“LA BUENA
MUERTE DE LOS
JESUITAS “
Recordando aquella
devoción de muchas
congregaciones del entorno
de los jesuitas
hacia el Cristo de la
Buena Muerte, y
aquellas otras congregaciones de “Madres de
la Buena Muerte “, esa devoción donde
las madres preparaban
a sus hijos,
mediante oraciones, exámenes de contrición,
santiguarse etc., para
ante la noche
imprecar que si
la muerte sorprendiese
durante el sueño,
se estuviese preparado
para el gran viaje ,
en una Buena Muerte.
En
estos días recientes
aun grandes películas como “Silencio
“ (respecto al martirio de
Jesuitas en Japón )
o la película “Ignacio
de Loyola “ en
los valores de
aquel postulado suyo
en los Ejercicios
Espirituales de “estar
indiferente ante salud
que enfermedad , vida
o muerte “ , o
aquella lejana de
1987 titulada La
Mision, con música de
Emnio Morricone, nos hacen
reflexionar en aquellos
valores , hoy decadentes
en nuestro mundo
occidental , que oculta
enfermedad , dolor y muerte,
y no nos
prepara (como si
hacen las culturas orientales ) interiormente
y vitalmente ante
lo que es
la fragilidad de
nuestro paso por
la vida y
el que podamos
coger fuerza también ante el
gran
valor y la
dignidad de nuestras
vidas , en aquellos
valores que se
celebran en nuestro
bautismo : luz de la
vida. Dignidad de la
vida. Me he encontrado
en mi archivo
de viejos papeles ,
un artículo que
guardé con mucho
cariño titulado : << la
buena muerte de
los jesuitas >>
Creo que
fue hacia finales
de 1990 , en
noviembre o diciembre
cuando el periodista
Ángel Pérez Guerra
publicaba este sencillo
pero bonito artículo
en su sección de
Panorama en las páginas de ABC:
<< Así dicho
puede parecer hasta
escarnio. Pero hay
que decirlo así. A
veces, el hilo de
la imaginación le
lleva a uno a
asociaciones insospechadas.
Empieza uno por
una imagen de Cristo crucificado
y puede terminar
en los jardines de una
universidad salvadoreña donde
yacen en batín los cuerpos
de unos jesuitas
de estirpe innegablemente hispánica.
Hila uno, del
crucificado al muelle, del puerto a
la bodega del galeón,
del mareo de la
marea gaditana a
las costas de un país
americano que
lleva el nombre de
quien estaba al
principio de la cadena.
No se me rompe
la escala y sigo subiendo
hacia atrás en el tiempo. Y
surgen los jesuitas
de Sevilla en su
casa profesa de la
calle Laraña, donde aún
hoy se puede ver
el rotulo del nomenclátor de Olavide
por e l que sabemos que estamos en
la calle de la compañía .
No era
aquella una casa
profesa cualquiera, ni
lo era el
noviciado, porque ni aquella Sevilla era
una ciudad cualquiera de
la época ni
los jesuitas eran
unos religiosos al
uso. Detrás del
altar de la
capilla domestica del antiguo
noviciado de San Luis, en
la sacristía, se encontraban – esperemos que
sigan allí tras
la remodelación de aquel
complejo constructivo- las
reliquias de los mártires
jesuitas
muertos en las
misiones americanas, en los
mismos tiempos que
los recogidos en
la archifamosa película,
los tiempos de
las reducciones. Aquella Sevilla era
la América europea, como
otros han dicho
recientemente. Y los mártires
que
dieron su vida
por proteger a aquellos
indios se habían formado aquí y de aquí
habían salido.
Muchos habrían rezado, tal vez por última
vez antes de partir, ante
la imagen del Cristo de la
buena Muerte, que tenían
en
la iglesia de la
casa profesa, hoy de
la Anunciación. Allí latía
el embrión de esa
otr4a Universidad Literaria
en la que
enseñó Salinas y
aprendió Cernuda.
La misma
luz que encontraron
los jesuitas asesinados
hace ahora casi un
año en el Salvador
la verían ante este Cristo
los jesuitas de Sevilla que zapaban
hacia el Nuevo
Mundo. Sus huesos sufrieron el
mismo martirio que
los que tenemos en San
Luis. La fuerza
y el orden que les
sigue llevando a los
puntos más difíciles y
peligrosos en los
momentos más delicados nacieron
ayer en Sevilla y hoy en El Salvador o
en cualquier sitio
donde haga falta
un soldado de Cristo.
Y ese pueblo al que
decían deberse en cue4rpo
y alma Ellacuria
y sus compañeros
ha heredado la
fe que sembraron
allí hombres y
mujeres que se embarcaron al
pie de la Torre del Oro. Si hoy
luchan fervientemente por la paz
y la justicia también se lo deben e n gran parte a
aquellos otros jesuitas
que portaron hasta América el talante
interior pleno de riqueza
espiritual que desprende
el Cristo de la buena Muerte.
Por eso la
muerte de un jesuita
siempre es una Buena Muerte. Aunque sea cruenta. Es una
muerte en Cristo, como su vida también
había transcurrido en El
>> Me ha
emocionado leerlo cuando
caia la tarde. Esta
tarde calurosa sevillana.
http://antoniomarincara.blogspot.com.es