¡!Cualquiera lo diría¡!: aprender a llorar
En aquella época
de mi infancia,
me decía muy
serio mi padre: “Los
niños no lloran…”.
Llorar ante todo
es un ejercicio
sano, y nuestras
lágrimas no deberían avergonzarnos. Tendríamos que
conservarlas en un frasco. Como las
buenas esencias. Y mirarlas de
vez en cuando. “ Mis
lágrimas del fracaso
nº 717…y este
tarrito casi lleno,
las del fracaso
334 ohhh”. Nadie se
liberaría, porque todos
nacemos con el llanto
incorporado, el más
puro que nos
prepara para los
que vendrán después. Alguien solo tendría un
frasco y lo
observaría, orgulloso. Puede
que se entretuviese
contando cada gota. Otros
guardarían una hilera de
frascos, ordenada en los
estantes de cualquier armario. O
un álbum de
frasquitos como el de
fotos. No tendríamos que permitir
que el paso del
tiempo o el contacto
con el aire
las hiciesen desaparecer. No nos gusta
que se evaporen los
sentimientos.
Alguien dijo que
no lloramos porque
estemos tristes, sino
que estamos tristes
o que lloramos. No se
trata de una frase ingeniosa. Seguro que,
si lo pensáramos, todos tenemos
motivos para llorar.
Pueden ser motivos trascendentales, o
pueden ser motivos minúsculos,
casi ridículos, pequeñeces,
que, en un momento
dado, se nos aparecen desproporcionados, hechos
de una medida
irreal ¿Quién no ha sentido
el deseo de llorar, al ver
una película o
leer ciertos párrafos
de un libro? ¿Quién
simplemente, no ha
utilizado una chispa de
la pena provocada
por las páginas
de un libro
o la pantalla del cine para verter
toda la pena propia, la que surge
de las decepciones o del desconcierto?
Lágrimas necesarias para nuestro equilibrio emocional. Lagrimas que son como las gotas de lluvia cuando caen, lentas, por las fachadas. Hay personas que nunca lloran. Se les seca el agua en los ojos y transforman la mirada en un trozo de cristal. Se les hace un nudo el dolor y no pueden salir, pero tampoco consiguen tragárselas del todo. Hay personas que querían llorar pero no pueden. Yo he sido uno de ellos durante muchos años. Esas personas solo son capaces de detener la vista en un punto y dejarla muy quieta. Hay personas que lloran, aunque darían media vida por comerse las lágrimas y disimular su rastro. Como mi padre. Decían que los hombres nunca lloran, pero, por suerte, es mentira. Mujeres y hombres lloramos cuando tenemos la sensación de que algo nos conmueve, como un terremoto la fortaleza aparente de “ese peasso edificio indestructible que a veces nos creemos”. Recomiendo hoy “to emosionao” el capítulo de Aprender a llorar de Iosu Cabodevilla en el capítulo 8 del libro editado por el jesuita Carlos Alemany titulado 14 APRENDIZAJES VITALES EDITADO POR LA EDITORIAL DESCLÉE. No tiene desperdicio.
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