LA LEYENDA
DEL MONJE DEL
MONASTERIO DE LEYRE
Uno de los más
apartados lugares geográficos donde
siempre que he
pasado ( y han
sido muchas las
ocasiones ) y me
he detenido a acampar o
a pernoctar en
dicho monasterio es
en Leyre. Situado
a escasa distancia
del castillo de
Javier en Navarra, y
en plena ruta
del camino de Santiago,
he de confesar
que cuantas veces
pasé por allí
respiré una paz
y unas vivencias
especiales.
De las
veces que haciendo
dicho camino de Santiago,
se nos ocurrió a
los scouts , peregrinos y
montañeros que componíamos el
grupo, pasar por
Leyre . Un atardecer nos
sorprendió en cierta
ocasión que el
tiempo andaba algo
loco, una dura
nevada, que destrozó
todos nuestros planes
de acampar en
el monte cercano
y entre la
arboleda espesa que
hay en dicho
monte. Y llamamos a
la puerta del Convento
de Leyre donde
los monjes con
gran hospitalidad aceptaron
que pasáramos la
dura nevada en
la noche acantonando
en una de
las dependencias que
ellos tenían junto
al patio lateral.
En
la cena nos
sorprendieron presentándose y trayéndonos
unas
viandas y eso si… una
botellita de licor
Benedictine por si
tenemos frio. No se
nos olvidó nunca
aquella acogida y
ya luego en
varios años que pasábamos
por
Javier o por
Navarra en la
ruta jacobea hacia
Santiago, deteníamos nuestra
marcha para pernoctar
en tan egregio
monasterio. El atardecer alli
es una gozada , Desde el
sonido de las
campanas del convento . El lejano
cantar gregoriano de
los monjes cantando
las vísperas, cuando la
oscuridad se cierne
sobre el monasterio. En mis
posteriores estancias , incluso
un año que decidí quedarme
con los monjes
una quincena, tras pasar
una experiencia en
el Castillo de
Javier, comprobé que
la vivencia allí
del tiempo era
algo especial , como
trasladado a un paraíso
donde la
contemplación de la
luna, el vuelo de
vencejos y el
sonido de los grillos,
al anochecer , componen
una armoniosa melodía
y una mágica música especial que
hace que ese
tiempo de contemplación y admiración
se
te pase casi
sin darte cuenta. Como
en Heráclito o
en Parménides aún
mejor, el tiempo
que se nos
hace paz interior , armonía de
pensamiento y pasión
de
mirada, es capaz
de rompernos todo
sentido de medida
Cuenta la
leyenda del siglo
IX que uno
de los monjes
de Leyre estaba sumido
en la tristeza
de un mar de
dudas sobre la
eternidad. En la soledad
de su vida
monacal había puesto
el demonio una
gran tentación: el monje
se perdía pensando
en ese tiempo
sin tiempo en
el que cuando
se hubieran cumplido
muchos millones de
millones de años aún
no se habría vivido
la primera millonésima
parte de su duración.
-
No ,
no era posible (pensaba el
monje) No hay
nada que pueda llenar
la vida de
un hombre durante
millones de años. Dios
mismo y toda
su grandeza se volverán
aburridos y sabidos
al cabo de cuatrocientos
siglos.
Perdido en sus
cavilaciones subía el monje todas
las tardes a la
montaña que hay
al lado del
monasterio y se
sentaba al borde
de esta fuente
que aún tiene
su nombre. Y rezaba
a Dios que
le curase esta
angustia existencial o
al menos que le permitiera
alejarse de ella .
Cuentan que durante
algún tiempo muchas de
aquellas tardes un
mirlo comenzó cantar
y fray Virila
volcó en ese
canto todo su corazón
angustiado, que
durante algunos momentos
se olvidó de
sus miedos teológico existenciales. Y constató
que volvía más
sereno a su convento. Y
volviendo una de
aquellas tardes tras oír el
canto del mirlo,
fue cuando
le sorprendió aún más comprobar
que los monjes
con los que
se cruzaba no vestían
como él,
habito negro, sino
blanco y que además
le
miraban como sin
conocerle.
Y la sorpresa
creció aún más cuando el
hermano portero le
preguntó una de
aquellas tardes su
nombre ¿Su nombre? Si era
el abad del
convento ¿Cómo podía el
portero desconocerle? Pero el
lego insistía, y
lo mismo preguntaban
los varios monjes
que , llamados
por este, acudieron.
Nadie conocía a fray
Virila. Nadie recordaba
su nombre. Nadie se explicaba por qué
vestía aquel habito
negro de benedictino, cuando desde
hacía muchos siglos
aquel era ya
un convento cisterciense.
Solo mucho más
tarde entendería fray Virila
que, en aquel
momento de éxtasis durante
el que escuchó
el canto de un
mirlo, habían trascurrido en la
tierra nada menos
que quinientos años. Porque
alguien había querido
explicar a aquel
turbado fraile que
hay en la
belleza y en
la eternidad medidas
que poco tienen
que ver con
el tiempo. “
Fueron aquellas vivencias de
un tiempo especial,
donde no había medida, y
si sentido de
enamoramiento del paisaje,
del canto de
las criaturas, del
canto gregoriano y
las campanas solemnes
del monasterio las
que me hicieron
volver en muchas ocasiones
hasta llegar a
conocer por su
propio nombre a
cada uno de
los diez monjes
que formaban la
acogedora comunidad de monjes
del monasterio de leyre.
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