Cantando bajo la lluvia
Llueve torrencialmente en
Sevilla. Todos corren de
un lugar para
otro. Es mediodía, coches y
autobuses con los
faros encendidos. No
hay manera de
encontrar un taxi. Y
ya la lluvia
en Sevilla no es
tal maravilla. Pues lo contaba
C. Colón en su
columna del diario de Sevilla: “Bajo un
paraguas se apretuja
una pareja de ancianos aguardando el
autobús. Como mínimo deben
sumar 150 años. Son
los únicos de
la cola que parecen divertirse con el aguacero,
como si este
apretarse bajo el
paraguas fuera para
ellos algo tan
placentero como el
refugio en una
cabaña, con chimenea
y todo, encontrada después
de ser sorprendidos
por una tormenta
en el campo. Ella se coge con fuerza del brazo de él, que sostiene
el paraguas desplazándolo
levemente para que
la cubra por
entero, y de vez
en cuando nos
mira con unos ojos felices
y chiquitos, como si
lo hiciera a través de
una ventana tras
la que estuviera protegida
del agua que
los demás soportamos
refunfuñando. De pronto, en
un arrebato, le
da a su
hombre un breve
pero también apretado beso
en los labios. Él
sonríe, a la
vez feliz y
un poco apurado, y
ella se arrebuja
contra su cuerpo como un
gato que buscara
en su cojín una
postura más cómoda
y calentita. De milagro
no sonaba el “je ne
pourrai jamais vivre
sans toi” de los paraguas
de Cheburgo.”
No hay película
o novela más
hermosas que la
misma vida. La realidad
supera a veces
la ficción. El arte
es grande cuando
roza, solo roza,
su misterio. Cuando, por
decirlo con palabras
de J. Conrad, “descubre en
la vida lo
que es esencial
y perdurable, la verdad
misma de su
existencia, haciendo justicia
al universo visible,
a la belleza,
el gozo y
el dolor que
nos salen al
encuentro cada instante
de cada día”. A
veces, como la
misma lluvia, la
vida mancha, pero
como diría el gran Toni
de Mello sj “por eso el
pájaro canta cada
mañana” llueva o no,
en su corazón.
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