Pigmalión y Galatea en el aula
Dice el
viejo Proverbio chino
que “la vida de
un niño es
como un trozo de papel
en el que todos los que
pasan dejan una señal”.
Cuenta también
Ovidio que Pigmalión, rey de Chipre, esculpió una
estatua de mujer
tan hermosa que se
enamoró perdidamente de
ella. Luego invocó a
sus dioses, y
estos convirtieron la estatua
en una real
bellísima mujer de
carne y hueso, a
la que Pigmalión
llamó Galatea, casándose con
ella y siendo
muy felices.
Cuando nos
relacionamos con una persona,
le comunicamos las
esperanzas o expectativas
que abrigamos acerca de
ella, las cuales
pueden convertirse en
realidad. En términos algo más
técnicos: las expectativas que
una persona concibe
sobre el comportamiento de otra
pueden llegar a
convertirse en una
“profecía de cumplimiento
inducido”. El efecto Pigmalión
es pues un
modelo de relaciones interpersonales según
el cual las
expectativas, positivas o negativas
de una persona
influyen realmente en otra
persona con la
que aquella se
relaciona. Este modelo ha
sido cuidadosamente estudiado
y comprobado en el comportamiento
de niños
y jóvenes, tanto en el
aula como en
la calle, el hogar,
y también en
otros muchos grupos
humanos especialmente relacionados con el
mundo de la empresa.
La clave
del efecto es la autoestima, pues
las expectativas positivas
o negativas del Pigmalión emisor
se comunican al receptor, el
cual, si las acepta , puede y
suele experimentar un
refuerzo positivo o
negativo de autoconcepto o autoestima,
que a su vez
constituye una poderosa
fuerza en el desarrollo de la
persona, como estima
J. Vicente Bonet.
También en la
vida real abundan los pigmaliones.
Al responsable de un
grupo de boy scouts
le llevaron un día una
chica bastante problemática. Se llamaba
Loli y provenía
del Tribunal de Menores.
Loli tenía la
cara desfigurada por
las palizas que
su madre le había propinado.
De padre alcohólico
y madre prostituta. El responsable
scout que tenía
madera de Pigmalión
relataba: “En cuanto la conocí,
enseguida intuí que
íbamos a tener una relación especial. Me
sentía muy identificado con ella;
su situación me había hecho
verla con ojos de comprensión
y de afecto pues
veía en aquella
Loli violenta a
otra Loli capaz
de amar y deseosa de
ser amada y
estimada. Le exigí como a
todos los demás.
Y así, casi sin darnos
cuenta, su actitud fue cambiando, se fue
suavizando. Cuando se dirigía
a mí, su
famosa agresividad no aparecía por
ningún lado; y también
hizo grandes progresos en
el grupo scout”.
El profesor
J. Buron de la Universidad de Deusto concluye
que el efecto
Pigmalión en el
aula es uno de
los datos más
uniformemente confirmados en
la psicopedagogía actual. Advierte, con
toda razón, que en
este proceso la
fe del educador en
sus propios recursos
desempeña un papel de suma
importancia. Tanto es así
que los educadores más eficaces se
suelen distinguir por
su actitud de pigmaliones
positivos y sin
embargo los menos
eficaces por lo
contrario.
Muchos alumnos
que tuvieron profesores
y educadores con
este sentido de pigmalion
cuentan que al
sentir que se
confiaba en ellos,
aprendían también a confiar
en sí mismos.
Se ha demostrado
que existe una
correlación positiva entre
la cordialidad del educador
en el aula y
la autoestima del
alumno.
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