Si yo cambio, el mundo cambia
Dormía…dormía y soñaba que la vida no era más que alegría. Me desperté y vi que la vida no era más que servir…y el servir era alegría. -Rabindranath Tagore.
Casi no la había visto. Era
una señora anciana
con el auto
varado en el camino. El día
estaba frío, lluvioso
y gris. Alberto se pudo dar cuenta
que la anciana
necesitaba ayuda.
Estacionó su
auto destartalado delante del
Mercedes de la anciana. Aun
estaba tosiendo cuando
se le acercó. Aunque con
una sonrisa nerviosa
en el rostro, se
dio cuenta que
la anciana estaba
muy nerviosa. Nadie
se había detenido desde hacía más de
una hora, cuando
se detuvo en aquella
transitada carretera.
Realmente para la
anciana, ese hombre que
se aproximaba no tenía
muy buen
aspecto; podría tratarse de un delincuente. Pero ya
no había nada
por hacer. Estaba a
su merced. Se veía
pobre y hambriento.
Alberto pudo percibir
como se sentía. Su rostro
reflejaba cierto temor. Así
que se adelantó a
tomar la iniciativa
en el dialogo:
-Aquí vengo para ayudarla señora. Entre a su vehículo que estará
protegida del clima.
Mi nombre es
Alberto.
Gracias a Dios
tan solo se trataba
de un neumático bajo,
pero para la anciana
se trataba de una
situación difícil. Alberto se
metió bajo el
coche buscando un
lugar donde poner
el gato y
en la maniobra se
lastimó varias veces los
nudillos.
Estaba apretando las últimas tuercas, cuando
la señora bajó
la ventana y comenzó a hablar
con él. Le contó de
donde venia; que
tan solo estaba de
paso por allí,
y que no sabía
cómo agradecerle todo. Alberto
sonreía mientras cerraba
la caja de
herramientas. Le preguntó
cuánto le debía,
pues cualquier suma
consideraba la anciana
sería correcta dadas
las circunstancias, ya que
pensaba las cosas
terribles que le
hubiese pasado de no haber
contado con la gentileza
y la amabilidad de Alberto. Él no había pensado en
dinero. Esto no se trataba de
ningún trabajo para él.
Ayudar a alguien
en la necesidad era
la mejor forma de
pagarle por las
veces que a él,
a su
vez , lo habían ayudado cuando se encontraba
en situaciones similares
en la vida.
Alberto estaba acostumbrado
a vivir así.
Le dijo a la
anciana que si
quería pagarle, la
mejor forma de hacerlo
sería que la
próxima vez que viera a
alguien en necesidad,
y estuviera a
su alcance el
poder asistirla, lo
hiciera de manera
desinteresada, y que
entonces… -tan solo piense
en mi-. agregó
despidiéndose. Alberto esperó
hasta que el auto se
fuera. Había sido
un día frío, gris
y depresivo, pero se sintió bien
en terminarlo de esa forma;
estas eran las
cosas que más
satisfacción le traían. Entró
en su coche
y se fue.
Unos kilómetros más
adelante la señora
divisó una pequeña
cafetería. Pensó que sería bueno
quitarse el frío con
una taza de
café calentito antes
de continuar el último
tramo de su viaje.
Se trataba de
un pequeño lugar
un poco desvencijado. Por
fuera había dos
bombas viejas de
gasolina que no se habían usado
por años. Al entrar
se fijó en
la escena del
interior. La caja registradora se parecía a
aquellas de cuerda que había usado
en su juventud.
Una cortes camarera
se le acercó
y le extendió
una toalla de papel
para que se
secara el cabello
mojado por la
lluvia. Tenía un rostro
agradable con una
hermosa sonrisa. Aquel tipo de
sonrisa que no se
borra aunque les tuviera
muchas horas de
pie. La anciana
notó que la
camarera estaría de ocho
meses de dulce
espera. Y, sin
embargo, esto no
le hacía cambiar
su simpática actitud.
Pensó en cómo , gente
que tiene tan
poco, puede ser
tan generosa con
los extraños. Entonces
se acordó de Alberto…
Luego de terminar
su café caliente
y su comida,
le alcanzó a
la camarera el
precio de la cuenta con un
billete de cien euros. Cuando la
muchacha regresó con
el cambio constató
que la señora se
había ido. Pretendió
alcanzarla. Al correr hacia
la puerta vio
en la mesa
algo escrito en una
servilleta de papel al lado de cuatro billetes de 100
euros.
-No me debes
nada, yo estuve
una vez donde tú estás. Alguien me ayudó como
hoy te estoy
ayudando a ti. Si quieres
pagarme, esto es lo que
puedes hacer: no dejes de
asistir y ser
bendición a otros como hoy
lo hago contigo. Continúa dando
de tu amor
y no permitas
que esta cadena
de bendiciones se rompa.
Aunque había mesas
que limpiar y
azucareras que llenar, aquel día se le
fue volando. Esa noche,
ya en su casas,
mientras la camarera
entraba sigilosamente en su cama, para
no despertar a su agotado esposo que
debía levantarse muy
temprano; pensó en lo
que la anciana
había hecho con ella. ¿Cómo
sabría ella las
necesidades que tenían
con su esposo,
los problemas económicos
que estaban pasando,
máxime ahora con la
llegada del futuro bebé? Era
consciente de cuan
preocupado estaba su esposo
por todo esto. Acercándose suavemente
hacia él, para no despertarlo, mientras
lo besaba tiernamente, le
susurró al oído:
-Todo va a
estar bien, te amo…Alberto.
SI YO CAMBIO….EL MUNDO CAMBIA








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