LAS CAMPANAS
DEL TEMPLO
El templo
haba estado inmemorialmente ,
según muchas leyendas,
sobre una isla,
como a dos millas
mar adentro. Tenía según
los eruditos, miles
de campanas. Campanas grandes
y campanas pequeñas y
medianas. Campanas doradas y
plateadas, labradas por
los mejores artesanos venidos
de lejanos puntos
del mundo. Cuentan los
hombres ancianos del lugar
… que
entre aquellas gentes
se decía que cuando
soplaba el viento o
arreciaba la tormenta,
todas las campanas del
templo repicaban al unísono, produciendo
una sinfonía que arrebataba
a cuantos se quedaban
extasiados escuchándola.
Pero al cabo de
los siglos, la
isla se había
hundido en el
mar y, con ella, el templo y
sus maravillosas campanas.
Una antigua tradición
o leyenda afirmaba
que las campanas
seguían repicando s in cesar y q UE
cualquiera que escuchara
atentamente podría oírlas.
Movido por
esta tradición, un
joven recorrió miles
de kilómetros, totalmente
decidido a escuchar
aquellas míticas campanas
de las que se
decían maravillas de
sus notas y
sus efectos en
las personas.
Estuvo sentado
durante días en
la orilla, frente al
lugar en el
que en otro tiempo lejano
se había alzado
el famoso templo,
y escucho durante
largo tiempo, escucho
con todos sus sentidos
y con toda su atención. …
Pero lo
único que lograba
oír era el ruido
de las
continuas olas rompiendo
contra la orilla.
Hizo todos los
esfuerzos posibles a
su alcance por
alejar de si
el ruido de las
olas, al objeto de
poder oír con tranquilidad las
campanas de las
que le habían
hablado las gentes del
lugar. Pero todo fue en vano;
el ruido del mar
parecía inundar todo el
universo.
Persistió aún
mucho tiempo en
su empeño. Cuando le
invadió el desaliento,
tuvo ocasione escuchar
de nuevo a los
sabios de la
aldea, que hablaban con
unción de aquella
leyenda mítica de
las campanas del templo
y de quienes las
habían oído y
acreditaban sin dudar ,
lo fundado del argumento de
aquella leyenda de
la memoria colectiva
de las gentes
del lugar.
Su corazón
ardía en llamas
al escuchar aquellos relatos
, aquellas palabras de
admiración… pero luego retornaba
el joven de nuevo al desaliento, cuando ,tras
nuevas semanas de esfuerzo,
no obtuvo ningún
resultado ni pudo oír sino
las olas.
Por fin
decidió desistir de su
intento. Tal vez el no
estaría destinado a ser uno de
aquellos privilegiados seres
a quienes les
era dado oír
aquellas lejanas campanas. .
O tal vez no fuera
cierto aquella leyenda. Regresaría pues a su casa y reconocería ante
los suyos su fracaso, su frustración. En esto
era ya su
ultimo día en aquel
lugar de la
costa cuando decidió acudir una última
vez a su
hermoso observatorio en la playa,
para decir adiós al
mar, a aquel lugar
al que ya
le había cogido cariño, al cielo,
al viento y
a los cocoteros
y hermosas palmeras
junto a la playa.
Se tendió
en la arena
plácidamente, contemplando el cielo
y escuchando el sonido del mar. Aquel día no
opuso como en días
anteriores una cierta tensión o
resistencia a dicho
sonido, sino que, por el contrario, se entregó
a él y descubrió entonces… que
el bramido de las olas
era como un sonido
realmente dulce y
agradable. Pronto quedó tan
absorto en aquel sonido que
apenas era consciente de sí
mismo. Tan profundo era el
silencio que producia en su corazón…
Y …ohhh milagro. ¡! En medio de
aquel silencio lo oyó ¡Si
… lo oyó. El
tañido de una campanilla,
al principio lejanísima,
luego, mas cercana, seguido por el de
otra, y otra,
y otra… Y
en seguida todas
y cada una de las
mil campanas del templo repicaban
en una gloriosa
armonía , y
su corazón se vio
transportado de asombro y
de alegría.
Moraleja:
Si deseas escuchar
las campanas del templo,
escucha el sonido del
mar. Si deseas ver a dios, mira atentamente la creación.
No la rechaces: no
reflexiones sobre ella. Simplemente, mírala.
Y escucha…. SI ESCUCHA
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