Lo cuenta el
jesuita Toni de
Mello en su
libro primero de
la oración de
la rana:
“Un preso llevaba
años viviendo absolutamente solo en
su celda. No
podía ver ni
hablar con nadie,
y le servían
la comida a
través de un
ventanuco que había
en la pared.
Un día entró
una hormiga en
su celda. El hombre
contemplaba fascinado cómo
el insecto se
arrastraba por el
suelo, lo tomaba
en la palma
de su mano
para observarlo mejor,
le daba un
par de migas de
pan y lo guardaba por
la noche bajo
su taza de
hojalata.
Y un día,
de pronto, descubrió
que había tardado
diez largos años
de reclusión solitaria
en comprender el
encanto de una hormiga.
Cuando, una hermosa
tarde de primavera,
fue un amigo del
pintor español El Greco
a visitar a este
en su casa,
lo encontró sentado
en su habitación
con las cortinas
echadas.
-¿Por qué no sales
a tomar el
sol? -le preguntó.
-Ahora no
-respondió el Greco. No
quiero perturbar la
enorme luz que
brilla ahora en
mi interior.
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