Y el niño que soñaba encontrar tesoros
ocultos
Cada vez que
subo por el
Aljarafe sevillano,
especialmente en Tomares no
se oye otra
conversación que las
novedades del tesoro de
las ánforas encontradas
en el parque de El Zaudin. Si, 19 ánforas, de
aquellas grandes ánforas
que llevaban el
aceite de esta
tierra al mismísimo
centro de aquel gran
imperio romano.
Diecinueve
ánforas repletitas que
contenían en su
interior unos 600 kilos
de monedas de
bronce del siglo IV después de Cristo, que curiosamente
habían sido fabricadas en
Alcolea del Río, la entonces Flavium
Canamense, halladas durante el
desarrollo de unas obras
para canalizaciones en
el parque de Tomare.
Las he visto expuestas
en el Arqueológico, y nos
hablan de otros
tesoros existentes por
otros lugares del Imperio como
los mercados de Trajano, además
de en un
pecio hundido en Mallorca
y otro hundido frente a las costas de Ragusa (Sicilia).
Impresiona. Y me trajo
el recuerdo de
aquel niño (que
nos representa también a
todos los niños
que sentimos curiosidad
por los tesoros
escondidos de nuestra
infancia y que encerramos
en nuestro niño
grande de adulto), un
niño llamado Schlieman
del que me
animo a relataros
aquel cuento de mi infancia, que
tantas veces nos
contó nuestro viejo
profesor de historia
y que a
todos nos dejaba
embobados:
El del niño mendigo que a los siete años de edad soñó hallar
una ciudad y treinta y nueve años después se marchó, muy lejos, buscando y
buscando, y no sólo encontró la ciudad sino también un tesoro, un tesoro tan
maravilloso como el mundo entero. El cuento es la vida de Heinrich Schliemann,
una de las figuras más asombrosas no sólo entre los arqueólogos, sino entre los
hombres.

“El padre explicaba al niño muchos cuentos y leyendas. Le
contaba también, cual viejo humanista, la lucha de los héroes de Homero, de
Paris y Helena, de Aquiles y de Héctor, de la fuerte Troya, incendiada y
destruida. El niño contemplaba aquella lámina, y observaba los recios muros y
la gigantesca puerta Escea. —¿Así era Troya? El padre asentía con la cabeza. —¿
Y todo esto se ha destruido, destruido completamente? ¿Y nadie sabe dónde
estaba emplazada? —Cierto —contestaba el padre. — No lo creo —comentaba el niño
Heinrich Schliemann—. ¡Cuando sea mayor, yo hallaré Troya, y encontraré el
tesoro del rey! Y el padre se reía…” “Las primeras impresiones que recibe un
niño le quedan grabadas para toda la vida.” Escribe C.W.Ceram en
su libro Dioses,
Tumbas y Sabios. A los catorce años de edad terminó su instrucción escolar
y entró de aprendiz en una tienda de ultramarinos de la pequeña ciudad de
Fürstenberg. Durante cinco años y medio vendió arenques, aguardiente, leche y
sal al por menor, molía patatas para la destilación y fregaba el suelo de la
tienda. Pero un día entró en la tienda un molinero borracho que, acercándose al
mostrador, se puso a recitar enfáticamente un remedo de epopeya. Schliemann le
escuchaba embobado. No entendía una palabra, pero cuando se enteró de que
aquello era nada menos que versos de Homero, de la Ilíada, recurrió a sus
ahorros y dio al borracho una copa de aguardiente por cada “recital”. Entonces
comenzó para él una vida aventurera. Aquel hijo de un pastor, luego aprendiz de
tendero, náufrago y escribiente, pero ya joven políglota con ocho idiomas, se
convirtió pronto en un avezado
investigador. En abril de 1870 empezaron sus excavaciones.

Halló armas,
utensilios domésticos, joyas y vasos, testimonio irrefutable de que allí había
existido una rica ciudad; pero no
halló el
auténtico tesoro que había soñado
en su infancia; Y fue hallando tesoros, tesoros, desde
el punto de vista científico pero
nada del tesoro
de oro que él había
soñado en su
infancia. Schliemann, como de
costumbre, inspeccionaba con su esposa las excavaciones, convencido y decepcionado de que ya no hallaría nada
importante, mas a pesar de todo siguió los trabajos, lleno de atención. Había
llegado a unos veintiocho metros de aquellos muros que Schliemann atribuía al
palacio de Príamo, cuando su mirada se fijó repentinamente en un punto que
animó de tal modo su fantasía que se vio inmediatamente impulsado a obrar como
bajo una sensación violenta. Y, ¡quién sabe lo que aquellos obreros hubieran
hecho si hubiesen sido los primeros en ver lo que vio Schliemann! Tomó a su mujer
del brazo, y le murmuró: -¡Oro! Ella lo miró, asombrada. —¡Pronto! —dijo—,
manda a casa a los obreros, inmediatamente. —Pero... —empezó la hermosa griega
su esposa. —Nada de peros; diles lo que
te parezca; que es mi cumpleaños, que te has acordado de pronto...lo que
sea…Los obreros se alejaron…Sí, parecía ¡El tesoro de Príamo! ¡El dorado
tesoro de uno de los reyes más poderosos de los tiempos más remotos, un tesoro
enterrado durante tres mil años Schliemann no dudó ni un instante de que había
hallado el tesoro. Y Schliemann, el soñador, toma unos zarcillos y un collar y
se los pone a su joven esposa. ¡Joyas de tres mil años para aquella mujer
griega que no pasa de los veinte! Pag. 31 C.W.Ceram Dioses, Tumbas y Sabios.
Recordaba estos días, aquella
imagen que ponía
a mis alumnos
en clase de
filosofía y que
simbolizaba la imagen
de la curiosidad
de un niño
asomado a una
tapia para ver
lo que había
al otro lugar como la
curiosidad innata del
hombre por saber
y cuestionarse. Y recordaba
también estos días (un
siglo después) que también mi curiosidad
y la de
mis amigos de OJE y
scouts nos había
llevado orientados por nuestro
profesor don Gregorio, a
hacer algunos hallazgos
arqueológicos cuando teníamos
aquella sana curiosidad
por investigar propia
de adolescentes. Un
día, cuando dejé
la casa paterna,
mi madre me “amenazó” con
tirarme todas aquellas
piedras que tenía
en mi estantería , si no
“las limpiaba y
cuidaba debidamente en mi habitación”. Ya era
mayor, dejaba la casa
de mis padres
para siempre, y tras
mirarlas y admirarlas
durante más de dos
horas opté por
ceder “mis tesoros de
infancia” al museo
arqueológico. Hoy , sin
considerarme por supuesto
un Schlieman , miro con simpatía
todavía aquel viejo
documento en donde
desde aquella institución
se me agradecía
aquel generoso donativo casi
adolescente de “mis
tesoros”.


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