Somos, científicamente, hijos de las estrellas
Durante nueve meses estuvisteis en el vientre de vuestra
madre. Pero antes, mucho antes, pasásteis millones de años en el vientre de una
estrella.
Cada uno de los átomos de carbono que componen el cuerpo de
la persona a la que amáis, y el vuestro, se formó en el corazón de una
estrella.
Somos, científicamente, hijos de las estrellas.
Después del Big Bang, sólo había átomos de hidrógeno. Esos
átomos formaron la primera generación de estrellas, que brillaron durante
cientos de millones de años. En su interior se formaron los elementos químicos
que sostienen la vida: carbono, oxígeno, nitrógeno. Las estrellas de la primera
generación explotaron, esparciendo el polvo cósmico que formaría sistemas
solares como el nuestro.
¿Puedo proponeros algo? La próxima vez que salgáis a pasear,
y veáis una estrella en el cielo, parad unos segundos a contemplarla. Quizás,
en su interior, se estén formando átomos que un día cobrarán vida. Quizás,
dentro de cientos de millones de años, otro ser contemple las estrellas y
piense que alguien en el pasado, mientras observaba el cielo, le vio nacer.
Os dejo en la compañía de Neil de Grasse Tyson, astrofísico y
director del Planetario de Nueva York:
Cuando miro al cielo por la noche, me estremezco al pensar
que somos parte de este Universo, que estamos en el Universo, y quizás más
importante aún: que el Universo está en nosotros. Muchos, al mirar las
estrellas, se sienten diminutos porque el Universo es inmenso. Yo me siento
enorme porque todos los átomos que me forman vinieron de esas estrellas.
Esta conexión es quizás la necesidad más primitiva del alma
humana. Necesitamos sentirnos relevantes, necesitamos sentirnos partícipes de
lo que ocurre a nuestro alrededor. Estamos conectados con el Universo. Por el
simple hecho de estar vivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario