Buscando razones para vivir
La historia de
la humanidad está cifrada en vidas, en millones
de vidas de
personas que han
pasado por el tiempo
y por la
historia y han
dejado su huella. El
nacer era suficiente para entrar
en la historia,
aunque la inmensa
mayoría pasará por
ella sin pena
ni gloria, y después de
unos años de
vida abandonan el
tiempo haciendo mutis
por el foro. Nadie los
recuerda en la
historia, pero también ellos hicieron
historia. Se fueron con
sus alegrías y
sus penas, con sus
recuerdos y sus
ilusiones, pero vivieron
como personas. Hoy comienza
ya a ser
difícil entrar en
la vida. El escenario
está ocupado y
no caben ya más
“extras” y los protagonistas no
encuentran su lugar.
En una
sociedad tan competitiva -dice Valentín V. Franco, no hay
espacio para más
vida. El control de natalidad
obsesiona a quienes
pretenden que el
escenario sea solo para
ellos. Si por error algunos
entran en el
espacio de la vida,
se las ven
y se las desean
para seguir adelante. Hay
que tener razones
para nacer, es
decir, garantías de vida: una
familia que acoge,
unas posibilidades de
alimentación, de educación, una
situación social, etc. Ya no
nacen los niños
con el pan bajo el brazo. Todavía no
han nacido y
ya se ven
sometidos a las
primeras “oposiciones” de sus posibilidades de
ser persona. Como en
todas las oposiciones,
hay miles presentados
para contadas plazas.
Los que alcanzan
la vida, después de
los primeros años
tienen que organizarse
como personas, es
decir, como seres pensantes
libres y capaces, por
si mismos, de
tomar decisiones. La
primera de estas
decisiones se centra
en la vida
misma ¿Por qué vive? ¿Para qué se
vive? ¿Qué espera de
la vida?
Parecen preguntas obvias,
pero no lo
son. Desgraciadamente es frecuente
que los medios
de comunicación social
nos hablen de jóvenes
que atentan contra
sus vidas. En estos
mismos días llegan
noticias de la
muerte de un
niño de 13 años en Almería,
de una
joven universitaria de
cuarto de Derecho que acaba
con sus jóvenes
años en Madrid o
de un motorista
kamikaze que se
estrella con su
moto en Málaga.
La organización mundial de
la salud nos
habla ya en
España del doble
de muertes por
suicidio que del número anual
de muertos en
accidente de tráfico.
Y la lista sería interminable
si habláramos de las
sobredosis de droga
o de tantas y
otras formas que
hay de decirle
no a la
vida. NO BASTA VIVIR,
o SOBREVIVIR, hay que
tener RAZONES PARA
VIVIR.
Decía hace tiempo
el rector de
la Universidad de
Harvard que los
jóvenes carecen de “una
filosofía que de
sentido a la
propia vida”. Y
encima ahora las
autoridades educativas nos
amenazan con suprimir
la filosofía del
bachillerato. Recuerdo que en
el cementerio de
un pueblecito de Portugal
hay muchas lapidas
que dicen “Murió en contra de
su voluntad”. No es
un chiste. Los
lugareños explicaban que
hubo una época
en la que
era frecuente la muerte violenta
de los vecinos,
ya fuera tirándose
al pozo, ya
fuera ahorcándose en
cualquier árbol…“Morir contra
su propia voluntad”- en aquellas circunstancias– no era
un título superfluo.
Hoy muchos jóvenes
no quieren vivir ¿Nos
hemos preguntado el porqué?
El sentido de la
vida es la
plenitud de ser persona, de ser
alguien y de crecer
en aras de unos
ideales. La persona “se
hace”; se hace a sí misma
y se hace para
los demás. No
encontrarle sentido a la
vida es renunciar
a “hacerse”. Esta juventud de
hoy, lo tiene
todo, se le da
todo, se le prescribe
de todo, se
le impone todo. No les
queda espacio para “hacerse”. Entiendo que
un exagerado pre determinismo par
parte de sus progenitores
o de la sociedad
merme el sentido de
la vida.
Ese excesivo proteccionismo y
facilidad que hoy
se le brinda
a la juventud desgastan las
ganas de vivir ¿Vivir parra
ser y
hacer lo que
los otros quieren?
¿Vives o te
viven? Es preciso dar autonomía a
la persona para que esta
pueda ser tal. No
roboticemos la vida de
los jóvenes con
falsos proteccionismos. No
les demos tantos
“peces”. Como aquel
conocidísimo cuento oriental
donde se nos hablaba
de proporcionarles una
caña de pescar
y enseñarlos: hay que
indicar el campo y
el instrumento de vida
pero que sea
el propio ingenio
del joven el
que agudice su
finalidad. Habrá quien se contente
con pescar para comer cada
día, quien inventará la fábrica
de conserva y
quien pensará en
la exportación del pescado. Esos
son terrenos explorados por
quienes tienen espacio
para vivir.
Razones para
vivir se
tienen cuando el
hombre asume su
responsabilidad de aportar algo a
esta historia, aunque
ese algo sea
solamente su propia
dignidad humana llevada
con elegancia. La
juventud vive sumida
en una atmósfera
que no solo está
degradada ecológicamente sino también
ética y espiritualmente. En ese ambiente
solo pueden sobrevivir
los que tienen la
mascarilla del dinero, del
poder, de la frivolidad, por
una parte, o
los que han
alcanzado un espacio de menor
contaminación y todavía
se respira el
aire fresco de una
humanidad que cree
en sí misma
y que se sabe
hecha a imagen de Dios y tratan de
responder a su
vocación trascendente. Como
los peces de nuestros
ríos contaminados la juventud
está muriéndose de asfixia. Debemos originar
movimientos ecológicos y sociales
que nos devuelvan
horizontes dignos de la
condición humana, que proporcionen
el gusto de vivir, que
ofrezcan a las
nuevas generaciones razones para vivir y sepan dar
razones también de sus
esperanzas.
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