jueves, 21 de julio de 2016

Érase una vez

...Regreso a ÍTACA con los héroes de nuestra INFANCIA


Érase una vez…Si, cuando oímos estas palabras, se crea como una especie de magia en nuestro interior, algo de nuestra infancia se despierta. Conectamos con aquella nuestra infancia, la etapa en donde conseguimos crecer más que en cualquier otra etapa de nuestra vida. La infancia era un tiempo de nuestras vidas en donde teníamos expectativas, y todo estaba por descubrir y hacer y nada de lo que queríamos parecía tener límites o ser imposible. Poco a poco, sin grandes lecciones fuimos capaces por primera vez de experimentar los grandes sentimientos y valores que nos definen como personas: justicia, valentía, lealtad, heroísmo, amor… Si estás cualidades son las que nos hicieron capaces de interiorizar valores positivos. ¿Por qué no regresar a ellos para seguir creciendo? Cuenta Gª del Oro, que si lo hacemos, seguro que nos sorprenderemos y descubriremos al igual que Chesterton que “los cuentos de aventuras o de hadas son más que reales: no porque nos enseñan que se puede vencer a los dragones quien no tiene dragones en su vida, en su infancia y en la adultez que vencer".



J. Campbell, en su libro El héroe de las mil caras, describió la estructura narrativa de los cuentos y de toda narración épica. Según el autor norteamericano puede variar la historia, los personajes y las circunstancias, pero el esqueleto sigue siendo el mismo. Teniendo presente la estructura del héroe podemos usarla hoy en nuestra adultez también para crecer, también a nuestro favor. Cuando nuestro mundo ordinario no es muy atractivo, y sometido a una serie de prejuicios sociales, competitivos, faltos de valores, valores corruptos, frustraciones, decepciones… es cuando nos damos cuenta de que en nuestro mundo diario hay algo que ya no funciona. Algo se ha colado en la tranquilidad del día a día. Se empieza a plantear un desafío, un reto, una aventura. Puede ser, por ejemplo que , sin saber muy bien por qué empecemos a no sentirnos realizados en nuestra labor cotidiana. O que aparezca una nueva vocación en nuestro interior. Nos sintamos “enamorados “ de otros rumbos, otras referencias…Cada cual, cada uno tendrá su llamada cuando y donde deba, pero cada uno sabrá que no es algo pasajero, una incomodidad que se despejará sola. Es algo que reconocemos como una ilusión que nos nace, como algo que necesitamos probar. Y. así, decidimos emprender un viaje. Decidimos cruzar. Salir de nuestra zona de comodidad. Hemos aceptado esa llamada que ha ido creciendo en nuestro interior, casi sin darnos cuenta, ya sea, perseguir esa naciente vocación, o presentarnos a esa oposición, o aspirar a ese ascenso. Pero todo tiene su reverso, así que también conoceremos la envidia, enemigos, chinitas en los mocasines o en el calzado con que amortigüemos la marcha en el camino que emprendemos, adversarios. Aparecerán nuevos problemas que requerirán de nuestro ingenio o de pergeñar nuevas soluciones que antes no se nos habían ocurrido. Si, y crecemos con ellos, compartimos momentos de aprendizaje y vulnerabilidad. Poco a poco nos vamos sintiendo preparados para afrontar los desafíos que se presentan en el horizonte. Indudablemente salimos reforzados y recompensados. Conseguimos algo importante, el tesoro escondido, aquel tesoro personal como el que nos indica Jesucristo, o el que aparecía en nuestros cuentos de piratas y la isla abandonada. Un tesoro personal que nos indica que estamos avanzando. Ya no somos los mismos que decidieron abandonar la zona de confort. Y recuerdo aquella madre que al volver su hijo adolescente de una travesía de toda la sierra, después de quince días de marcha y acampadas en condiciones duras dijo aquello de: ¡SE FUERON NIÑOS Y VOLVIERON HOMBRES¡“ . Ya no somos los mismos que decidimos abandonar aquella nuestra zona de confort. Podría parecer que aquí acaba la aventura. Pero no es así. Aun faltan pasos para completar nuestra aventura o nuestro viaje al interior de uno mismo. Uno de ellos es el regreso. Como diría Cesar P. de Tudela,”cuando se hace cumbre, ya solo se piensa en saber elegir la ruta de regreso, que no está exenta de menos peligro que la escalada “ En el camino de vuelta nos encontraremos con nuevos desafíos y una prueba definitoria final que nos hará dudar. Es el primer fracaso. Una derrota que hará que posiblemente nos tambaleemos. Pero el héroe que hemos despertado en nosotros saldrá ineludiblemente victorioso de la última gran prueba. Es la victoria final. Esto no significa que no habrá mas derrotas, mas piedras en el camino, tropezones o más dificultades. Significa que ya tenemos las herramientas y los procesos mentales y emocionales necesarios para seguir avanzando, que ya hemos incorporado todo lo necesario para que miremos los desafíos con confianza. Y VOLVEMOS A ÍTACA. Volvemos a nuestro mundo ordinario. Ya no somos los mismos. Ahora debemos compartir con los demás todo lo que hemos aprendido. Porque no hay mejor manera de seguir aprendiendo que enseñar a los demás lo que ya sabemos. Buen viaje.




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