La liebre y
la tortuga.
En el mundo
de los animales
vivía una libre
muy orgullosa y
vanidosa, que no cesaba
de pregonar que
ella era el animal
más veloz del
bosque, y que se
pasaba el día
burlándose de la lentitud
de la tortuga: “ ¡ Eh tortuga,
no corras tanto ¡ “ ,decía la
libre riéndose de
la tortuga. Un día a
la tortuga se
le ocurrió hacerle
una inusual apuesta :
“Liebre, vamos a hacer
una carrera. Estoy segura
de poder ganarte “. Preguntó entonces
asombrada la liebre: “¿A
mí?”. “Si, si, a ti “dijo la
tortuga. “Pongamos nuestras apuestas
y veamos quien
gana la carrera”.
La liebre, muy
engreída, aceptó la apuesta. Todos los
animales se reunieron
para presenciar la
carrera. El búho fue
el responsable de
señalizar la salida
y la meta.
Y así, empezó
la carrera. Astuta y muy confiada
en sí misma , la
liebre salió corriendo, y
la tortuga se
quedó atrás, tosiendo
y envuelta en
una nube de
polvo. Cuando empezó a andar,
la liebre ya
se había perdido de
vista. Sin importarle la ventaja
que tenía la
liebre sobre ella, la
tortuga seguía su
ritmo , sin parar.
La liebre, mientras
tanto , confiando en
que la tortuga
tardaría mucho en
alcanzarla, se detuvo a la mitad
del camino ante
un f frondoso y verde
árbol, y se
puso a descansar antes
de terminar la
carrera. Allí se quedó
dormida, mientras la
tortuga seguía caminando,
paso tras paso,
lentamente, pero sin detenerse. No se s abe
cuanto tiempo la
liebre se quedó
dormida, pero cuando se despertó vio
con pavor que
la tortuga se
encontraba a tan
solo tres pasos
de la meta. En
un sobresalto, salió corriendo
con todas sus
fuerzas, pero ya
era muy tarde ¡
la tortuga había
alcanzado la meta y ganado
la carrera ¡.
Moraleja: El exceso de confianza
y de vanidad es
un obstáculo para alcanzar objetivos. Si
nos creemos los
mejores, podemos recrearnos
en la comodidad
y confiarnos ante el
enemigo. La liebre está
mejor dotada para
la competición, pero
le faltó “
saber competir “. La tortuga,
menos dotada , se
pertrechó de las
armas necesarias: constancia,
vigilancia ante los
peligros y saber discernir
los tiempos. Se alaba
la paciencia de
la tortuga, su
capacidad de acomodarse a distintos
hábitats. Los romanos
llamaban “ tortuga” a una
forma defensiva: los escudos
cubrían las espaldas
de los soldados,
imitando el caparazón de
la tortuga, y así repelían
las flechas del
enemigo.
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