Aquel Tetuán de Arturo Barea
Así comienza su capítulo Tetuán, Capítulo 3 de
su libro La ruta
editado por Plaza
y Janes;
“En
la calle de
la Luneta indudablemente todo
el mundo estaba haciendo
lo mismo que nosotros: pasear la
calle arriba y
abajo de una punta
a otra, de vez
en cuando entrando
o saliendo de las tabernas
y bares. La
calle era un
hormiguero, pero uno se
encontraba las mismas
caras la segunda
vez que la
recorría. Todo el comercio
de propietarios europeos
o judíos más
o menos europeizados
se encontraba en
la calle de la
Luneta. Fuera de allí
todo eran callejas
silenciosas y solitarias. La
calle en si
comenzaba en la
misma estación del ferrocarril y
terminaba en la plaza de España. En
un trecho de 500
metros se concentraba
toda la vida de
la ciudad. En el
lado izquierdo se abrían
las puertas del
antiguo barrio judío y
por ellas se
volcaba una riada de
chiquillos astros que
acosaban infatigables a los
transeúntes, en libre
competencia con innumerables
chiquillos moros y
cristianos igualmente haraposos. La
calle era una
extraña mezcla de colores: predominaba el kaki de
los uniformes, resaltando
aquí y allá
sobre su fondo
la nieve de
las capas blancas,
los albornoces y los pantalones
bombachos de las
unidades moras, los
fajines rojos y
azules del Estado Mayor
y unos pocos
generales con los
entorchados de oro de los ayudantes
de campo, y los
trajes azules de
los mecánicos de
los parques. Se cruzaba
uno con los moros
de la montaña,
escuálidos, piojosos y descalzos, envueltos en
sus chilabas haraposas, grises o
color café, y con
los moros ricos
de Tetuán en
albornoces blancos y
azules, de lana o de seda,
calzados con babuchas
limpísimas de color
amarillo o en
cuero taraceado lleno de
policromías. Se encontraban
judíos envueltos en
hopalandas sucias y grandes,
mezclados con judíos cuyos
caftanes eran de fina
lana o fina
seda y cuyas
camisas deslumbraban por
su blancura. Había
gitanos vendiendo cuanto es vendible
bajo el sol,
mendigos de las
tres razas mosconeando
dioses, limpiabotas a
cientos que se
amparaban de vuestros
pies mientras andabais.
Y muy pocas mujeres.
Tan pocas mujeres
había en la
calle de la Luneta,
que el paso de una
de ellas, si no
era vieja y
gorda, producía un murmullo que
la acompañaba a lo
largo de toda la
calle”.
Arturo Barea (1897-
1957) nació en Badajoz, y
muy pronto se fue
a vivir a
Madrid cuando aún
era un niño, después
de morir su
padre. Estudió la enseñanza
en las Escuelas
Pías del barrio
madrileño de Lavapiés.
Más adelante hizo
estudios superiores en
con una beca
en los jesuitas del
ICAI , en la calle
Alberto Aguilera. Fue
movilizado para la
guerra de Marruecos. Contrajo matrimonio
durante la guerra
con la austriaca
Ilsa, a la
que conoció cuando
ambos trabajaban en
la oficina de
censura de la
prensa extranjera de la
República, en la torre
de Telefónica en
la gran vía
en Madrid. Autor de
la trilogía autobiográfica titulada
la forja de un
rebelde, llegó a
Inglaterra en marzo de
1939, el mismo
mes de la
derrota de la República: “aplastado espiritualmente…desembarqué sin
nada. Mi vida
estaba partida en dos.
No tenía perspectivas,
ni país, ni
hogar, ni trabajo”
Barea venía con los
nervios destrozados, y cuando
comenzó la Segunda Guerra Mundial,
ese mismo año, y durante
todo su desarrollo, se encontró
con que cada vez
que sonaban las sirenas antiaéreas
vomitaba, porque le
recordaban los bombardeos
de Madrid durante
la guerra civil española. Adquirió la nacionalidad
británica en 1948:
“Me hice a la
vida inglesa y
me enamoré de
la campiña inglesa”.
Fue allí donde halló la paz que anhelaba e hizo realidad su ambición de ser escritor. Dice William Chislett que lo que queda de él es su archivo personal, que la sobrina de Ilsa, Uli, donó hace poco a la biblioteca Bodleian de Oxford, para gran decepción de la biblioteca nacional de España. En una de mis estancias en Inglaterra, me encontré con la deteriorada lápida conmemorativa de Barea en el cementerio de Faringdon, en la campiña de Oxford. Sus últimos 18 años de vida fueron muy productivos. Además de la trilogía publicó uno de los primeros libros sobre Lorca, un estudio sobre Unamuno, una novela, The Broken Root (“La raíz rota”), un panfleto sobre España bajo Franco y el libro Struggle for the spanish soul (La lucha por el alma española). Su trilogía, (La forja de un rebelde: La forja, la ruta y la llama) no apareció en España hasta 1977 no ha dejado de editarse desde entonces en inglés o en español. Estos días se hablaba en Madrid de que un grupo de personas han puesto en marcha una iniciativa para honrar la memoria de este gran autor. Merece la pena leer sus obras por su lenguaje fácil y práctico, muy realista. Las primeras frases de La forja…, sobre su adorada madre, Leonor, que lavaba ropa de soldados en Lavapiés, no han perdido ni un ápice de su poder evocador: “Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan. Me parecen hombres gordos sin cabeza, que se balancean colgados de las cuerdas del tendedero...”












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