El último adiós: la paz interior
Y cuando llegue el día del último viaje,Y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,Me encontrareis a bordo, ligero de equipaje,Casi desnudo como los hijos de la mar
Antonio Machado
Es muy importante
estar preparado para escuchar al ser querido que
en breve nos dejará. Acompañar y dar apoyo
a una persona
que está muriendo
es siempre una
labor agotadora y
estresante, pero es una
de las cosas más
valiosas que un ser
humano puede hacer
por otro. Es bueno
, tanto para el
moribundo como para
los demás, despedirse, saber decir “adiós”. No dejar
nada en el
tintero, estar “ligero de equipaje”
como decía Machado.
En palabras del
jesuita J. Vicente Bonet,
quien más, quien
menos, todos tememos
ese último momento de ruptura. De radical
ruptura con nosotros mismos, con
los demás, con
el mundo. Ruptura con lo
que somos y
con lo que
hemos sido. Ruptura con lo
que conocemos y
amamos. Es un paso
hacia lo desconocido. Y en las últimas despedidas, que todos
en algún momento
ya hemos tenido
que efectuar, hay una
gran sabiduría universal: “no valoramos
lo que tenemos
hasta que lo
perdemos”. Y con aquella
persona que ya
se nos fue
hay toda una
gran lección. Cada diálogo, cada
encuentro se convirtió
en una clase
magistral de un gran
catedrático de la
UNIVERSIDAD DE LA
VIDA. Toda una
magistral tesis doctoral de
la VIDA.
Si no quieres
temer la muerte,
no temas la vida. Si
vives plenamente, no
importará que mueras
a los diez
años, a los
treinta o a los
noventa. Fue Neruda
el que escribió
“CONFIESO QUE HE
VIVIDO” y lo decía
con la madurez
y la paz
interior de haber
completado el ciclo de la vida,
de haber llegado a
ser quien realmente
se es. La muerte
pierde su cualidad
aterradora si uno
muere cuando ha
consumado su vida. Cuando
el moribundo confiesa
que realmente no ha vivido,
muere con resignación, tristeza y
amargura. Debemos evitar que
la muerte de un ser
querido aunque asuntos y deje cosas
sin resolver. Cuando no hemos
tenido la posibilidad
de despedirnos, algo se puede
quedar enquistado en
nuestro interior. En el
moribundo surgen dos
importantes necesidades. Por
un lado, la
necesidad de gozar de
la cercanía tranquilizante de
alguien en el
momento de enfrentarse con
el instante angustioso
del rompimiento de la
existencia. Por otro,
la necesidad de
un espacio psicológico para
elaborar la síntesis
definitiva de su
propia vida, del porqué
de haber vivido,
para así desprenderse
e ir arrancando,
una tras otra,
las mil raíces que nos ligan
a la existencia terrena.
Fue Pascal, quien plasmó
admirablemente la importancia
de la conciencia
humana en estos
trascendentales momentos:
“el hombre es solo
una caña, la más
débil de la naturaleza,
pero es una caña
pensante. No hace
falta que el
universo entero se arme
para aplastarlo: un vapor,
una gota de agua
bastan para aplastarlo.
Pero aún si
el universo lo
aplastara, el hombre sería
todavía más noble que
lo que lo
mata, porque sabe
que muere y
que el universo
tiene ventaja sobre
él; y el universo no sabe
nada de esto”.
Encontrarse con la
posibilidad inminente de
morir hace que muchas
personas se planteen el tipo de
vida que han
llevado hasta entonces
y que deseen, en
un último esfuerzo cambiarla. Abandonar las
rutinarias y repetidas costumbres e
ideas es difícil. Aparece la angustia del tránsito hacia
lo desconocido... nuestra
personalidad posee vacíos
que evitamos deliberadamente porque
crean vulnerabilidad en
nuestro interior porque cuestionan la
opinión que tenemos de
nosotros mismos. En ese vacío residen
sentimientos desagradables desconcentrados
de la
consciencia.
Cada día es
un día que
hay que vivir.
Puede ser el último. Vivir es
poder existir hoy y
descubrir la riqueza
que puede aportar
el instante presente. En
la película Vivir del director Kurosawa
nos muestra de
una manera encantadora cómo
un viejo funcionario se da cuenta
que no ha
vivido, y encuentra
un sentido a su
vida cuando descubre que le
quedan tan solo seis meses
de vida.
En su Diario
Intensivo, Ira Progoff nos saca
una perla de
sabiduría tibetana, que descubrió
en sus
lecturas de juventud y
que formuló como
sigue: “UNA GOTA DE
AGUA DEJADA A SÍ MISMA
SE EVAPORA DE INMEDIATO,
PERO UNIDA AL OCÉANO PERDURA
PARA SIEMPRE” y reflexiona
Progoff : “en su estado de
alienación, el hombre contemporáneo es como la
gota de agua separada
de su océano”.
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