El Shammash de Tetuán
Otro de los recuerdos
de mi infancia
en Tetuán en general
era el de
esos personajes casi “secundarios”, personas
que a veces casi
trabajaban en silencio,
humildemente, con sigilo, pero
a veces uno se
daba
cuenta que en
su ausencia su
trabajo se echaba de
menos. Todos hemos experimentado
esos personajes, que no
tienen ningún afán de
protagonismo, e incluso
tímidamente a veces
prefieren trabajar sin
sentirse señalados “por
los focos” del
escenario, y actuar inadvertidamente.
Podría
señalar alguno de
esos personajes populares
y a la
vez, inadvertidos, en
aquella colonia española
en Tetuán, pero quiero
centrarme en el
personaje que presenta Abraham Botbol
Hachuel, en su libro El
desván de los
recuerdos quizás por
mi admiración a
como muchos de
mis compañeros hebreos
de clase. Vivían su
fe, con un
sentido de fidelidad
a sus tradiciones
familiares, de una forma
en que cada
uno hacia lo
posible por dar
ejemplo al que tenía al
lado. Así nos presenta Abraham su
admirado SHAMMASH de
su sinagoga, esa
especie de bedel callado,
pero que sabía
estar ahí donde
se le necesitaba y en el instante
oportuno:

“Del sinnúmero de figuras
típicas y legendarias
que componían la comunidad
judía de esa pequeña ciudad de
Marruecos a los
pies del Gorgues, bañada
por las cristalinas
aguas del Mejazne,
que es Tetuán, hay
algunas de ellas
en particular que
quedaron grabas en mi
memoria y que
de vez en cuando reaparecen
en forma nostálgica para
retrotraerme por unos
instantes a aquellos
años de mi niñez
vividos allá con satisfacción
y sencillez. Hoy traigo
ante ustedes al “SHAMMASH
DE MI TEFILA”, y
precisamente el de mi “Tefilá”, pues nadie
mejor que él
podría encarnar a
la perfección tan
necesario y devoto oficio.
El oficio de “SHAMMASH” tal como
yo lo conocí
en la época de
mi juventud, era de
los más ingratos
y peor retribuidos
que persona alguna
pueda imaginar. Sus deberes
abarcaban desde el de
bedel de la
sinagoga hasta “utility”
de todos los feligreses
del templo y de sus familiares. Sus derechos
eran escasos, por no decir
ninguno, pues debía servir sin
condición, obedecer sin
preguntar, respetar con
sumisión, aceptar la
ofensa con el
silencio. Esas eran las reglas.

Ese “SHAMMASH DE
MI TEFILA” vestía
a la usanza
berberisca, típica de los judíos
autóctonos del norte
de Marruecos, unos zaragüelles
a modo de pantalón. Su
torso lo cubría con
una camisa sin
cuello, o el
mismo “caftán”. Desde
semanas antes de
alguna de las
fiestas solemnes “EL SHAMMASH
DE MI TEFILA”, se
ocupaba a por entero de
remozar la sinagoga ,
encalando paredes, abrillantando azulejos,
puliendo cobres y argentería
de las “Senslot” o
portavaso de aquellos
que en épocas
remotas, cuando aún no
se conocía el
alumbrado eléctrico, habían
servido de únicas luminarias
de la sinagoga
y que aún se
seguían utilizando.

Hombre
de andar lento
y reposado, se deslizaba en
horas muy tempranas, cuando el redondel luminoso del
sol aún no se dejaba
ver en el
horizonte, y atravesaba las
adoquinada callejuelas de
esa judería de Tetuán medio
arabesca y medio
andaluza, para abrir
la sinagoga y
no hacer esperar
a los primeros en
llegar al rezo
matutino. El “SHAMMASH DE
MI TEFILA” se había procurado
en los tenderetes
de especias orientales,
una serie de
anilinas de todos los
colores de la gama del arco
iris, que vertía en cada
uno de los vasos colgantes del techo que
contenían su respectiva
mariposa encendida, creando un
ambiente de feria
y romería. Aquella noche
nuestro “Shammash” se sentía
orgulloso y contento
al observar el fruto de
su labor, que nadie
iba a agradecer, pero que
se agradecía el
mismo, por haber
contribuido al éxito de una noche
tan bella. Pero
igual lo hacía
en aquella otra
noche en la
que el pueblo
judío conmemora en la
sinagoga la destrucción del
Templo de Jerusalén o sea
el 9 de
“Av”. Para ese día, en el que
según nuestros ritos
y costumbres no es
permitido, en señal de duelo,
sentarse sobre sillas
altas y cómodas,
“EL SHAMMASH
DE MI TEFILÁ”
retiraba todos los bancos
del recinto y recubría
el suelo con alfombras
y tapices de
todos los colores calidades
y tamaños; pequeños bancos,
cojines y almohadones, que con anterioridad había
recolectado en las casas del
“Kahal”. Estos asientos se
adosaban a lo largo de
todo el perímetro del local. El velo sagrado
que cubría el “ARON
HAKODESH” durante todo el año
para esa
ocasión era desprendido de sus
aretes, despojando así a
la sinagoga de todo
ornamento. A esto se unía
una luz lánguida
y triste que venía
a dar al conjunto
un ambiente de
recogimiento que contribuía al recuerdo del sufrimiento que
padeció nuestro pueblo
en el correr
de la historia.
Y así se
desenvolvía la vida de
este hombre, entre
rutinas, sacrificios y
devoción religiosa. Hasta
que llegó el día en que esa comunidad
judía de Tetuán, empezó
a emigrar por
diferentes razones y en
que muchos eligieron
como nuevo Apis
de residencia Israel,
otros Argentina y otros España.
Algunos vinimos a Venezuela.
Pero “EL SHAMMASH
DE MI TEFILÁ”
no nos podía
fallar. Él había elegido
Israel en donde quiso finalizar sus
días, rodeado de todo
aquello que durante toda
su vida había constituido su
razón de ser, como eran su
religión y su apego a
ese judaísmo, que
para el principalmente se traducía
en un trabajo incansable de servicio a la
comunidad”.
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