“Una historia china
hablaba de un
anciano labrador que tenía un
viejo caballo para
cultivar sus campos. Un
día, el caballo
escapó a las
montañas. Cuando los vecinos
del anciano se acercaban para
condolerse con él
y lamentar su desgracia,
el anciano les
repitió: ¿Mala suerte…Buena Suerte?; ¿Quién sabe?
Una semana después,
el caballo volvió
con una manada
de caballos salvajes. Entonces los
vecinos felicitaron al
labrador por su
buena suerte. Este les
respondió: ¿Mala
suerte…Buena suerte? ¿Quién sabe?
Cuando el hijo del
labrador intentó domar
uno de aquellos caballos salvajes, cayó
y se rompió
una pierna. Todo el
mundo consideró esto
como una gran desgracia. No así el
labrador que se
limitó a decir: ¿Mala suerte…Buena
suerte?¿Quién sabe?
Unas semanas más
tarde, el ejército
entró en el
poblado y fueron
reclutados todos los
jóvenes que se encontraban en
buenas condiciones para
ir a la
guerra. Cuando vieron al
hijo del labrador en
aquel estado con la
pierna rota postrado,
lo dejaron tranquilo. Los vecinos
se querían alegrar
con el anciano: ¿Mala suerte…Buena suerte?¿Quién
sabe?
Todo lo que
a primera vista
parece un contratiempo
puede ser un
disfraz del bien.
Y lo que
parece bueno a primera
vista puede ser
dañino. Así pues, sería
una postura sabia
que contemplemos las
cosas y los
acontecimientos de nuestra
vida como oportunidades
para algún bien, más que
una amenaza del
mal.”

Cuando me tocó
ir al servicio militar le
comenté a mi padre la
suerte que había
tenido, pues me
quedaba en mi misma
ciudad y podría
terminar mis prácticas
de Magisterio y
estudios, al estar exento
de servicios y
guardias por la
tarde y así adelantar.
Mi padre no
dijo aquello de: ¿Mala
suerte…Buena suerte? ¿Quién sabe? Pero
si me comentó
la historia del
hijo de un
buen amigo suyo. Que
habiendo sido destinado
a Melilla, para hacer
el servicio militar
que antiguamente hacían
los jóvenes a
partir de 21
años, recurrió a
todos los enchufes
para coger un
destino tranquilo, “donde
no se trabajase
mucho” estando exento de instrucción militar, maniobras e
incluso vigilancia . Lo consiguió
y aquel chico
se vio destinado
a un destacamento
en donde únicamente
tenían que anotar
al día varias
altas de material militar que se recibía
muy de vez
en cuando. Todo lo más escribir
tres o cuatro
páginas. Estando rebajados de
todo servicio y
con pases para
comer en la
cantina donde comían
los oficiales y
con continuos permisos
para irse de
vacaciones a la península. Ni
siquiera tenían que
vigilar. La noche
que procedente de
la península llegó
a Melilla y
en concreto a
su privilegiado destacamento,
se reunió con sus amigos
para celebrar tan
buen destino. Acordaron tomarse
unas buenas cervezas
y unas gambas en
una de las
oficinas “más discretas” del
destacamento. Aquella noche, había tormenta
en Melilla. Se fue la luz. Y
al entrar en
aquella salita almacén, como
no veían encendieron unas
cerillas para buscar unas velas,
con los
que poder alumbrarse
en el rato
que durase el apagón. Con
tan mala suerte
que al haber
restos de pólvora
del material militar
allí acumulado, hubo
una gran explosión, que afectó
al cercano polvorín
de Melilla, y
en donde murieron
los cinco soldados
que se disponían a
celebrar “su suerte” o su “buen destino”.
Ante esta
historia que me
contaba mi padre
quedé pensativo . Mi destino, en
un lugar tranquilo, en
oficinas militares, ¿había sido buena
suerte?
Sin embargo esto
me hace recordar
la vida del
jesuita Pierre Teilhard de
Chardin que siendo
un joven jesuita
instalado en París y
con un importante
cargo de investigación en
dichas dependencias, al
ser destinado por
sus superiores a Pekín,
se rebeló, se
crispó e hizo
todo lo posible
para a través
de sus amistades
y enchufes hacer
variar a los
superiores dicho destino.
No pudo ser
y al final
desolado y deprimido
acabó en su
destino en China. Fue sin embargo
allí donde le
esperarían en pocos
años los grandes
descubrimientos
antropológicos en línea
de la evolución
y del eslabón
perdido que le
darían fama mundial: ¿Mala suerte…Buena
suerte? ¿Quién sabe? Lo
que sí es claro
que estos dos
ejemplos anteriores me
hacen plantearme personalmente
que no siempre SOMOS
LO QUE ELEGIMOS, no
siempre se sabe dónde
puede estar nuestra
suerte o encontrar nuestros
caminos personales de
realización humana.
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