CALLES HELADAS, PLAZAS DESIERTAS…CORAZONES DE
PIEDRA
Reconozco que
allá por los
comienzos de los
años 80 una
noticia me dejaba
impresionado durante varios
días hasta el
punto de pensar
si aquello era
posible que se
diera en nuestra
sociedad. Y la daba un periódico
deportivo, en
este caso el
diario Marca “ Un lunes
de febrero cuando
los jugadores del atlético
Madrid
se disponía a
salir al campo para
el correspondiente entrenamiento , en el
viejo estadio Calderón,
los utileros y
empleados del club
descubrieron a un
anciano fallecido el día anterior,
el Domingo, en el transcurso
de un partido
Es incomprensible que
tras finalizar el
partido, nadie reparara
en el aparente “sueño placido”
de aquel anciano , en
su inmovilidad y
que los empleados
del club al
desalojar el estadio
no repararan en
aquel solitario hombre
perdido en las
gradas del fondo
norte. ¿Había venido solo? ¿Había
venido con alguien
y lo olvidaron? ¿celebró en
la grada con
los que lo
rodeaban los goles ? ¿No
habló con nadie?
¿nadie en medio
de una masa
de más de 45.
000 espectadores había reparado
en él, en
que se quedaba
allí inerte y
sin habla, frio
como un tempano ? Incomprensible misterio
en un lugar
donde la afición une
y se habla
y se expresa
en voz fuerte
vínculos de pasión y sentimientos. Lo descubrieron
los empleados cual “si
bulto sospechoso se
tratase “ y me
imagino que los
servicios sociales se encargarían
de
llevarle al tanatorio,
e indagarían si tenía familia, y
en qué circunstancias había venido
a ver el
partido del equipo
de su corazón.
No hace
muchos años, los obreros de
una calle del
centro de Cádiz, la calle Columela , descubrían a través
de
un balcón donde
reparaban una cañería,
a una señora
momificada en su
cama , a la que
descubren al mirar
insistentemente por los
cristales ante la
corazonada del pobre
albañil de que
aquella mujer estaba
cadavérica. Llevaba cerca de
cinco años cadáver.
Los vecinos supusieron
que se había ido
a vivir con
una hija y
ya no la
echaron en falta
ni hicieron más
indagaciones. Triste destino.
Nadie que pregunte
por uno. Como
si en vez
de una historia
humana fuera la
historia de una
estatua de piedra.
Hoy
el periódico me
sorprende con otra
noticia desde Valencia,
de un vecino del barrio del
Cabañal que descubrió
el cadáver de una
anciana, llamada María
Amparo (Virgen de los
desamparados) de la
que no había señales
de vida desde
hacía cuatro años. Tras
llamar al 112 , Emergencias descubrió
el cuerpo de la
mujer, según el estado de
momificación que presentaba,
llevaría muerta al
menos cuatro años. Los
vecinos
aseguran que llevaba
casi un lustro
sin verla pero que
creyeron que se había
ido a
vivir fuera. La mujer tendría
ahora
78 años .Murió
aparentemente por causas
naturales, no tenía ningún familiar
y vivía de
alquiler en una
casa bastante antigua del
barrio. Al tener el
pago domiciliado mensual de
unos 30 euros,
por lo que
nadie notó su ausencia. Tampoco había un
casero que la
visitase, pues el
inmueble es propiedad de un
fondo de inversión de Barcelona. El periódico informaba
de que al encontrarse la
casa totalmente cerrada, e l
cuerpo de la septuagenaria
siguió poco a poco
un proceso cadavérico , que derivó
en una momificación natural. ¿Vivir
para ver o
mejor morir para
no ver?
No hace
mucho una periodista como
Mariló Montero , preocupada por
estos temas nos
concienciaba seriamente con
este artículo que
transcribo literalmente y que
nos debería hacer
pensar ¿Qué sociedad hemos
creado, tan preocupada
de la protección y
resguardo de datos
que es incapaz
de ir más
allá de lo
que las “orejeras “ de
sus costumbres rutinarias
le manda ? Lo que
ya
denunciara hace muchos
años Konrad Lorenz
en su libro “los OCHO pecados
capitales de una
humanidad civilizada “ , algo
que nos debe
prevenir a que
nos conduce esta deshumanización
de
la vida de
nuestras ciudades, donde
no hace muchos
años, todavía los vecinos
tomaban juntos en
la puerta el
fresco por las
noches en verano, se comunicaban y
visitaban al que suponían
enfermo,
se relacionaban y se preocupaban
unos por otros. Recordaba yo
hoy aquella frase
del Génesis , cuando
Dios pregunta a Caín :¿Dónde está
tu hermano?. Y
le respondía Caín,
precisamente con otra
pregunta :¿Acaso soy yo
el guardián de mi
hermano ? Y repaso lentamente
este artículo, que me
hace reflexionar y casi llorar.
“ Empieza
a despuntar la
luz del día
pero ella prefiere
no verla. Tiene miedo a
que amanezca otra
vez. . Odia los días.
Odia las mañanas.
Le cuesta vivir.
Por eso al
acostarse cada noche baja
las persianas y
corre las cortinas
de la ventana de
su dormitorio. Con los
ojos cerrados es cuando
más paz siente.
No tiene que
justificase ya ante
nadie porque la
ciudad duerme. Como la noche
no habla se
siente más segura
bajo su manto
negro. Hoy ha
vuelto a ser de día
con la obligación de
vivir una v ida que
ya no tiene. Se
esfumó el bullicio de
las mañanas. . Ya
no se levanta como
un resorte para
despertar a sus
hijos, prepararles e l
desayuno, la ropa
y acompañarlos al
colegio.
Abre los ojos y se
queda enterrada entre
las sabanas de su
cama en la
que ya ni
siquiera está el
cuerpo de su marido. El
bulto, después de tantos
años de costumbre, le
hacía compañía. Desde que
se quedó viuda
su casa es
un cementerio de historias
del pasado y la luz
de las ventanas
son cuchillos de recuerdos
que le caen como
plomo sobre los
ojos. Inspira con
profunda tristeza y arrastra
su cuerpo hacia
el aseo.
Enciende la
luz y se mira de perfil
en el espejo. Saca
la valentía para
girar su cuerpo
y plantarle cara
al cristal donde
observa qué ha
sido de su lozanía.
Los pómulos caídos
se han convertido en
una papada. Los
parpados de los
ojos le cubren
las pestañas incrementando
la tristeza. Arrugas en la cara.
Arrugas en el pecho.
Los senos se
le juntan casi con
el ombligo que
cae hasta el
pubis difícil de definir. Su
intimidad le asquea. Nunca
fue bella pero si tuvo su éxito. Ahora hasta
ducharse le cuesta
mucho más rato
por todos los
pliegues que se
empeña en enjuagar
y la crema con
la que hidrata
su cuerpo no
se desliza por
una piel tonificada. Es muy incómodo
ser mayor. Ser vieja.
Horas después de intentar
arreglarse para sentirse
digna en la
calle sale a por
el pan y poco más de
comer.
Ya no
tiene apetito. Es tarde. El sol se va. Es
hora de misa. Cuando le
ofrecen la paz
ni levanta la
mirada. Saludar a cualquiera no
le produce interés. Se
ha cerrado en sí
misma y regresa a su
casa. Pone la
televisión y se
queda dormida hasta
la madrugada. Otra vez
se acuesta. Y se
repite la misma
dinámica. Se despoja de
la ropa para
enfundarse en el camisón. Baja las persianas.
Corre las cortinas. Suena el timbre
temprano. La empresa
de luz le
reclama las facturas
atrasadas desde hace años. Vienen a desahuciarla. La
vecina del quinto no responde.
Silencio en la casa. Hacía
tiempo
que no la veían en
misa. Nadie le
echaba de menos. Rompieron la
cerradura y la
hallaron en su cuarto,
enterrada bajo las
sabanas. “