Un gesto que salva vidas
Los grandes alpinistas
que han llegado a
envejecer recuerdan sobre
todo que en
montaña el éxito no
pasa por la
cima, sino por
la capacidad de
saber renunciar a tiempo. Y
esta capacidad no se improvisa: debe ser más fuerte
que el ego.
Uno debe ser capaz
de anteponer el
valor de la
vida, su existencia
a la consecución de una
meta.
Y es que
la historia del
alpinismo rebosa casos
opuestos y no
solo entre grandes
alpinistas: la banalización del
Everest, con sus
laderas llenas de
cadáveres, nos lo
recuerda continuamente.
Es por ello,
por lo que
merece la pena
celebrar el gesto de
la alpinista italiana Tamara Lunger,
de 29 años
en el Nanga
Parbat. Tras dos
meses de espera y
muchos años de
preparación. Estaba apenas
a 100 metros
de la cima,
20 o 30
minutos más de
esfuerzo, la alpinista italiana
decidió dar media
vuelta. En la cima
le esperaba fama
y reconocimiento mundial,
lo que se
llama hacer historia
que supone económicamente también
contratos de publicidad
y un trampolín excelente para
su carrera de
alpinista. Montaña abajo
le esperaba simplemente
la vida. Una
vida plena y
familiar, sencillamente eso.
Así que mientras
sus compañeros Moro, Ali Sapdara y
Txikon cogían ladera arriba, ella
empezó a perder
altura…
Tamara Lunger había vomitado todo su desayuno al amanecer, estaba deshidratada y se encontraba cerca de su límite físico. De haber buscado la cima, sus tres compañeros se hubieran visto en la tesitura de tener que ayudarla a regresar al campo de altura, pero ni siquiera llevaban una cuerda con la que asistirla, y aún peor, en la ruta que habían escogido el regreso a la tienda exigía una larga travesía, un flanqueo en el que ayudar a una persona sin fuerzas es un suicidio.
“El día de
la cima” la sensación
de compromiso era
enorme. Sin duda, sabía
que ese día
podía costarme la
vida, así que
me pregunté: ¿Qué es
lo que realmente
importa? Y no tuve
ni que responderme. Entendí que en
la
montaña no tengo
que contar con la
ayuda de otra
persona. Necesito salvarme a mí misma,
nadie más lo
hará. Tal vez mis
compañeros lo habrían
intentado, pero hubiese
sido imposible y
solo les estaría
metiendo a ellos en problemas
fuertes. Tomar la decisión de
renunciar al éxito no
fue difícil, porque
el hecho de tener
que bajar no
fue solo un
pensamiento en mi
mente, sino un
flash en mi
cerebro. Creo que fue
una combinación entre
creer en Dios, mi enfoque
espiritual de la montaña
y el conocimiento
de mi cuerpo,
lo que me
hizo tomar esta
decisión. Y estoy
segura de que
todo eso junto,
salvó mi vida”. Y probablemente la
de sus tres
compañeros. Moro, Ali
Sapdara y Alex Txikon que
regresaron al atardecer
sanos y salvos
al último campo de
altura y de
ahí hasta el
campo base, un día
después. Decía Simone Moro,
emocionado aún: “Es la primera vez
en mi carrera
de alpinista que
asisto a una demostración tan
emocionante de generosidad y
ética aplicada a
las montañas. En lugar
de convertirse en
la primera mujer
en la historia
en coronar un ocho
mil inédito en
invierto, Tamara pensó más
bien en nosotros
al renunciar. Es una
de las cosas más
increíbles que he
visto en mi vida”.
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