AQUELLOS CURIOSOS
RELATOS QUE OIAMOS
DE PEQUEÑOS EN
LA MELLAH DE
TETUAN
Cuando era
pequeño y apenas
tenía nueve años
viviendo en Tetuán , en
Marruecos recuerdo que
me hice muy
amigo de un
chico español , hijo de
un matrimonio mixto ,
cuyo padre era
español y católico
y su madre
Raquel , hebrea. Procedían de
la familia Attias . Eran
bastante numerosos este
tipo de matrimonios , tanto entre católicos
y
hebreos como también entre musulmanes y
hebreos o entre católicos
y musulmanes.
Eran muchos
días los que
al atardecer y
acompañarle a mi
amigo desde la
escuela a su
casa , nos internábamos por
aquellas callejuelas llenas
de pequeños comercios de
frutas, hortalizas, carnicerías,
pastelerías, panaderías, o sastrerías. A
cualquier hora el
ambiente en sus
calles era muy
animado.
Y en
aquellas calles estrechas
montábamos en muchas
ocasiones nuestros juegos
y los clásicos partidillos
de pelota o
al futbol que
duraban horas y
horas. Y recuerdo muchos
domingos festivos que
nos trasladábamos allí
a la judería , donde encontrábamos siempre
la acogedora presencia
de la madre d mi
amigo , invitándonos a
merendar a aquella pequeña variada pandilla
de amigos d de
amigos de su hijo.
En esas
meriendas algunas veces
se incorporaban amigas
hebreas de la
madre de mi
amigo, y mientras merendábamos entre
exquisitos pasteles y e
tortas que llevaban almendras
y pasas, oíamos multitud
de relatos y
bonitas historias que
a los chavales en
aquella época y
con aquellas edades
nos dejaban encandilados. Serian muchas
y horas y
multitud de relatos
los que podría llevar aquí
y
que estos días,
leyendo relatos de
Abraham Botbol Hachuel , de
su bonito libro “El
desván de los
recuerdos “ me han traído a
la memoria la
coincidencia y el paralelismo con
algunas de aquellas
historiase o relatos
que oíamos aquellas
tardes de merendola , entre dulces
y pastas con el
dulce sabor a
almendras o pasas y
el sonido
de fondo continuo de
arrojar el dado y
mover las fichas
del parchís que
presidia nuestra mesita
de merienda.
La historia
que hoy traigo aquí era
la que Abraham B.Hachue l denomina
en su relato como la
sencilla historia de Arón “el de las
birmas”
“Recuerdo que
siendo yo aún
muy niño , uno de
esos días de
vacaciones escolares, en los
que nos solíamos reunir
los compañeros del
colegio para inventar que
hacer y en
que convertir esas
horas muertas de
la jornada veraniega.
Existía en Tetuán, allá
por los años
cuarenta, del siglo XX, un
buen hombre de
barba blanca y muy
poblada que le cubría hasta
la mitad del
pecho. Era de contextura
fuerte y b bien entrado
en años; la edad y quizás
una
catarata ocular sin la
debida terapia , habían
hecho
que estuviera completamente
ciego. Este hombre, de
una indigencia extrema,
vivía en una
pequeña casa de
la judería, cuidado
por una hija
que había quedado
soltera.
Aunque su
avanzada edad no
le permitía salir
a la calle todos
en esa comunidad lo conocían
; era Aron Benasayag o “ aron, el
de las
birmas “, pues aun
sin haber jamás
estudiado nada que
se relacionara con
la medicina, “Aron el de
las Birmas “ sabia acomodar torceduras, reparar fracturas óseas y
aliviar dolores de
espalda. Puede que influyera enormemente la enorme fe
con la que asistían
los
pacientes doloridos a su casa.
Una de esas
tardes a más
llegar a mi casa
y después de las
breves explicaciones tanto mías como
de mis compañeros,
quitándole importancia , los chavales
habíamos idea un
campillo baldío que
quedaba en las afueras de
la ciudad, y
que improvisadamente lo convertíamos
en
campito de futbol. Recuerdo que
durante el partidillo
que habíamos organizado
tuve la mala
suerte de que
alguien me empujara
y vine a
dar de bruces
sobre el duro terreno lleno
de piedras. Sentí entonces
un dolor intenso
en el codo
que se propago
por todo el
antebrazo derecho y
que fue en
aumento, hasta tal
punto que mis
compañeros decidieron, en contra
de la voluntad
de algunos que veían frustrado su día de
esparcimiento de juegos
campestres, llevarme a mi
casa. En el trayecto
mi brazo se había inflamado.
Nada más llegar
a mi casa y
después de las
breves explicaciones tanto mías
como de mis compañeros,
quitándole importancia por el
temor a
un severo castigo
de mi madre, dándose ella
cuenta de que
la situación no
era de gravedad llamo a mi padre y
decidieron que antes
de ir al médico ,
me llevara mi padre” Me
llevó a que
me revisara el brazo
“Aron el
de las birmas “ Fuimos a
la judería y después de
atravesar varias calles , a
cuál de ellas más angostas
y estrechas, llegamos
a una que
se encontraba en “La Meca “ , sector de
la judería donde Vivian aquellos
judíos de muy
escasos recursos económicos. Dimos con
una pequeña casa
cuya puerta era
de muy poca
altura, por lo
que había que
agacharse un poco para
poder atravesarla. Después de los saludos
correspondientes, la hija
de Arón nos
hizo pasar a
la habitación donde
se encontraba postrado
el “ famoso curandero “.
Era un aposento sin
iluminación directa y
la poca que
llegaba la recibía
de un zaguán central. Se
notaba en ella
la humidad de
sus habitantes, pero
igualmente se podía observar
una limpieza y
pulcritud extremas.
Aron se sentó sobre “el
bohito “ , o sea una cama
de piedra que existía
en
casi todas las
casas de la judería
tetuaní. Y una vez
realizada la primera
inspección que consistió
en pasar las
yemas de los
dedos sobre mi
brazo sin causarme
el mas mínimo
dolor y, consciente de
la situación, solicitó de
su hija que
, un balde
de agua caliente, con el que
se lavó en
forma detenida las
manos que seguidamente
roció con un
poco de alcohol con
romero, antes de secarlas.
Fue entonces cuando “Arón
el de las birmas “ ,
empezó a ejercer su
minucioso oficio, agarró enérgicamente con
una mano mi
antebrazo y con
la otra la
parte superior de él, para
de inmediato y
en forma desprevenida
para mí, dar un tirón fuerte y
en forma seca, a
la vez que realizaba
un pequeño giro ,
el necesario para
volver a colocar
el hueso en
su sitio.
Su hija que hacía
de enfermera ,trajo unos
huevos de los
cuales previamente había sustraído
la
yema dejando la
clara que en
su momento mezcló
con un poco de
harina para formar un
compuesto pastoso con el
cual embadurno una
venda de tela blanca. Es
decir, había confeccionado
lo que llamaban “una birma “
Con esta “ birma “ me
amarro todo el brazo,
pidiendo a mi padre
que no me la
quitaran hasta pasadas
tres semanas, en
que se notaría
que el vendaje se había
aflojado. Así se
hizo, y la
verdad es que
dio su resultado, pues el
buen Aron había sabido
colocar en su
sitio el hueso
dislocado y lo había
inmovilizado el
tiempo necesario para
bajar la hinchazón y
aliviar el dolor .
Y es que
Aron, el de las
birmas, era tan conocido
en aquella Tetuán
de entonces, que
sus servicios eran
solicitados no solo
por los judíos sino
igualmente por los
moros y cristianos. Eran muchos
los que venían de
otros pueblos y
ciudades a tratarse con aquel
buen hombre., que la mayoría
de
las veces no
cobraba., y si alguna
vez lo hacía
era en muy
pequeña cantidad. Arón , fue otro
de esos folclóricos
personajes que pasaron
a la leyenda
de esa comunidad
tetuaní, y que traigo aquí por
ser anecdótico y
digno de ser
mencionado”
No hace muchos
años haciendo la travesía integral
de Sierra Nevada
desde la casa
de Tello hacia el
Caballo y por el
rio lanjaron, uno
de los niños “pequeño montañero” que venía
con nosotros, Juanlu, se
torció el tobillo,
y “ veía las
estrellas “ cada
vez que reanudaba
el camino. Unos
pastores nos hablaron
de que entre
ellos había uno
que tenía ese
carisma, el “ de
poner los huesos
en su sitio”. Lo
llamaron. Como todo en
la sierra, no existía
el
tiempo.
Tardó varias horas, pero cuando
vino con sus ovejas,
calentó una pócima con
varias hierbas de
la sierra, y con
una pomada que
llevaba, algo de
alcohol de romero
y una mezcla
de zahareña , le dio
suaves
masajes al chaval
en el tobillo,
con la consabida
expectación de todos
sus compañeros de
clase, convertidos en montañeros en
aquella bonita travesía
integral de la
sierra. Diego el de Capileira,
el de las
manos mágicas. Aquello no
lo olvidaron nunca.
Y muchos años más recordaban
incluso sus viajes
con sus familias
al pueblo para
verle y saludarle ,
pues desde aquel
momento quedó como
un auténtico curandero
mágico, en medio de
aquellos riscos pelados,
haciendo el “milagro” de
quitarle el inmenso
dolor a su
compañero dolorido. Me recordó
aquella vivencia las
historias y relatos
oídos en casa
de Raquel, la madre
de mi amigo ,aquel
amigo de la
infancia, en la judería
de Tetuán , cuya
casa fue tantas
veces testimonio de tantas
y tan bellas
historias de comprensión y vocación
en
el oficio de hacer más
agradable la vida a
las personas, sin distinción de clases , religión o condición.
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