó del
meteorito”. ¿Seré acaso ese
único bicho raro
defendiendo aquellos valores
que me inculcaron?
¡¡Antonio… si ya no
se lleva eso…!!. Pero
surgen nuevas banderas,
y otras patrias
que quieren ser
independientes a su vez de
aquellas otras, nuevos
himnos nuevas banderas…nacionalismos centrípetos (¡! ahora somos
Europa ¡!) nacionalismos centrífugos
(“un país pequeñito
allí en el
extremo noreste…derecho de
expresión, derecho a
pitar otras banderas, otros himnos).

Así lo expresaba
J.J. Borrero en un artículo de ABC: Las
viejas banderas buscan
vientos de añejas venganzas
en los mástiles
de una memoria
selectiva institucionalizada. En este
regodeo de los recuerdos
que desunen ya no
se cantan los
versos del poeta,
solo se buscan sus
huesos. Ahora vuelven
tenebrosos los himnos
enterrados en los surcos
negros del círculo
vicioso del odio para
hacer olvidar las
canciones que celebraron
la conquista común de
una libertad sin
ira”.
Se buscan jóvenes
para a trincheras a dos
bandos, tropa de urgencia
con mochilas vacías
de preguntas para
llenarlas de ideología monocolor
con la promesa de
alcanzar el arco
iris sin más
armas que la
bayoneta oxidada de
la demagogia.
Pocos acumen la
pedagogía de la
perspectiva para enseñar
a las nuevas
generaciones que de
los errores se
aprende para no
volver a cometerlos.
Menos se esfuerzan
por consensuar soluciones
a los problemas
de antaño que
vuelven en forma de
nacionalismos radicales,
brecha social y
precariedad institucional.
Estamos hartos de
“fachas” y “rojos” del
simplismo de las
dos Españas, de vencedores y vencidos del 14 de abril, del
18 de julio,
del 20 de noviembre…Como tantos,
soy alérgico al olor
a rancio de las
banderas que no son las
de esa España
que levantaron nuestros
padres, sacrificados niños
inocentes de la
guerra, que tuvieron
que crecer en una
dictadura y protagonizaron la
conquista común de una
transición por la paz,
el respeto, la
convivencia y la
reconciliación de un país
de todos, que
no se merece
cuanto le está
ocurriendo. La bandera
que levantaron todos
los padres a
los que ahora
quieren hacer olvidar
que perdonaron y
se confesaron ante
la maldita suerte
de la historia
para ofrecernos un
futuro mejor. Esa bandera
de la concordia
que arría continuamente
nuestra indolencia.
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