ATARDECERES EN
LA JUDERIA DE
TETUÁN
De los
recuerdos más sabrosos
que aun guardo
en la memoria
de mi infancia
en Tetuán al norte
de Marruecos en
aquellos años recién declarada
la independencia de
Marruecos, entre mediados
los años 50
y comienzos de los 6o están
aquellos bonitos atardeceres
primaverales que los
chiquillos españoles y
nuestros amigos judíos vivíamos entre
la plaza del Feddan , la calle
Luneta y la judería
tetuaní.
El anochecer
nos sorprendía jugando
entre aquellas estrechas
y empedradas callejuelas
, angostas y alargadas,
entre casas muy
encaladas en donde
apenas transitaban de vez en
cuando algún camalo
cargado con algún saco de
mercancías.
Eran atardeceres
preciosos , cuando el
sol se perdía
en e l horizonte, dando
unas tonalidades rojizas
entre aquellos callejones
uy casas tan
bien encaladas. Y eran
especialmente preciosos
los atardeceres de los días
en
que había llovido
y las aguas
aun corrientes por
el empedrado de
aquellas mágicas callejuelas
se veían salpicadas
por los tonos reflejados
en las
mojadas piedras de
aquellas tintineantes bombillas
que alumbraban escasamente
las estrechísimas calles .
Y
eran atardeceres “ mágicamente preciosos “ porque todo
el contexto que
nos rodeaba era
especialmente mágico, entre
olores, sabores, ruidos, murmullos,
y en donde
depositaras tu infantil
mirada veías a
nada que te
descuidaras unos rincones
de especial misterio ,
que nos hacia transportarnos por
momentos en una
especie de túnel del
tiempo a lo
que pudieron ser
los escenarios arquitectónicos de
las empedradas calles
de las juderías sefarditas
de Toledo o Granada en
los siglos nueve
y diez de
la historia , y
entre balonazo y
balonazo, oíamos los
murmullos de los
vendedores jaleando sus mercancías, desde
los “bakalitos “ o
tenderuchos los compradores
regateando sus adquisiciones, el
camalo marroquí que
gritaba a los
niños insistentemente el
triple grito de
balak balak balak
( apartarse apartarse
apartarse ) advirtiendo de
su carga y
la velocidad adquirida
por entre aquellas
callejuelas que llegaba
a convertirse en peligrosa . De
vez en cuando
desde el cercano
cafetín moruno de
la plaza del Feddan
nos llegaba el
olor del té
con yerbabuena, que
los marroquís enfundados
en sus chilabas
blancas consumían en pequeñas
y redondeadas mesas
en horas y
horas de lenta
y saboreada conversación . O llegaba a
nuestros oídos el
sonido producido por un
dado al
caer sobre el
vidrio de un
juego de parchís.
Parábamos
por momentos nuestros
juegos y como
en una hermosa
tregua niños judíos
y
españoles hurgábamos en
nuestras carteras de
la escuela para
buscar la merienda
la cual acabábamos compartiendo y donde también
se
compartían nuestros relatos
que hablaban de vida
familiar, fiestas y
preparativos, antiguas
costumbres, que nos
dejaban boquiabiertos a
los niños de
procedencia española. Allí en
aquel momento casi
sagrado, en aquella
“ liturgia “ infantil del
atardecer se compartía
vida y juegos
y eran pequeñas
ceremonias de hermandad
y fraternidad cultural
(pocas veces llegamos
a pelearnos por
sentirnos diferentes o
distintos, sino más
bien lo contrario pues todo
era respeto a lo
distinto ) liturgias y ceremonias
improvisadas desde el corazón
de
unos niños que se convertían
en
auténticas lecciones “ a
nuestra altura infantil “ o
magistrales clases de
historia y de
costumbres antropológicas y
culturales que al oírlas
por
primera vez nos
suscitaban nuestra gran
curiosidad infantil por
lo distinto.
A veces
nuestros entretenidos juegos infantiles, casi
siempre juegos de
pelota, eran interrumpidos
en los atardeceres
de los viernes
por la salva potentísima
de
un cañón disparado
en la cercana
alcazaba del monte
Dersa que dominaba
las alturas de Tetuán. Cañonazos potentísimos que
a los chavales
nos dejaba asustados y
que era el
anuncio oficial por parte
de las autoridades musulmanas
para anunciar a
la población marroquí que con
la caída del
sol, el viernes, su día de
descanso concluía ya.
Pero también era
el aviso para
la población judía de
que “ El Shabbat “ había
comenzado y por
lo tanto también era
la hora de
empezar los preparativos y
los rezos en
todas las sinagogas. Mi
amigo Simón, corría a
casa a bañarse dándose cuenta
de que se
le había echado
el tiempo encima
y el Shabbat
le tenía que
coger “limpio y
purificado “ . Y nos dejaba
a todos con
nuestras juegos, en medio
de aquellos charcos, con
nuestras ropas llenas
de barro. Al volver
de nuestros juegos
el todo limpio
ya, evitaba acercarse a
nosotros temiendo una
enorme reprimenda familiar. Y nos reíamos.
Parecíamos proscritos junto
al “todolimpio Simón “
Especialmente recuerdo
mi presencia infantil
en aquella judería gracias
a la amistad
con dos niños
amigos de matrimonios mixtos
entre españolas y judíos
y
viceversa. Vivian en plena judería
de
Tetuán y se sentían
cómodos
en aquellos inicios
de los años
60 de la
post independencia. Con ellos jugábamos
hasta
que el atardecer
nos sorprendía en
las primeras horas
de la noche
y recordábamos con
urgencia que era
el momento de
volver a nuestras
casas, en el
centro de la ciudad europea,
o el llamado
ensanche español de
Tetuán . Y aún recuerdo
que recién llegado
a mi casa,
y en las
primeras palabras que mantenía
con
mis padres aun sentía el
recuerdo de imágenes,
sabores, olores, luces, reflejos, ruidos,
murmullos como provenientes
de un cuento de
otra época como
si rápidamente nos hubiéramos
caído de “un túnel del
tiempo “ y necesitáramos
como un tiempo
de tregua para
volver a aquel
otro mundo nuestro
occidental de costumbres
distintas pero que no impedía
que precisamente por
eso supiésemos apreciar
aun en nuestras
mentes infantiles la
belleza y la
preciosidad de todo
lo proveniente de aquellas
horas mágicas vividas
muchas tardes entre
las estrechas calles
de la judería con
nuestros amigos judío sefarditas.
Y
esto se acrecentaba
aún más con
la llegada primaveral
del “ Pesah” cuando
el barrio judío y
sus angostas callejuelas
adquirían un bullicio
y una enorme
vitalidad con los preparativos
propios de aquellos solemnes
días para ellos
y sus creencias
religiosas tan impregnadas en
sus vivencias familiares. Era todo
un conglomerado de ritos y
costumbres, que componía un
escenario típico y
deslumbrante en su conjunto , y que rompía la monotonía
de
la vida de
sus moradores, como
habitantes venidos de
otro tiempo, de otros
siglos, y acababa
dándole un carácter diferente
de personalidad a
aquel pequeño barrio
inolvidable de la judería
que
aun con el paso
del tiempo, me sorprendo
en mi memoria en
estas noches de calor
y me hacen
vivirlo como “ si
de ayer se
tratase “
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