martes, 2 de agosto de 2016

Cuando la madera guarda luto

Otro taller imaginero que cierra sus puertas

Estaba  frente  al  río, en  el  lugar  donde  nacieron grandes  maravillas  de  esta  ciudad de Sevilla. Ahora  se  construirán  apartamentos.  “La luz está  a  punto de  apagarse. En el  interior del taller de la calle Pizarro, el  serrín en suspensión  es el  incienso  que  se  quema en  un  altar. Huele  profundamente  a cedro. Las virutas  son  las  flores.  Y el  silencio  es el  dolor”. Lo  comentaba J. Cretario a veces,  en  Sevilla,  patria  de grandes  imagineros,  la  madera  se  viste  de  riguroso luto. No  hace  mucho  el  taller  de Manuel Guzmán Bejarano,  del  que  salieron  los más bellos y  atrevidos  tronos y pasos de  talla  imposible, cerraba  para siempre. La  placa  que recordaba que  allí vivió  y  trabajó un arquitecto de retablos  iba  a ser  retirada. Y  quizás  aunque  pase desapercibido  para mucha  gente en Sevilla, invade un  sentimiento  nostálgico de  añoranza también  otros  talleres  de  los  que  salieron  innumerables  tallas  que enriquecen  nuestro  patrimonio  de  tallas religiosas: talleres que  ya  son  solo  recuerdos. El  corralón de  la calle Castellar,  la  Casa de los Artistas  de  San  Juan  de la  Palma (por cuya  puerta  pasó  tantas  veces  camino de  esa  animosa  y familiar calle Feria  camino de los Javieres) el  taller de Cayetano González en  Pagés  del Corro  y  tantísimos  otros  que  ya  pertenecen al territorio del olvido. E interiormente, cierto sentimiento  de envidia, de  otros  países,  donde los talleres  de los grandes maestros  se veneran  como auténticos  espacios de culto a  las artes y  como museos; sentimiento  de  envidia  de  que  en esta  Sevilla  nuestra  tan  afortunada como  lugar  donde  nacieron  y  vivieron  tantos  artistas no  se  cuiden  todavía  estos espacios  históricos  con la  delicadeza y  el  cuidado  que  sus  biografías  tallaron  y  esculpieron  también  en la  historia de  las  artes.


       Se  cierra  otro  taller. Su  hijo Manuel Guzmán Fernández  traslada  la  producción a  una  nave  de Santiponce  por  la  presión  del  tema  de  la  actualización  de  los  alquileres  en  locales  de  renta antigua.  Como dice J.Cretario: “A punto  de  apagarse la luz.  Las  gubias  y  los martillos  se  empaquetan”. En  la   habitación  de  arriba donde  Ortega  Bru  vivió  en  sus  años  difíciles  sigue adornada  con  los  innumerables  almanaques  de  los  muchos  años  que  pasaron allí,  con  sus vírgenes  y  sus  cristos, y  asisten  como  testigos  mudos  a  la  ceremonia  de  la  inevitable  muerte  de esta auténtica  catedral de  la  madera. Y   tristeza  del  alma  cuando  ves  la  puerta  y  el  cierre  echados, en  la  frialdad  de  una  calle  que  con  el  taller  abierto  era  poesía, color de  vida y  alegría. Ahora  la  nostalgia  y  la  añoranza casi  hacen  aflorar  las   lágrimas   interiores. Como  “Muerte  en  Venecia” muchos  emblemáticos  sitios  parecen  hundirse. Como  tantas cosas,  como tantos  valores.  Final  de  ciclo,  inicio  de otra  crónica  de  una  muerte  anunciada. 




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