viernes, 29 de julio de 2016

Aprender a perder

Todo  viaje  entraña  despedidas  y  pérdidas. Nos  vamos  configurando  como  personas  a  través -entre  otras  cosas-  de  pérdidas  y encuentros. El  madurar  implica,  entre  otras  cosas,  una  serie de  tropiezos  contras  las  partes  duras  del  mundo,  donde  vamos  dejándonos  parte  de  nuestra  ingenuidad. Esas  pérdidas  pueden  pertenecer  a  ámbitos  muy distintos: material,  físico,  social, intelectual, afectivo, existencia,  etc. Podríamos  señalar  dos  grupos  de  pérdidas. La  pérdida de bienes  o  situaciones  ya  poseídos  que  desaparecen  o se  reducen  y  el  segundo  grupo  las  expectativas de  logros,  bienes  y  situaciones  que  esperábamos  obtener  en  el futuro. En  el primer  caso  aparecerá  más  en  primer  plano  la  sensación de  vacío. En  el segundo  suelen  prevalecer  la  desilusión  y  desmotivación,  la  desorientación  y  la  desestructuración,  en  relación  con  el  “ área  vital  afectada”.

Cada  uno  de  nosotros  es  más sensible  a  determinados  tipos  de  pérdida: una  persona  puede  estar  muy  afectada  por  la  pérdida  de  un  ser  querido,  o  de  un  estado  de  juventud,  mientras  a  otra  no  le  importa  demasiado  y  le  afectan  más  las  pérdidas  económicas,  un  puesto  privilegiado,  un  prestigio  social  o  profesional  o  sus  expectativas  de logros  personales  en  situaciones  afectivas  o  de  pareja. Echo  mano  del  poema  de Elizazbeth  Bishop:
El arte de perder se domina fácilmente; tantas cosas parecen decididas a extraviarse que su pérdida no es ningún desastre.Pierde algo cada día. Acepta la angustia de las llaves perdidas, de las horas derrochadas en vano. El arte de perder se domina fácilmente.Después entrénate en perder más lejos, en perder más rápido: lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar. Ninguna de esas pérdidas ocasionará el desastre.Perdí el reloj de mi madre. Y mira, se me fue la última o la penúltima de mis tres casas amadas. El arte de perder se domina fácilmente.Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aún más: algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente. Los extraño, pero no fue un desastre.Incluso al perderte (la voz bromista, el gesto que amo) no habré mentido. Es indudable que el arte de perder se domina fácilmente, así parezca (¡escríbelo!) un desastre.
No  hay  nada  más  difícil  que  el arte  de  perder. Afrontamos  las  pérdidas  según  nuestras  diferentes sensibilidades  y  estas  dicen  mucho  acerca  de  quiénes  somos  y  donde  colocamos  nuestro  núcleo de  identidad.


La  inevitable  tarea de  despedirse, hacer  el  duelo,  no  suele  ser  fácil. Salvo  aquellos casos  en  que  provoca  alivio (cuando  la  despedida  ocurre  respecto de algo  a  lo  que  no  queríamos  estar  unidos), casi  siempre  implica  tristeza  cuando  aquello de  lo  que  nos  despedimos  era  gratificante  para  nosotros ), dolor  (cuando  nos  despedimos  de  algo  o  alguien  que  amamos), rabia cuando  nos  obligan a despedirnos  porque  nos  quitan  algo  injustamente),  o  ansiedad (cuando  la  despedida  se  hace  respecto  a  algo  o  alguien que   nos  servía de  apoyo). Aunque  sean  desagradables, los duelos,  o  las  despedidas  es  sano (desde  el  punto de  vista  del  equilibrio  psicológico), pasar  por  ese  tipo de emociones  y  sentimientos, porque  son  acordes, son  la realidad  que  vivimos  y  nos  enraízan  en  ella.  Mas  la  evitación de  las  mismas  es  una comprensible  tentación,  que   a  su   vez  pueden  generar  despedidas insanas  que  perturbarán  la  honestidad  y  la  dignidad  del  camino.








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