LA VIEJA
BARBERIA DEL MAESTRO
RABANILLO EN ROQUETAS
DE MAR
Ayer,
observando las publicaciones
que sobre el
tema del urbanismo
y los edificios
almerienses lleva por
FACE BOOK , mi
amigo Ginés Valera,
observé como parte
de un antiquísimo
edificio roquetero de los
años 60 un
antiguo reloj de
sol, que me
hizo recordar instantáneamente aquel
que presidia encima
del local de
una antigua barbería,
la barbería del
maestro Rabanillo , peluquero
simpático, que tenía
su vieja barbería,
en aquella rectísima calle real, de
Roquetas de Mar, el
pueblo del veraneo
de mi infancia y a
donde mi padre me mandaba
pelarme en aquellos
meses de vacaciones que pasábamos
en el pueblo
costero de mis
abuelos, en Roquetas de
Mar.
Aunque eran
seguidores, tanto el padre
como el hijo
mayor, también peluquero,
del Barcelona, en aquella
barbería se hablaba
de todo, pues eran
innumerables los hombres
de aquel campo en
transformación que acudían
al cortado de
pelo y al
afeitado. Hombres recios del
campo, jornaleros, con
las manos encallecidas,
bajados de la sierra
de Gador y
la alpujarra almeriense .
Acudían al
efecto llamada ya
por la nueva
riqueza que iba
a sacar todo
aquel infinito espacio
de los campos
de Dalias, la mojonera,
los Cortijos Marín, Vicar,
El Ejido, la
aldeílla, y hasta Punta
Entina, en otro tiempo
terrenos resecos, áridos y desérticos y
que ahora con
las nuevas técnicas del enarenado,
y los nuevos
alumbramientos de aguas subterráneas
se presentaban como
la nueva tierra mesiánica
“ que manaba
leche y miel”
y que sacaría
de tanta pobreza
almacenada durante tantísimos
años en aquellos
parajes baldíos.
Dos
enormes jaulas presidian
el local, junto
a un botijo
de agua siempre
fresquita. La barbería era el lugar
elegido por los
niños, después de
nuestros inolvidables partidos
de futbol en
aquellos resecos campos llenos
de sal, entre
los caballones de
las salinas de
san Rafael, para descansar
y actualizarnos con
la lectura del
Marca de los
fichajes del verano.Uno de
sus hijos era compañero
de juegos nuestro,
de nuestra edad. De vez
en cuando, el
“maestro Rabanillo” que
contemporizaba con los
niños, y a
veces, a nivel de
broma se ponía
a nuestra altura,
perdía la paciencia
y nos echaba
a todos a
la calle.
Era entonces
en donde contemplábamos sentados
en el portal
de enfrente aquel
inigualable reloj de sol,
que lucía desde
tiempos inolvidables el
frontal de aquel
viejísimo local. El
maestro Rabanillo era el
“noticiario” oficial
de todo lo
que pasaba en
aquel pueblo . De vez en
cuando paraba su
faena, salía al
portal de la calle
Real, “la gran avenida”
entonces del pueblo,
para llamar a
alguno de sus familiares
que Vivian en la
casa de enfrente
o para parar
a algunos de los
escasos “ seillas” (así llamaban
al seat triunfante
de la época)
conducido por algún
“acaudalado “ reciente parcelista,
que venía a
abastecerse a los
escasos comercios del
pueblo. Roquetas entonces tenía un
escaso turismo casi todo el
de las familias
de roqueteros que
en la primera
mitad del siglo
XX habían emigrado
a América, Norte
de África o
a Barcelona y
Madrid, y que solían venir para las fiestas de
Santa Ana , a finales de Julio,
donde se paseaba
a la virgen
en barco hasta
la pedanía de Aguadulce,
escoltada por los
pescadores, y en
ceremonia religiosa dirigida
por mi pariente
don Juan López
Martin, que luego sería canónigo
archivero de la
catedral de Almería.
El
desarrollo desorbitado y
la inundación de dinero
fresco y poderoso,
hizo derribar aquel bonito
pueblo marinero, con
un desarrollismo desorbitado ,
en donde al
igual que en
el relato de
Armando Palacio
Valdés, en su “aldea
perdida y desconfiada “ pues la
aldea dejó de
ser un lugar donde
nos conocíamos todos,
y donde todas
las familias dormían con
puertas y ventanas
abiertas, en una
convivencia plena de
seguridad y de confianza
de familias que
se conocían “ de
toda la vida “ y
pasó a ser
pronto una ciudad
enormemente desarrollada, y con un
incremento de población venida
de todas partes
del mundo, en
donde los mismos históricos del
pueblo ya no
conocían a nadie
e incluso festejaban
algún día reencontrarse
con “los que
antiguamente jugábamos en la playa
desde pequeños” . Y era todo
un festejo, porque
ya nada era
igual. El tiempo de
Heráclito y Parmenides es, el no te
bañaras dos veces
en las aguas del
mismo rio, el
tiempo incluso expresado
en un viejo
reloj de sol,
había cambiado ya
para siempre los
segundos, los minutos,
las horas, los
días y las
semanas de aquel
hasta entonces tranquilo
pueblo a orillas
de la playa.
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