Ese niño que todos llevamos dentro…
Decía Miguel de Unamuno: “No
sé cómo puede
vivir quien no
lleve a flor de
alma los recuerdos
de su niñez”. Yo
también como G. Barbeito
recordé versos sueltos, del
patio terrizo de
la casa natal: “Caja
de luz sin tapadera/molde de
mi infancia…” y el de
mi caballo que cuando
lo quise con
crin, pasó lo
que pasó: “…A mi
caballo lo perdí
una tarde/ que a
mi madre le
hizo falta la
escoba…” Sí…porque era solo
una caña entre
las piernas a
la que amarrábamos
un cordel a una
de las puntas
y trotábamos cielos
infinitos, bosques y
selvas, mares llenos
de piratas. G.Barbeito escribe
que en los
cuartos de los
niños actuales dormirán abandonados
tantos juguetes que
fabricaron con tan
excesiva precisión que al final
acaban abandonados. Juguetes,
que por lo
difícil de su mecanismo, acaban jugando con
el niño, y
el niño los
mira, sin poder hacer
nada, a ver qué luz
encienden, que ruido
sale de su
cuerpo de chapa o
de plástico, que
movimientos hacen. Dice él,
que aquel domingo, cuando iba
paseando vio a un padre
que llevaba de
la mano a
su hijo, y el niño
llevaba bajo el brazo
un viejo sueño
suyo, que de
pronto, se había convertido
en deseada realidad
de él. Cuando
llegaron a un
parquecillo, el padre
soltó al chiquillo, y
este, sin quitarse
su trenka, se metió el caballo
entre las piernas
y empezó, primero, a andar
por el césped del recinto, y al poco
a trotar, a galopar… Era
un palo cilíndrico
y una cabeza
de caballo tallada, con
la crin pintada
de color de la
canela -que buen alazán-
y el cabezal y
las riendas de cuero. En
el mismo parque, otros
niños intentaban de
dominar el mando a
distancia de sus
coches, sus grúas
o unos muñecos
raros, tipo robot,
y de pronto
lo dejaron todo y
se quedaron extasiados
mirando al niño
que trotaba cabalgando
un hermoso y
altivo caballo de madera. Supo
que entonces todos
los niños hubiesen
cambiado gustosamente sus
juguetes por aquel
hermoso caballo, porque mientras
ellos solo podían
mirar sus juguetes,
aquel niño montado
en su orgulloso
caballo además jugaba.
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