

El estado
mayor de Transmontania
miraba atento el campo de
batalla desde lo alto
de una colina.
El
rey de Ifganisterra
hacía lo mismo desde
la montaña de enfrente.

Los altos
mandos de Transmontania estaban desconcertados:
Pero, bueno, si la
batalla estaba anunciada para
las once y media
y …si es ya
la una…nos han partido la mañana.
Y entre
las autoridades de
Ifganisterra , el
desconcierto era aún
mayor. El rey gritaba desesperado:
- ¿Cómo pueden
hacerme esto a
mi mis súbditos? ¡Con el
madrugón que me
he dado!
Y su
general en jefe rezongaba:
- ¡Que
falta de patriotismo! Con la
arenga tan bonita que
les eché ayer…
Hasta que el general en jefe de
Transmontania, saltando al lomo
de su caballo blanco, ordenó a sus
generales.
- ¡Adelante, mis valientes ¡Vamos hacia el puesto del enemigo…a ver si ellos saben
algo…pues de lo contrario,
se nos
va a hacer
de noche!

No habían acabado de cruzar los saludos
de rigor, cuando ya estaban
enzarzados en una discusión atroz:
¡Que poco éxito
han tenido ustedes! ¿No les
da vergüenza? -Decía el rey.
Lo que ocurre, majestad, es que su
majestad ya no tiene
ningún poder de convocatoria. ¡Qué fracaso!
Ni un súbdito…pero vamos, es
que ni
uno…
No estoy dispuesto a tolerar sus insultos ¡Les
desafío a una
batalla!

Entonces el rey
recogió velas y le
dijo:
-¿Sabe lo que le digo?
Que no nos
merecen. Tal como son mis súbditos
y los de ustedes…! No
va a ver quien logre
montar una guerra decente como
Dios manda con
ese atajo de
idiotas…
Su majestad tiene toda
la razón. En cambio, alguien organiza
una fiesta o un recital de rock ,
o un “botellón” y
allá que los
tiene su majestad a todos allí…
Como borregos, si
como borregos.
- ¡Así
no hay manera! ¡Qué vergüenza!
Pero
sus quejas se
entremezclaron con otras voces que
se oían no
lejos de allí.
- ¡Castañas asadas! Calentitas…Chicles,
pipas, caramelos…al rico bombón
helado, oiga!
Su majestad, que había desayunado tempranísimo y tenía un hambre
tremenda, dijo:
-Señores… Con la hora
que es ya…mejor nos
vamos.
Y se
compró a renglón
seguido, un cucurucho de castañas asadas. Los generales de ambos bandos
rodearon a la castañera
y a la vendedora de pipas,
chicles y caramelos…
- A mí
me pone usted
unos caramelos de
sabor menta…que con este catarro.
- A mí
me va a poner
un chicle menta también,
por lo del mal
aliento.
Al cabo
de un rato , todos estaban de
mejor humor y
comentaban los goles
del domingo pasado.
(Resumido por
Antonio Marín de J.Antonio del
Cañizo)
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