EL
GUARDIAN ENTRE EL
CENTENO : SOMOS PROTECTORES DE
LOS ABISMOS DE
NUESTRA INFANCIA
Hay
una época en
la vida (feliz y
despreocupada ) en la que el
tiempo corre muy
despacio. La infancia es
el lugar donde
siempre está atado
uno de los extremos
del hilo de la
vida. Independientemente de la
edad que se
tenga, el niño
que fuimos siempre
vive en el
adulto. Seguramente, nuestra infancia
no fue perfecta.
La mayoría de
las personas tienen
muchos cabos sueltos
de su niñez
y de su historia
personal y familiar
que no ha podido ser
resuelta. Nunca es
tarde para darle
a ese niño
que fuimos un día todo
lo que necesitó y
no tuvo. Es
importante recuperar esa
parte de ti
, la que
sigue en ti,
esperando a que
la liberes , a
que sus necesidades
sean atendidas.
Despertar el
niño que llevas
en tu interior
es renacer. , darle vida a
esa semilla que
está dentro de cada adulto, esperando su
oportunidad para crecer
por donde no
pudo entonces echar
sus raíces porque adoquines, asfalto o cemento de
la incomprensión de
la sociedad y
el tiempo que
le toco vivir
no le dejó
desarrollarse. En la
infancia, uno crece sin
un horizonte temporal claro, rodeado de
abuelos , padres,
tíos, profesores que ya
peinan canas, . Los
niños - que son
muy filósofos, por
su continua curiosidad, llegan muy
rápidamente a dos
conclusiones: que los viejos
son los otros
y que siempre s eran los
otros. Ay ,madre… como el tiempo se
va encargando de destrozar
a las dos
conclusiones. Y al final incluso
los tres.
“ Si
pudiera parar el
tiempo “ , era una
canción de Los
Secretos, pegadiza, que nos hablaba con
cierta nostalgia de
mirar hacia cualquier
tiempo pasado, mirar hacia atrás y
ver como
muchos de los
que fueron nuestros
amigos y referentes ya
no están porque
han partido hacia el
lejano valle de “
Dios sabe dónde “ (porque suponemos que él lo
sabe) . En un instintivo ejercicio reflexivo, uno llega a
preguntarse ¿A alguien no
le habría gustado
parar el cronometro del tiempo
y quedarse a
vivir algunos instantes en
determinados momentos de
nuestra vida gozándolos
el mayor tiempo
posible ya el resto de
nuestras días sobre
la faz de
la tierra ?.
San
Ignacio en sus
meditaciones para los
Ejercicios Espirituales , en
una de sus
características más preciadas
nos invita a
“gozar y disfrutar “
de aquella meditación
donde hayamos encontrado
“consolación “ . Son muy características “las
repeticiones ignacianas “.
Como los
chiquillos cuando comen
con ganas un
plato que les
gusta y preguntan : “¿Se puede
repetir ?Parar el tiempo
y gozar de aquello que
se nos quedó
para siempre en
la mejor memoria
emocional de nuestras
entrañas, aquel beso, aquella
playa, aquel baile,
aquella excursión, aquella
cena familiar con
nuestros seres queridos, aquel primer
enamoramiento, aquel bonito
viaje… cada uno que
elija sus momentos, según donde
haya residido en
su felicidad histórica.
En la
infancia perdida, la que no
pudimos disfrutar se
esconde una parte
importante de nosotros
que permanece integra,
a salvo del cansancio
y del desgaste que
acarrea la vida
adulta. Crecimos entre pan
y chocolate y
bocata de tulipán
con chorizo en
los atardeceres de
nuestras meriendas, junto a nuestros
juegos del escondite, del piola,
de balón, o en
la playa…adolescencias de
guateques, de aprendizajes
de rock ,y del
twist, de enamoramientos y desengaños
,frustraciones de juventud
… y así nos
llegan los 20. Un
momento dorado de
nuestra autobiografía que
finalmente casi sin
darnos cuenta nos
planta en los
30, casi sin darte
tiempo ni a
enterarte de qué ha
pasado. Entonces es cuando
el tiempo entra
en aceleración. Y no
digamos entre los
30 y los
40. Literalmente, a correr.
Y un
día, te das cuenta de
que un ministro,
o un presidente de Gobierno, uno de aquellos mitos
que antes te
parecían viejos, muy
viejos, es ya más joven
que tú. Se nos
va la vida… se
nos va el
tiempo. Y como
en el enunciado
de Heráclito “no te
bañaras ya dos
veces en las aguas
del mismo rio “
Sin embargo,
la nostalgia no
tiene por qué ser
un sentimiento necesariamente triste, sino
una compañera que
nos haga ver
de dónde venimos
y que de
vez en cuando
nos aclare un
poco las ideas,
justo en esos momentos donde necesariamente tenemos
que mirar al
pasado ,pararnos a “rebobinar “
nuestras vidas, una “pará en
el camino “ para
tomar aire y
coger fuerza con relación
a las decisiones
que elegimos un día
, ciertas decisiones
que tenemos que
tomar si o si, cuando
nos vienen y
luego “responsabilizarnos “ de lo
que nos repercutió y
nos salpicó, y ver
en que nos
equivocamos en aquellos
momentos.
Por supuesto
, no debemos anclarnos
a aquellos días
ni a aquellos
lejanos recuerdos por
mucho cariño que nos
retrotraigan pero no está mal
que de vez en
cuando nos diéramos
una vuelta imaginaria
por las paraderas
del recuerdo en
nuestro corazón. Al final
estamos hechos de
recuerdos, para bien
o para mal,
de esos recuerdos
que configuran algo de
felicidad en nuestro
registro emocional . nos gusten
más o nos
gusten menos, forman
parte esos recuerdos
de los más
interior de nosotros
mismos. Estoy recordando estos días,
que en
la obra de Salinger
“El guardián entre
el centeno” su personaje
principal Holden Caulfield, aparece
como un gran
protector de “la sagrada infancia “ que debe
tener toda autobiografía para la
plena realización humana
de un adulto. El
protagonista de el guardián entre
el centeno depone , curiosamente, su actitud
provocadora ante los
niños, únicos humanos
con los que
congenia . Y ese rebelde
sin causa ¿se nos
convierte de pronto en
un defensor del orden? . Todo
parece indicar que
la personalidad de
Holden Caulfield se
afirma con respecto
al orden que c continuamente el
conculca. Se mete en líos y
cuando el mismo
lo explica el porqué,
dice “Me paso el día imponiéndome
limites que luego
cruzo todo el tiempo”
Y es
que al borde
del campo de centeno,
en el centenal había
un profundo barranco
que podía poner
en peligro la
vida de los
niños que allí jugaban.
Intuyo en esa metáfora,
en la
linde del centenal soñado
donde Molden Caulfield se sitúa
para impedir que
los niños se despeñen,
es ese abismo sin
retorno que comúnmente
llamamos edad adulta.
Pues
ojala también nosotros, fuésemos todos
como un Holden Caulfield
protector de la
infancia, de nuestras infancias, de
su estabilidad, de
evitarnos los abismos
y precipicios de
nuestras pesadillas
infantiles o nuestros
temores de niños, para
que sean nuestros mejores
recuerdos de infancia
los que equilibren
la armonía tan necesaria
que luego en
nuestra adultez, y posteriormente en
nuestra ancianidad necesitamos todos.
A pesar de
la tentación de quedarnos a
vivir en esos
recuerdos, el futuro nos
brinda muchas más
puertas abiertas que
ese pasado al
que , necesariamente ,de vez
en cuando tenemos
que visitar. Deberíamos
usarlos como coraza
ante los nuevos
retos y proyectos,
nuestras nuevas encrucijadas
hitos, caminos o mojones
kilométricos, nuestros nuevos
caminos, los que
emprendemos todavía hoy y que
se plantan ahí ante
nosotros, para que elijamos, porque somos
lo que elegimos, y
lo que nos equivocamos al
elegir, pero jamás
llevemos esos recuerdos como un lastre
que pueda hacernos
retroceder en nuestra
vida de cada día, o peor
aún, que
no avancemos. Hacia
nuestros sueños o
nuestros horizontes soñados,
como querríamos simplemente
por estar dedicándonos a
mirar atrás. Depende de
cada uno de
nosotros, coger esas
cenizas y ser capaz
de construir algo o, simplemente
tumbarnos, si tumbarnos, sobre
ellas. Yo prefiero
construir, claro está.
Dicen los
psicólogos que cuando
nos decidimos a
trabajar con nuestro
“niño interior “ ,el niño
que todos llevamos
dentro, podemos comprobar
que ese reencuentro
positivo con la
propia infancia nos
produce un gran
enriquecimiento sobre nuestra
vida, que indudablemente luego se
traduce en un
“deambular algo mejor
con nuestra salud
mental y emocional
por los duros
caminos de la
vida “ .
Dicho esto,
yo sí tendría
claro en qué momento
me hubiera gustado
parar el cronometro del tiempo,
y escuchar aquel melodioso y lejano
sonsonete de la
canción de Lucho Gatica
“ reloj no marques
las horas “ , gozar
de la “repetición
ignaciana “ ,contemplando
“como si presente
me hallase “ pegadito
a la almohada
la repetición de aquellos
momentos que más
gocé en la
infancia y en
la adolescencia, repetición ignaciana,
de gozar aquello
que nos trae
buenas sensaciones y
nos ayuda, gozar
como ya en
nuestros momentos de
ancianidad, gozar ya a nuestras
veteranas edades del
vermut o la
cervecita con una
buena tapa de “pescadito
frito “ o calamares,
gozar también con los recuerdos, emociones sensaciones
positivas, y como
ocurre con los buenos
sueños, cuando tememos el
brusco despertar de la realidad, gozar con
ese tranquilizante sueño , “pegadito
a la almohada “ al
menos, que durara
un ratito más, … “por
favor , mama, déjame dormir
un ratito más
… “ muletillas
de nuestra infancia que
tanto respetaban nuestros
padres (“ya tendrá tiempo
de saber lo
duro que el
despertar de la
realidad “ ) .BENDITOS TODOS
ELLOS , que fueron
nuestros guardianes del
centeno, de evitar
abismos y precipicios
de nuestra infancia. Protectores de nuestros sueños,
y guardianes de
cualquier brusco despertar,
que alterase nuestro
equilibrio. Hoy, os bendecimos
y damos gracia
por vuestro “eterno
vigilar “