Un Majarajá se
hizo a la mar y, al
poco rato , se desató
una gran tormenta.
Uno de los esclavos
de a bordo
comenzó a llorar y a gemir
de miedo, porque era la primera
vez que subía a
un barco. Su llanto
era tan insistente
y prolongado que
toda la tripulación
comenzó irritarse. Y a punto
estuvo el Majarajá
de arrojarlo personalmente
por la borda.
Pero su primer
Consejero, que era
un hombre sabio,
le dijo; No. Dejadme a mí ocuparme
de él. Creo que puedo
curarlo” , Y ordenó a unos
cuantos marineros que
arrojaran a aquel
hombre al mar
atado con una cuerda. En
el momento en
que se vio
en el agua,
el pobre esclavo,
totalmente aterrorizado, se
puso a chillar
y a debatirse
frenéticamente. Al cabo de unos segundos, el
sabio ordenó que lo
izaran a bordo.
Una vez en
cubierta, el esclavo
se tendió en un
rincón en absoluto
silencio. Cuando el Majarajá
quiso saber a
qué se debía
semejante cambio anímico,
el consejero le
dijo: “ Los seres humanos
nunca nos damos
cuenta de lo
afortunados que somos
hasta que nuestra
situación empeora”.
Durante la Segunda
Guerra Mundial, un
hombre estuvo veintiún
días en una
balsa a la deriva, hasta
que fue rescatado. Cuando le
preguntaron si aquella
experiencia le había enseñado algo,
respondió: “Si; si hubiera tenido
comida y agua
en abundancia, habría
sido tremendamente feliz
el resto de mi
vida”. Decía un anciano
que sólo se había quejado
una vez en
toda su vida; cuando
iba con los
pies descalzos y
no tenía dinero
para comprarse unos
zapatos. Entonces vio a
un hombre feliz
que no tenía
pies. Y nunca
volvió a quejarse.
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