Un “pied noir” considerado como “el hombre de las dos patrias”
“El sol que brilló sobre mi infancia me privó de todo resentimiento.”
Personalmente me he
identificado mucho con
el pensamiento y su literatura,
en mi adolescencia
y juventud, con Camus,
quizás por el
mismo hecho de
haber nacido en
el norte de África al
igual que él y
en medio
de una determinada
pluriculturalidad, pero también
por sentirme identificado
con muchas causas
perdidas por encima
de barreras de
raza o religión.
Cuenta J. Reverte que
fue viajando hasta
Argel, donde nació Camus, buscando su
espíritu en aquellas calles, aquellos zocos, rincones de aquella ciudad,
aquellas playas, aquel
paisaje. Expatriado doble (era francés
y argelino) hijo de madre española analfabeta. Se inculturó totalmente
en el mundo
árabe. Lo dejaron solo, especialmente por
parte de la
intelectualidad gauchista francesa,
cuando surgió el
conflicto por la liberación
de Argelia, empezando por Sartre, proclamaba
los derechos a
vivir como argelinos, en
Argelia, de todos los pied noir, nacidos
como el allí
en territorio argelino. Tanto Francia
como Argelia le
volvieron la espalda. Podemos decir
de él que
fue un hombre
solidario y solitario. Fue solidario
con las causas
perdidas y justas. Dedicó a
su madre, española, analfabeta,
su gran libro póstumo El primer
hombre: “A mi madre
que nunca podrá
leer este libro”. Es
fiel a su
origen y su
origen es su
madre. Cuando escribe El primer
hombre cuenta el
encuentro con la tumba
de su padre,
muerto en la
Primera Guerra Mundial.
Y halla que él es
ya mayor que
su padre cuando murió. Se
aferra a la
patria a la
que todos deberíamos
volver algún día, algún momento,
a la infancia.
Y vuelve a
sus playas de
la infancia, donde
fue feliz, acariciado
por la arena,
las olas y
el sol. Le debe
mucho a la
felicidad del recuerdo de su
infancia: “El sol que
brilló sobre mi
infancia me privó de
todo resentimiento.”
En El primer
hombre, Albert Camus dedica un emocionado recuerdo al que fue su
profesor en la escuela elemental, el señor Germain, al que en el libro llama
señor Bernard. Este buen hombre es un arquetipo de tantos y tantos maestros que
con un sueldo miserable, en escuelas humildes de pueblos perdidos fueron
capaces de atraer la atención de algunos de sus alumnos hacia la cultura y el
saber. “Con el señor Bernard la clase era siempre interesante por la sencilla
razón de que él amaba apasionadamente su trabajo”. A los chicos pobres como el
joven Camus la escuela no solo les ofrecía una evasión de la vida de familia.
En la clase del señor Bernard por lo menos, la escuela alimentaba en ellos un
hambre más esencial todavía para el niño que para el hombre, que es el hambre
de descubrir. Más aún, el maestro no se dedicaba solamente a enseñarles lo que
le pagaban para que enseñara: los acogía con simplicidad en su vida personal,
la vivía con ellos contándoles su infancia y la historia de otros niños que
había conocido, les exponía sus propios puntos de vista, no sus ideas, pues siendo,
por ejemplo, anticlerical como muchos de sus colegas, nunca decía en
clase una sola palabra contra la religión ni contra nada de lo que podía ser
objeto de una elección o de una convicción, y en cambio condenaba con la mayor
energía lo que no admitía discusión: el robo, la delación, la indelicadeza, la
suciedad.
Al quedarse solo
se siente extranjero. Lo narra
en El extranjero, esa
playa, que queda
ya en la
literatura: “Comprendí
entonces que había
roto la armonía
del día, el
silencio excepcional de una playa
en la que
había sido feliz”. Le
dejaron solo. Ni
siquiera en el
liceo donde estudió
hay un retrato
suyo, porque los
llamó árabes. Pero en
ese mismo libro El extranjero él no exculpa al
que mata al
árabe, ni mucho menos.
El personaje de El extranjero, nace del absurdo. Comete un crimen absurdamente y Camus lo cuenta como parte del absurdo. Camus fue galardonado en 1957 con el premio Nobel de literatura. Hoy leyendo y releyendo de nuevo La peste, me he trasladado en un corto viaje a las calles y los zocos de Argel.
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