El pintor que no quiso ser médico
Se cumple este
año el centenario del nacimiento
de Antonio Robles Cabrera, uno de los
creadores almerienses más singulares del siglo XX, ya que pertenece a los
pioneros en la lucha contra la concepción histórica que dividía el arte y la
artesanía, apostando por la producción artística como proyecto empresarial.
No fue fácil que Antonio pudiese cumplir su sueño de ser pintor. Hijo de Vicente Robles, un constructor almeriense bien acomodado, que le puso innumerables dificultades para matricularse en Bellas Artes e n Madrid, su auténtica vocación. Marchó pues a Madrid a hacer Medicina, y aunque sacó adelante sus estudios, se vio sorprendido por la guerra, y tuvo que volver a Almería, alistándose en el Ejército Republicano. Los estudios de medicina le sirvieron para ejercer como teniente médico en un tren hospital que recorría los frentes de la guerra, esencialmente Zaragoza y Teruel. Una vez terminada la contienda, su hermano Vicente, coronel de la Guardia Civil, tiene que abogar en su nombre para no ser enjuiciado y encarcelado. Tras la guerra, frecuenta el Café Gijón y ya emprende sus estudios de bellas artes. Con pintores como Francisco Alcaraz, Luis Ocaña, Luis Cañadas y otros. Es en 1954 cuando emprende con su familia una gira por Melilla, Ceuta, Tetuán, Tánger y Casablanca, recogiendo en sus lienzos los zocos , las costumbres, usos y sobre todo la pobreza de aquellos lugares.
Artista autodidacta sensible al contexto histórico social en el que vivió, supo plasmarlo realizando un arte de su tiempo que contribuyó a la renovación de la imagen de la ciudad de Almería dentro y fuera de la provincia. Muchas de sus obras forman ya parte del patrimonio inmaterial de Almería, al que ha contribuido con la creación de significativos símbolos de su iconografía popular, que marcaron una época y pertenecen a la memoria histórica y visual de varias generaciones.
Los grandes carteles de cine en la década de los setenta, aquellos paneles enormes en los que aparecían los rostros de las estrellas hollywoodienses, que hacían soñar, eran de su creación, otros como los de Feria, o Semana Santa, fueron también de sus autoría.
Junto a Jesús de Perceval, Juan Cristóbal y Martínez Puertas forma parte del reducido grupo de imagineros almerienses. Patrimonio al que contribuyó con su conjunto escultórico para el paso del Resucitado, un valiente manifiesto personal en el que expresó las claves para una renovación del género.
Su carácter bohemio y cosmopolita alimentó su espíritu viajero, llevándole a la búsqueda de lo pintoresco y exótico desde el protectorado de Marruecos a París. En su obra supo plasmar la conexión con su tierra natal a través de la luz y la cultura mediterránea, encontrando en La Chanca un escenario para expresar sus valores personales. En el terreno de las artes plásticas desarrolló una larga carrera como pintor en solitario integrándose en la década de los años setenta en el movimiento Indaliano, del que fue miembro fundador. Activo hasta el final de su vida, realizó un gran número de exposiciones individuales en toda España
Su especialidad fue el retrato artístico, género en el que demostró desde sus inicios una particular sensibilidad, reconocida por crítica y público. Protagonizados por su ámbito familiar, contó con gran número de encargos de amigos, políticos y personajes populares.
Queremos los admiradores de este autodidacta pintor este año recordar a este artista y valorar su obra, así como divulgarla y darla a conocer, recordar aquellas imágenes y mostrarlas a las nuevas generaciones. En Almería hay una serie de obras de este autor, algunas muy conocidas como es el caso del Retrato de Manolete, expuesto en el Bar El Quinto Toro en la capital, así como un autorretrato del propio autor hecho a acuarela, así como un cartel de la Feria de Almería del año 1955 e incluso un retrato de Bartolomé Marín, cuando el sacerdote era muy joven. Un artista poco conocido pero de un gran valor.
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