EL “TARDE TE AMÉ” DE SANTA TERESA DE JESÚS
Ese “Sero te amavi” como
vocaciones tardías de la
entrega a Dios,
tanto de Ignacio
de Loyola como
de Teresa de Jesús.
Tenía Santa Teresa
de Jesús ya
39 años y
llevaba casi veinte
de monja cuando
se produjo su
auténtica conversión.
Aquellas frases suyas
de gran sabiduría; “La vida
mortal no es
sino el tránsito
de una mala
noche en una
mala posada” o
bien esta otra: “Dios
también anda entre
pucheros”. “O entre perolas
y sartenes” como les
indicaba a las
monjas de sus
conventos.
El hispanista Joseph
Pérez, catedrático de
burdeos y premio
príncipe de Asturias, destacaba
tres cualidades en Teresa
de Ávila: su magnanimidad y
generosidad. Su lucidez y elocuencia.
Y sobre
todo sinceridad para
expresar de modo
claro lo que sentía. Claro, con
palabras llanas, en
estilo preciso, pero no sencillo
siempre, porque “no escribe
como habla”. En el
primer gran escrito
que le salió
del alma, el que
conocemos como Libro
de la
vida (1562) le llevó a la Inquisición doña Ana
de Mendoza, la
resentida princesa de Eboli. En
sus primeros diez
capítulos resume su
infancia y adolescencia,
la muerte de sus
padres, su ingreso
joven en la
vida religiosa con
apenas 19 años
y los otro
veinte de monasterio
de años perdidos
de tibieza espiritual
y sequedad de corazón hasta
recibir el impacto de Dios: cuando ve
a Cristo colgado
en el padecer
de la cruz,
como Ignacio de
Loyola. Al igual
que Ignacio de
Loyola no es
sino a partir
de los treinta
y pico años
cuando se produce
su conversión y
cambio personal. Ella casi
con cuarenta años. Pero
todo ello no
es óbice ni
obstáculo para que
sea una vida
de gran intensidad. Nada más
y nada menos,
que Teresa con
sesenta años de
edad, cuando viaja
con cuatro monjas
a fundar el que será
el convento de San José del Carmen
en el barrio de Santa Cruz en Sevilla: “Dios más
allá de los
pucheros.”
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