Mi humilde plegaria
Si G. Rey veía
en la montaña
su poesía, para mí,
ella es
mi plegaria. Me ha
hecho ver en
la naturaleza la
presencia de Dios y me ha
acercado más a Él,
conteniendo un símbolo
toda ascensión...
Como H. Bordeaux; No ha sido la edad la que me ha alejado de la montaña. La respiración sigue siendo buena, aunque quizá me obligue a un paso algo más lento, y las piernas siguen también fuertes. Igual que el amor, la montaña sonríe a la juventud, pero también como él, hace excepciones, y yo espero hasta el final no desagradarle demasiado. La he querido con amor intacto y puro, sin ninguna clase de mixtificaciones, como ya no se la ama actualmente; es decir, sin amor propio, sin vanidad, sin buscar en ella records ni exploraciones deportivas, por sí misma y para mí, no para los extraños ni por gusto de hallar lugares de descanso y escaladas llenas de dificultades y peligros. Porque ella ofrece siempre el peligro a sus enamorados, que no tienen necesidad de ir a buscarlo…¡Cuantos recuerdos felices invadirían mi memoria si la dejase libre! De tanto en tanto, les dejo acudir para refrescarme y vivificar sobre todo con las imágenes del esplendor de la mañana sobre la nieve, con la caída de la noche, desde el fondo de los valles hasta las más altas cimas, que conservan desesperadamente el sol. Desde mi adolescencia hasta mi vejez, he sido fiel a esos amores. Me he llenado de luz y de aire. Mis ojos y mis pulmones lo proclaman todavía. Le debo parte del equilibrio físico y moral que he tratado de alcanzar y conservar. Me ha impedido los pensamientos llenos de bajeza, tales como la vanidad, la envidia y el rencor. No tengo más que transportarme con la imaginación a una u otra de aquellas cimas vencidas para despojarme de todas las miserias intelectuales. Acaso desde allá arriba se juzga mejor la vida y el arte.
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