jueves, 18 de agosto de 2016

Antonio Robles Cabrera

El pintor que no quiso ser médico

Se  cumple  este  año  el centenario del nacimiento de Antonio  Robles Cabrera, uno de los creadores almerienses más singulares del siglo XX, ya que pertenece a los pioneros en la lucha contra la concepción histórica que dividía el arte y la artesanía, apostando por la producción artística como proyecto empresarial. 

No  fue  fácil  que  Antonio pudiese  cumplir  su  sueño  de  ser  pintor. Hijo  de  Vicente Robles,  un  constructor  almeriense  bien  acomodado,  que  le  puso  innumerables  dificultades  para  matricularse  en  Bellas  Artes e n Madrid,  su  auténtica  vocación. Marchó  pues  a  Madrid  a  hacer  Medicina,  y  aunque  sacó  adelante  sus  estudios, se  vio  sorprendido  por  la  guerra, y  tuvo  que  volver  a  Almería,  alistándose  en  el Ejército  Republicano. Los  estudios  de  medicina  le sirvieron  para  ejercer  como  teniente  médico  en  un tren  hospital  que  recorría  los  frentes de  la  guerra, esencialmente  Zaragoza  y  Teruel.  Una  vez  terminada  la  contienda, su  hermano Vicente,  coronel de  la Guardia  Civil, tiene  que  abogar  en  su  nombre  para  no  ser  enjuiciado  y  encarcelado. Tras  la  guerra,  frecuenta  el Café  Gijón  y  ya  emprende  sus  estudios de  bellas  artes. Con  pintores  como  Francisco Alcaraz,  Luis  Ocaña,  Luis Cañadas y  otros. Es  en  1954  cuando  emprende  con  su  familia  una gira  por  Melilla, Ceuta, Tetuán, Tánger  y Casablanca, recogiendo en  sus  lienzos  los  zocos , las  costumbres, usos  y sobre  todo  la pobreza  de  aquellos  lugares.


Artista autodidacta sensible al contexto histórico social en el que vivió, supo plasmarlo realizando un arte de su tiempo que contribuyó a la renovación de la imagen de la ciudad de Almería dentro y fuera de la provincia. Muchas de sus obras forman ya parte del patrimonio inmaterial de Almería, al que ha contribuido con la creación de significativos símbolos de su iconografía popular, que marcaron una época y pertenecen a la memoria histórica y visual de varias generaciones.

Los grandes carteles de cine en la década de los setenta, aquellos paneles enormes en los que aparecían los rostros de las estrellas hollywoodienses, que hacían soñar, eran de su creación, otros como los de Feria, o Semana Santa, fueron también de sus autoría.

Junto a Jesús de Perceval, Juan Cristóbal y Martínez Puertas forma parte del reducido grupo de imagineros almerienses. Patrimonio al que contribuyó con su conjunto escultórico para el paso del Resucitado, un valiente manifiesto personal en el que expresó las claves para una renovación del género.

Su carácter bohemio y cosmopolita alimentó su espíritu viajero, llevándole a la búsqueda de lo pintoresco y exótico desde el protectorado de Marruecos a París. En su obra supo plasmar la conexión con su tierra natal a través de la luz y la cultura mediterránea, encontrando en La Chanca un escenario para expresar sus valores personales. En el terreno de las artes plásticas desarrolló una larga carrera como pintor en solitario integrándose en la década de los años setenta en el movimiento Indaliano, del que fue miembro fundador. Activo hasta el final de su vida, realizó un gran número de exposiciones individuales en toda España


Su especialidad fue el retrato artístico, género en el que demostró desde sus inicios una particular sensibilidad, reconocida por crítica y público. Protagonizados por su ámbito familiar, contó con gran número de encargos de amigos, políticos y personajes populares.

Queremos  los  admiradores  de  este  autodidacta pintor este año recordar a este artista y valorar su obra, así como divulgarla y darla a conocer, recordar aquellas imágenes y mostrarlas a las nuevas generaciones. En Almería hay una serie de obras de este autor, algunas muy conocidas como es el caso del Retrato de Manolete, expuesto en el Bar El Quinto Toro en la capital, así como un autorretrato del propio autor hecho a acuarela, así como un cartel de la Feria de Almería del año 1955 e incluso un retrato de Bartolomé Marín, cuando el sacerdote era muy joven. Un artista poco conocido pero de un gran valor.



















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