"Si es que van como locos”
El siglo XXI está
dominado por la
hipervelocidad y los
cambios constantes. Estamos en
un circuito de consumo
rápido y masivo. Y todo
ello por supuesto
se traslada a nuestro
mundo diario en
las relaciones. Recuerdo aquellos
chistes de Forges,
en las salas
de urgencia de
los hospitales, con
varios enfermos vendados
hasta el gorro
y la clásica
abuela, tipo doña Rogelia,
comentando la tan
manida frase de: “si es
que van como
locos”.
Detectamos que las franjas
de edad están
entrometiéndose en los
comportamientos de las
personas. La adolescencia
empieza antes, en
lo que era
la infancia. Pero también
vemos a personas de
más de 30
años que visten
y se comportan como si
tuvieran 19. Se nota
un fuerte rechazo
al compromiso. No
se acepta el
matrimonio para toda
la vida. Aunque muchos
quisieran que “el
trabajo si durara
para toda la
vida”. Somos la sociedad
del todo a corto
plazo. Antes nos decían
que si ahorrábamos
o estudiábamos el
premio vendría al
cabo de los
años. Ahora…llévese usted el
cochazo, o el piso,
o el barco y
páguelo después. Los sistemas
informáticos se nos
quedan obsoletos en
tan solo meses
y lo que
funcionaba hace diez
años tan solo,
ahora no tiene
respuestas.
No hace mucho
un periodista británico Robert Colville
escribió un libro
curioso que se tituló: La gran
aceleración. En
síntesis viene a decir
que nuestro mundo
va a toda
pastilla, todo se
hace más rápido
que antes. Hay
datos sorprendentes. Los
pollos de granja
crecen cuatro veces más deprisa
que hace 50
años. Añoramos aquel sabor
de los pollos
de nuestra infancia, criados
en libertad, y
buscándose su comida
diaria por aquellos
corrales de nuestras
abuelas. Los buenos
vinos ya no
da tiempo a
madurar en las
bodegas y son
sacados artificialmente con
“químicas forzadoras” a
los mercados. Desde
comienzos de los
noventa hasta 2007 , la
velocidad a la que caminamos
en Occidente aumentó
un 10 %. Las
películas y los
libros se esfuman
mucho antes de cines y
librerías. En 1960, los norteamericanos dormían
entre ocho y
nueve horas, a
principios de este
siglo la media había caído a
siete. La subcultura
de internet nos
ha sumido en
la intromisión constante. La
pantalla suplanta a
la vida. Los problemas
de déficit de
atención aumentan. La
existencia aburre si
no pitan el
guasap, el tuiter,
el istagran y
los correos. Nos cuesta
pararnos y reflexionar. Hace falta
madurez emocional, que
lo aporta el
madurar las decisiones,
el darle tiempo
al tiempo, el dejar
que las cosas
y los acontecimientos se
asienten. Pero Robert
Colvile es optimista,
dice que en
conjunto la gran aceleración
es positiva.
Me pregunto aturdido
en estos momentos ¿Cómo no
añorar aquella vida
lenta que los
de mi generación todavía
conocimos? Un mundo
donde las personas
utilizaban el teléfono,
pero no eran
todavía un teléfono. Donde se
llegaban a escribir (parece increíble) cartas. Escritas a
mano. Cartas de amor,
o cartas de pésame, o
cartas de recomendación, que
se guardaban entre
los libros de
nuestras bibliotecas. Tardaban días
en alcanzar su destino. Cuando llegaban,
si eran de nuestros seres
queridos se leían,
se releían, se
saboreaban, y casi
se aprendían de memoria.
No eran tan rápidas como
un tuit. Pero
de alguna todavía
recuerdas hasta su
aroma.
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