Su desvencijada y
doliente figura era
casi familiar por
las calles de
Tetuán en Marruecos. De
mi infancia, en aquellos
años en Tetuán, recuerdo
el nombre mítico
de aquel pobre hombre
al que todos llamaban
“el Rarra” que
deambulaba perdido y
sin rumbo, maltrecho y
sucio, por las calles
de la ciudad
de nuestra infancia,
arrastrando sus pies
desnudos, ennegrecidos de costra
de suciedad, su chilaba rota
y llena de harapos, desvencijada,
y maloliente propia
de alguien que
dormía en cualquier
calle, de alguien que
no poseía un
hogar, ni un
lugar donde lavarse
y asearse. En torno
a él se oían numerosas
leyendas, que si en
el fondo era un hombre
que había sido
rico, y su
mujer le había
llevado a la ruina,
que era un
“notable de las kabilas”
que se había
arruinado por el
alcohol; que era un
hombre que arrepentido del trato
a su mujer
y sus hijos, hacía
penitencia por las
calles.
Un día, viniendo
del colegio del
Pilar y subiendo las
escaleras que llevaban
en dirección al
colegio de la
Milagrosa y a
los talleres Parres,
presencié una dolorosa
escena. El Rarra se había parado
cansado en un
descanso de aquellas
interminables escalerillas, y había comenzado
a hacer sus
necesidades fisiológicas. Un
grupo de muchachos
mayores se burlaban
de él y
acabaron tirándolo al
suelo, y ridiculizándolo. Sin poder
hacer nada, impotentes, y
casi asustados asistíamos
a aquella escena un
numeroso grupo de
niños tanto marroquíes
como españoles, unos
alumnos del Pilar
y otros sencillamente
de los alrededores. El Rarra
en el suelo
viéndose agredido empezó
a llorar impotente en
el suelo. Pasaban adultos
por los alrededores,
miraban seriamente, pero
nadie intervenía. Sin embargo al
poco tiempo pasaron
dos jóvenes marroquíes
que intervinieron eficazmente
obligando a los
que ya tenían
piedras en la
mano, a retirarse
y a regañarles
en tono fuerte.
Viéndonos a nosotros
y nuestra cara
de impotentes espectadores,
hicieron como el
ademán de querer
explicarnos la historia
de aquel desgraciado
hombre.
-No burlarse
de él. Él es
hombre bueno, hombre santo…
Y al decir
la palabra “santo” se llevó aquel
joven la mano a
su corazón, dejándonos a
todos impresionados, que
veíamos como poco
a poco levantaban
al “lloroso y
lastimado” Rarra que poco
a poco se
iba incorporando con
la ayuda de
las manos de
estos jóvenes.
“En el fondo
obscuro del rincón un
mendigo entonó su letanía.
¿Mendigo? ¿A quién le
pide? ¿A quién molesta? Acurrucado al
modo bereber, el
mentón en las rodillas,
la mano seca hacia
el cielo, sus harapos
apenas se distinguen
de la tierra. En un
montoncito sucio al
pie del muro
como si acabaran de
barrer la calle.
La parda capucha
de la yilaba,
quiere cubrir tanta
miseria y baja
hasta donde los ojos
se evaporaron al
sentir el hierro
candente. Si entre los parpados rojizos
se ve un punto
negro inquieto, no
es una pupila, es
una mosca. Invoca
a Muley Abd-el
Kader, Muley Abd
el Kader es
el patrón favorito
de los pobres
de Marruecos. Cuentan de este santo
que era millonario
y quedó pobre
de tanto hacer el bien.
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