La bella aventura de hallar la Atlántida
Al igual que
a finales del
siglo XIX surgió
todo el enorme
interés del hallazgo
arqueológico del emplazamiento
exacto de la mítica
Troya, ( cuando muchos suponían
que era “mera mitología”). Resurgió entonces
entre muchos arqueólogos
el ya antiguo interés por
encontrar la ubicación
del mitológico enclave
del Jardín de
las Hespérides y
la mítica Atlántida
que desde la
antigüedad se vislumbraba
en multitud de
documentos. Comprobada la veracidad
topográfica de la Ilíada,
se consideró la posibilidad
de que
también la Odisea tuviese una
base real y
que las aventuras de
Ulises tuviesen por
escenario puntos concretos
del Mediterráneo.
Si Schlieman lideró la búsqueda de Troya, en oriente, ahora en Occidente un famoso helenista francés Víctor Berard, se iba a consagrar a la ardua tarea de localizar el jardín de las Hespérides y la fuente de la eterna juventud (cuyas principales investigaciones están elaborados en una serie de libros en los que van identificando la geografía del poema, a través de un manual de navegación de los fenicios). En los primeros versos de la Odisea, se nos muestra el héroe prisionero de la ninfa Calipso, hija de Atlas, que lo tenía encerrado en una isla, llamada Ogigia, dentro de una cueva. En el libro Quinto, Homero nos hace una detallada descripción de la gruta con una viña floreciente, cargada de uvas, y cuatro fuentes que manaban muy cerca la una de la otra, dejando correr en varias direcciones sus aguas cristalinas. El investigador francés reconstruyó sobre un mapa el periplo del errante rey de la pequeña Ítaca y señaló con exactitud la situación de cada uno de los topónimos citados a lo largo del poema. Hubo uno que le costó ímprobos esfuerzos localizar, hasta que en uno de sus viajes aventureros, recorrió el litoral marroquí que mira a Europa y tuvo el inmenso jubilo de descubrir lo que buscaba: la morada en que la ninfa Calipso había retenido durante varios años al héroe Durante mucho tiempo se había emplazado en la fachada atlántica de Marruecos, en las inmediaciones de la vieja factoría fenicia de Lixus, a orillas del caudaloso río del mismo nombre, que hoy llamamos Lucus, junto a la moderna Larache. Esta nueva ubicación concordaba también con la presencia de Atlas, cuya asimilación a la cordillera de su mismo nombre, que cierra por Septentrión (la Ceuta actual) la inmensa extensión arenosa del desierto del Sahara.
A tenor de
los datos facilitados
por Platón, la
Atlántida había que
buscarla en el
fondo del Atlántico y
se supuso que
sus restos inundados
podrían corresponder a
los diversos archipiélagos
que están frente al Viejo
Mundo, siendo uno
de los que
contaban con gran número de
partidarios el de Canarias. Y
las Azores. Algunos incluso
aportaron los enclaves
sepultados por las
dunas en Doñana
o en la
isla de Saltes
frente a Huelva.
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