Tánger, el año que viene
El año que
viene en Tánger...
Tánger, que diría H. Louassini no es una ciudad cualquiera;
su impronta trasciende la nostalgia de un pasado ingenuamente glorioso y se
traduce en un arraigado sentimiento de pertenencia a un lugar único. Gente
colorida y variopinta, tangerinos de distintas confesiones y orígenes,
transitaban por sus calles blancas. Les unía la elección o el destino de
compartir esta tierra de mezclas, ancestral puerto abierto a los viajeros.
Cualquier desterrado encontraba en Tánger su refugio. Desde hace unos años,
volver a Tánger siempre es una alegría y una congoja; alegría por volver como a
casa y congoja por no reconocer ya los espacios de mi infancia y constatar una mutación
social enmarañada. Escribía William
Burroughs “Tánger es realmente
el pulso del
mundo, como un sueño
que se extiende
del pasado al futuro, una frontera
entre el sueño y
la realidad, que
cuestiona la realidad
de uno como
la del otro. Aquí nadie es
lo que parece”. Otra
particularidad de Tánger era
su estatus lingüístico:
se hablaba y
entremezclaba el árabe,
haquitía (dialecto judeoespañol),
el castellano, el francés, el inglés, el
italiano. Los tangerinos cambiaban
de idioma según
su interlocutor. Ser poliglota
en Tánger, era
en aquella época
de los barrios
francés, español, americano, italiano,
inglés…dominar del quinto
idioma en adelante,
como bien decía
Carlos Nezry. Aquella sociedad
multicultural, abierta y
cosmopolita está en
vías avanzada de extinción. Como bien
dice Houda Louassini. El
libro El año que
viene en Tánger, es
la novela de
un poeta, Ramón Buenaventura, cronista
de la historia
y de una
generación, la de
los “pied noirs”
de aquellos que
vivimos en el tardo-protectorado, la
post independencia, y
el Tánger de aquellos años
de decadencia. Tánger como
ciudad de zoco, pero también de puerto
franco, una ciudad
africana pero cosmopolita,
una ciudad que es
puerta de un
continente y por
lo tanto, al tiempo,
dos orillas en sí misma.
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