jueves, 21 de julio de 2016

Eco

La personalidad de Umberto Eco

Me parece que era un proverbio africano aquel que afirmaba que “cuando un anciano muere o desparece es como si se hubiese quemado o incendiado una grandísima biblioteca”. Y que verdad que es, la muerte de Umberto Eco significa la desaparición de toda una enciclopedia viva difícilmente restituible, ante todo. No podría entenderse la segunda mitad del siglo XX sin él y sus escritos. Habló de todas las materias, lector culto y constante. Fue conocedor de muchos autores y sus respectivas lenguas, experto en Cervantes y nuestro Siglo de Oro. Tuvo en Borges a uno de sus grandes maestros e inspiradores. Gran creador, escritor de novelas fundamentales de la segunda mitad del siglo XX. Su metodología de trabajo pero sobre todo su gran capacidad de escribir es para todos nosotros un misterio casi como lo fue Lope de Vega. No hay libro, sobre todo de pensamiento, de filosofía y de teoría literaria, en cuyo índice no esté citado o haya referencias a él. Yo especialmente admiraba la entrañable amistad entre él y el jesuita cardenal Martini, hombre también de una gran formación humanística pues en esa gran amistad echaron horas y horas discutiendo y analizando multitud de temas de profundidad humanística y misterios de la psique del hombre, que nos dejaban anonadados...a propósito de la memoria, explicaba “Somos nuestra memoria. Es decir, la memoria es el alma”. Desde el catolicismo juvenil que le llevó a apasionarse por Santo Tomás de Aquino, Eco evolucionó hasta mantener una posición laica. Una vez aseguró: “ Si un día llego al paraíso y puedo encontrar a Dios, tengo dos posibilidades: si es el vengativo del Antiguo Testamento, me doy la vuelta y me meto directamente en el infierno; si es el Dios de Jesús, el Dios del Nuevo Testamento, entonces hemos leído los mismos libros y hablamos la misma lengua. Seguro que nos entenderemos” Eco hubiera deseado ver a su amigo Martini convertido en Papa, a la muerte de Juan Pablo II. Parece ser que estuvo a punto, pero ya Martini, arzobispo cardenal de Milán, advirtió de su grave enfermedad y redireccionó la cantidad enorme de votos a su favor hacia Bergoglio y Ratzinger. Siempre con la sonrisa en su rostro, Martini y Eco se admiraron mutuamente. Bueno sería releer estos días los libros de ambos, pero especialmente el que publicaron conjuntamente.









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