LOS QUE
FUIMOS DE LA
LLAMADA GENERACION “NIÑOS DEL
PANTALON CORTO “
Decía
Pedro Leal “El pasado
es solo una
historia que nos contamos
a nosotros mismos “ A
ese pasado al de
nuestra infancia regresamos
cuando narramos en
primera persona , y regresamos
con ojos de
niño, el niño que
fuimos , en
nuestra cotidianidad infantil,
aquellos acontecimientos pequeños
que sin embargo
engrandecemos , acontecimientos aparentemente
banales pero con gran
carga emotiva y simbólica.
Para
los niños de mi
generación había un antes y
un después en nuestro
camino hacia la
adultez, y era
ese día en
que a partir
de los 13
o 14 años
entendíamos y razonábamos
con nuestros padres
que ya había
llegado la hora
de mudarnos de
piel y de dejar
para siempre en
un rincón del
armario nuestros desgastados
y descoloridos pantalones
cortos que durante
el primer periodo de
nuestras infantiles vidas había
formado parte de
nuestra indumentaria infantil.
Sin embargo, ya fuera
por la tendencia
paterno y maternal
de que aún
nos veían muy
niños , había quien se resistía
al cambio y
nos adentrábamos en
la adolescencia con
nuestro manido pantalón
corto ,mostrando aun
en nuestras piernas
todas las transformaciones que nos
iban dejando el
paso de aquellos
cambios físicos. Al igual
que cuando los
“expertos “ ven el
tronco desnudo de un
árbol y por
sus cortezas, hendiduras,
estrías… casi se puede
sacar su historia,
sus años , sus
vicisitudes y hasta
los “tiempos de sequía “
por nuestras piernas ,
con aquellos pantalones
cortos, se podía
sacar a través
de nuestras heridas,
y por la
piel nuestros avatares
de juegos, accidentes lúdicos, crecimiento
etc. la edad , si
ya “trabajaban nuestras
hormonas de crecimiento
y demás “ , si teníamos
alguna enfermedad de
piel, si nos metíamos
por campos de ortigas o
caldos borriqueros en
nuestros juegos… .
Fuimos
aquellos chavales de los años
50 y comienzos
de los 60 la
generación del futbol
callejero, las canicas
y los trompos,
las chapas, los del
“piola “ y “ salva
cadena “ los que pasamos
la infancia con
las rodillas hincadas
en la tierra
y las piernas
llenas de infecciones
y heridas, pupas como
lamparones en nuestra
aun tierna pie. Y
nos decían nuestros
padres l: “ Niño, no te
arrasques mas … niño
no te arranques
la concha que
te sale sangre
y luego no
se te cura
y se te infecta”.
AQUELLOS AÑOS …donde
por más duro
e inclemente que
fuera la climatología,
raro era el
niño en la España
de aquellos años
que vestía habitualmente o
venia al colegio
con pantalones largos, muy
crudo tenía que
ser el invierno
para que nuestras
madres se apiadasen
de nosotros y
no “quisieran amortizar “
su inversión en
pantalones cortos, hasta…
que ya fuésemos
unos hombres. Antes a
lo mejor tenían
que amortizarlo nuestros
hermanos pequeños, si
los había . Oye
que la vida
estaba muy difícil. Lo normal
era llevarlos cortos, de
cualquiera de esos primeros tejidos
que, por no
necesitar plancha, protagonizaban la
nueva confección para
satisfacción de aquellas mamas. Acostumbrados a
pasar frio en
las piernas, - al
igual que a
llevar una pajarita
anudada al cuello,
a escuchar a
los adultos llamarles
“mocosos “ y a
que los ordenaran
guardar silencio si
osaban entrar en
alguna de sus
conversaciones- aquellos
chavales, en general,
fueron tan felices como
pueda ser lo
el más dichoso
de los niños
actuales. Si acaso, al
caerse en sus
juegos y carreras,
se desgarraban tremendamente
las rodillas algo más.
No por ello dejaban de hacerlo
creyendo ser soldados
o dando patadas
a un balón. La
mercromina sustituyó a alcohol, y
también se imponían
las tiritas que
eran el bálsamo a
esas heridas sin
dolor. Entre sus sueños
más inmediatos contaba
cumplir los nueve
años para que
en el colegio
les dejaran escribir
con pluma o
bolígrafo y olvidar
el lápiz con
el que se les obligaba
a hacerlo a edades
más tempranas .
Aquellos niños de
los años 50,
fuimos, todo sea dicho,
la generación de
las bicicletas con
el cuadro cerrado
y el sillín
de madera, bicicletas que
por otro lado
pasaban del abuelo ,
o el padre
a los hijos y
que tenían que
durar toda la
vida, porque tener una en casa
era un lujo.
Y aún recuerdo
aquella primera bicicleta
de mi abuelo, el
que fue alcalde
del pueblo, en
los veranos de
Roquetas de mar , Como
me enseñó a
repararlas, a engrasar
las cadenas, a
comprobar los frenos, , a
reparar los pinchazos,
y me señaló
para averías mayores e l
cercano taller de
Lamberto, el de
las bicicletas, en
la plaza del
Doctor Marín de
la entonces placita
presidida por la
fuente que el
Instituto de Colonización plantara
en aquellos años ,frente
a la CNS
donde trabajaba mi tío Cristóbal
Cara. El taller de
Lamberto, el hijo
de Juanico “el
practicante “ y Carolina
fue testigo muchas
tardes de verano
de mis “ aturrullados aprendizajes “ para
detectar los pinchazos
en la rueda
de bicicleta.
Curiosamente , en mis “
inviernos tetuaníes “ mi
padre no me
dejaba coger la
bicicleta , ni
salir con ella
a la calle. Había
más coches y “más peligros “ pero alguna
vez en aquella
parte tranquila de
la calle Ahmed
Gammia, junto a
las alturas del
mirador de las
Cornisas , donde se
divisaba una grandiosa
y espectacular vista
de las montañas que
configuraban el sur
de Tetuan , las rocas del
Gorgues , el pico las
monas, la torreta y
Ben Karrich de Tetuán, si
tomé prestada la bicicleta de
los niños vecinos
de mi calle,
para dar una
atrevida vuelta, tras
las escuelas de
la misión católica y
el cine de
los PADRES y
la cuesta de
la Esperanza , el
casino israelita y
la fábrica de
caramelos Duci … Tardes
largas y placidas
de verano, de
vacaciones, con nuestros
juegos de chapas
por los bordillos
de la acera,
escuchando las retransmisiones del
Tour y las
hazañas de nuestro
Federico Martin Bahamontes,
el Águila de Toledo, al
que luego recreábamos
y bautizábamos con
la solapa de
alguna de las
chapas de las
botellas de gaseosa
o cervezas, o
con alguna canica
que lanzábamos por
la cuesta y que
en carrera distinguíamos siempre que
por su color
ganaba siempre .
Aquellos niños de
pantalón corto, que
jugábamos hasta el
atardecer veraniego en
que nuestras madres
nos llamaban para
merendar o cenar.
Y
en Tetuán ,
nos deshacíamos en
pasarnos la tarde
mirando aquel escaparate
de “Calatayud” especializado
en juguetes, en los
trenes eléctricos que
parecían de verdad, en
aquellos vagones y
los fuertes de
madera, que se
convirtieron e n el juguete
preferido de toda
nuestra generación . O
también toda la
tarde , haciéndonos nuestro propio
vehículo, quizás con la misma
tabla de lavar
de nuestras madres,
dos maderas cruzadas
y los correspondientes rodamientos
adquiridos con nuestros
francos y dírhams
en la esquina
en la tienda
de SKF .
Y nos lanzábamos
a “corazón abierto “ por
aquella cuesta de
la escuela de
la alianza israelita,
sin que nuestras
madres supieran que
podíamos acabar bajo
las ruedas de
alguno de aquellos
camiones por allí
aparcados. Y llegábamos a
coger velocidades que
de verlas in situ nuestros
padres, hubieran dado
casi para un
año y un día de
presidio sin salir
de casa. Yo
lo sufrí. Lo
confieso. Casi más de
un año. Quizás eso
me salvara la
vida.
.La
generación del pantalón
corto, que tantas
horas arrodillados en
tierra o la
frialdad del piso,
nos dejaba huellas
en la piel
y en las
costras de nuestras
rodillas . La generación del
pantalón corto.
Se
nos decía “ Pórtate
como un hombre “
, se nos ordenaba
cuando se nos
llamaba al orden, a
sabiendas de que
ser hombre era
el mayor de
sus anhelos, porque
los hombres llevaban
pantalones largos, tenían
novia y podían
fumar . “Cuando seas mayor
comeras huevos “ se decía
en la comida
familiar, y en
nuestro pensamiento quizás
mas veces se
convertia , en un
“Cuando seas mayor,
te pondrás pantalón
largo” Que largo
se nos hizo
ese tiempo .
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