“PASIÓN POR EL CONOCIMIENTO; MIS LIBROS, MI BIBLIOTECA: LOS LIBROS NOS LEEN”
Decía el
profesor Emilio Lledó porque
quiero saber de dónde vengo,
porque el lenguaje
tiene luz y
no es una metáfora.
Mi biblioteca es
una pertenencia peculiar,
objetos que hablan
y que nos
hablan. Que dialogan, que
esperan que los
tomemos con nuestras
manos. Filosofía no es
el amor a la sabiduría,
es curiosidad hacia
las cosas, inquietud
por entender y
comprender. Nos sería
casi imposible imaginar
un mundo sin
pasado, sin libros
sobre los que
pudiéramos volver la
mirada y reencontrar
el tiempo de otros
latidos que no
fueran los nuestros. Leemos los
libros tanto como los
libros nos leen. Descubren cosas
de nosotros mismos,
nos escrutan. Hay que
solidarizarse con los
libros para verse
a uno mismo. Una
cita ajena, de Séneca
que Lledó encontró
en la biblioteca Nacional
cuando iba de
joven. Agradecido a Descartes
por haberse conocido
o reconocido a sí
mismo, haberle descubierto
como filosofo” el anti místico”
que la libertad
del individuo es
la libertad de lo
que pensamos. Dicen los
conocidos de Lledó que puede
recitar hasta el
amanecer pasajes de
Platón en griego.
Y que la
verdadera biblioteca la
almacena en su memoria,
como si fuera
una especie protegida en
el desenlace de Fahrenheit
451. Allí en la biblioteca a
principios de la
guerra, leyendo un día se
le acercó un
militar de las
brigadas Internacionales para
regalarle los cinco
tomos de El diccionario
etimológico de Roque Barcia,
una obra
menor en cualquier
biblioteca, pero la más
entrañable de cuantas
recuerda Lledó porque
suponía la intuición de
un soldado admirado
que ha visto
delante de si
la mirada de
asombro de un niño
embelesado en los
libros.
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