Tetuán: la Yerushalayhim Haketanná
Releyendo estos días
la bonita obra
de un tetuaní
como Abraham Botbol Hachuel El desván
de los recuerdos
escrita desde su
“exilio” venezolano, en
aquellos finales de
los años 80,
llega uno a
la conclusión que
en general la
extensa colonia hebrea
de Tetuán se sintió
en aquellos años
40 y 50
del siglo pasado
muy gozosa de
su convivencia en
nuestra querida Tetuán
donde eran admirados
y respetados por su
carácter emprendedor y
comercial y sin
olvidar que él
nació en Ceuta, pero
con apenas meses
de edad, su
familia se traslada
a Tetuán, por causas de
la guerra civil, y
que hizo sus estudios
superiores en la Universidad
de Ginebra, en Suiza, y que escribe
luego en Caracas,
desde la añoranza
del Tetuán de su
infancia, habiendo sido un
gran colaborador de la
revista Maguen – escudo, que edita
el Centro de Estudios Sefardíes
de Caracas. Fue a raíz de la
guerra de los
seis días, en
1967 cuando esta
enorme colonia judía
sintió temor de
ser agredida y muchos de
ellos emigraron a Argentina,
Venezuela y Canadá, entre
ellos mis amigos
Saúl, Simón, Jacobo, Esther, Judith
a los que
recuerdo estos días
con todo mi
afecto.
En esa Tetuán, que por algo fue llamada “Yerushalayim haketanna” o la pequeña Jerusalén, vivían por los años cuarenta del siglo XX una comunidad judía de aproximadamente seis mil almas, compuesta en parte por una clase media de comerciantes y de pequeños empresarios, o lo que no dudaríamos en catalogar de una pequeña burguesía, con una gran ascendencia cultural, típica de cualquier colectividad judía asentada en un país durante siglos, sin otras ambiciones que las de bien educar a sus hijos y procurarse la seguridad material que ofrece cierta fortaleza tanto en forma individual como colectiva.
Esto que pareciera ser de una banalidad única y sin ningún particularismo digno de mencionar, en esa “Tetuán, la blanca” calificada así por el color inmaculado de todas sus viviendas, en esa Tetuán, en donde los atardeceres poseen un sabor de poesía y constituyen un espectáculo digno de ser observado, invitando al visitante a volver a ella, en esa Tetuán a la que los judíos supieron transportar la cultura traída de Castilla y el folklore de sus ancestros de la Edad Media a la vez que se compenetraron de una forma casi perfecta con la vida indígena de los moros y más aún, de aquellos de sus correligionarios provenientes de las altas cordilleras del Rif o de la embrujadora ciudad de Xauen, la comunidad judía brillaba por su hidalguía entre las demás, por su inquietud insaciable de conocimientos y se enorgullecía de haber poseído y de seguir contando entre sus miembros con las más antiguas y distinguidas familias de “dayanim” de todo el norte de África. Se puede asegurar que Tetuán poseía un magnetismo atrayente que incitaba a sus moradores a llevar una vida espiritual y religiosa (…).
En esa comunidad judía tetuaní se fundían varias culturas, la árabe y la bereber, con su idioma y sus canciones, la francesa, traída a la comunidad por la alianza israelita universal con su primer colegio fundado en el año 1862; la hispana, traída por los megorahim y conservada por sus descendientes durante muchas generaciones y quizás tenuemente remozada por las autoridades del protectorado, y por último la principal, la cultura judía, basada en nuestra Torah y Talmud. Fue esa cultura judía y el amor por Eretz Israel, los que hicieron que algunos emigraran a Palestina, la tierra de Israel, en busca del país de la Biblia, la tierra de Canaán, que Dios les había dado por heredad y que ellos consideraban suya antes que ninguna otra. Iban a la tierra de sus ancestros a encontrar sus raíces, a demostrar su sionismo, que no era de carácter político, pero que sin duda alguna lo llevaban bien arraigado, pues habían rezado toda su vida tres veces al día pidiendo al Todopoderoso que los tornara a Sion. Iban a Jerusalén a rezar ante el “cótel maarabi”, a convivir con sus hermanos de fe procedentes de otras latitudes, en fin, a llevar una vida puramente judía.
Esa fue la Tetuán que conocí en mis años jóvenes, tal como la sentí y de alguna manera sigo sintiéndola, la Tetuán de la que quiero dejar constancia y cuya visión quiero trasladar a los que no la conocieron.
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