lunes, 25 de julio de 2016

Tánger, el año que viene

El año que viene en Tánger...


Tánger, que diría H. Louassini no es una ciudad cualquiera; su impronta trasciende la nostalgia de un pasado ingenuamente glorioso y se traduce en un arraigado sentimiento de pertenencia a un lugar único. Gente colorida y variopinta, tangerinos de distintas confesiones y orígenes, transitaban por sus calles blancas. Les unía la elección o el destino de compartir esta tierra de mezclas, ancestral puerto abierto a los viajeros. Cualquier desterrado encontraba en Tánger su refugio. Desde hace unos años, volver a Tánger siempre es una alegría y una congoja; alegría por volver como a casa y congoja por no reconocer ya los espacios de mi infancia y constatar una mutación social enmarañada. Escribía  William Burroughs “Tánger  es  realmente  el  pulso  del  mundo, como  un  sueño  que  se  extiende  del  pasado  al  futuro,  una frontera  entre el  sueño  y  la  realidad,  que  cuestiona  la  realidad  de  uno  como  la  del  otro. Aquí nadie  es  lo  que  parece”. Otra  particularidad  de Tánger  era  su  estatus  lingüístico:  se  hablaba  y  entremezclaba  el  árabe,  haquitía (dialecto  judeoespañol), el  castellano,  el francés, el  inglés, el  italiano. Los  tangerinos  cambiaban  de  idioma  según  su  interlocutor. Ser  poliglota  en  Tánger,  era  en  aquella  época  de  los  barrios  francés, español,  americano,  italiano,  inglés…dominar  del  quinto  idioma  en  adelante,  como  bien  decía  Carlos  Nezry. Aquella  sociedad  multicultural,  abierta  y  cosmopolita  está  en  vías  avanzada de  extinción. Como  bien  dice  Houda  Louassini. El  libro  El año  que  viene  en  Tánger, es  la  novela  de  un  poeta, Ramón Buenaventura,  cronista  de  la  historia  y  de  una  generación,  la  de  los  “pied  noirs”  de  aquellos  que  vivimos  en  el  tardo-protectorado,  la  post  independencia,  y  el  Tánger  de  aquellos  años  de  decadencia. Tánger  como  ciudad  de  zoco, pero también de  puerto  franco,  una  ciudad  africana  pero  cosmopolita,  una ciudad  que  es  puerta  de  un  continente  y  por  lo  tanto,  al tiempo,  dos  orillas  en  sí  misma.









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