Cuenta Gerald Brenan
en su libro Al
sur de Granada que a
través de las
rojas torres de la
Alhambra, divisa él un atardecer
una cordillera montañosa
que le cautiva
y le seduce
de pronto: conocida con
el nombre de Sierra
Nevada. Con estas palabras
comienza Brenan su
libro. Estos días he
estado recordando leyendo
tanto su libro Al
Sur de Granada, como el libro
de Sierra Nevada,
del jesuita Manuel
Ferrer, la innumerable
lista de nombres
que han estado
ligados a mi
vida montañera casi
desde que era
un adolescente y
desde la costa
de Almería, bien con
estudiantes de Magisterio
bien con los scouts
abordábamos la conquista
del Chullo, el
Almirez o nos
atrevíamos a subir
al Mulhacén atravesando
la Contraviesa desde Adra,
o bien con el
Club Universitario de
Montaña, Scouts,
Montañeros de Santa María, Club
de Montaña 7
lagunas, etc., en distintas
épocas y distintas
décadas; subíamos desde Trévelez,
unas veces andando otras
(si íbamos con
muchos jóvenes) con
las mulas de
nuestro amigo Diego que
las reclutaba desde
Capileira para subirnos
pertrechos tales como
mochilas, alimentos, tiendas
de campaña para
pasar unos días
en Siete Lagunas.
Hace poco lo
recordaba subiendo al
entonces inexistente refugio del
Poqueira. La subida
fuerte de El Corral
del Chorrillo. Aquellos
almuerzos con Diego
y muchos pastores
de Capileira en
los Altos del Chorrillo, y
los descansos para
coger algo de
resuello o de
aire en Mirador
de Trévelez (donde
plantábamos las tiendas
cuando nos daba
en verano por
subir de noche), la
bajada hacia el Cortijo de
la Majada y el
Barranco del Posteruelo,
en dirección a
la Loma del
Mulhacén. Nombres como
el Refugio del Félix Mendes,
los Crestones y
los Crespones, las
lagunas de Rioseco, o
la Caldera, por
cierto , vista como un auténtico cráter
volcánico desde el
Mulhacén…Siete Lagunas, Bacares, el
Lavadero de la Reina,
el Picón de Jerez, el
Pico la Carne, el Elorrieta, la bajada
hacia la vereda
de la estrella
por la laguna
larga o la
laguna de la
mosca, cueva secreta, Refugio de pescadores,
el Vadillo, y
aquella llegada hasta
Güéjar Sierra por
el barranco de
San Juan, en medio
de sonidos seductores
de cascadas de
agua y confluencia
de arroyos ¡Inolvidable! Sí,
inolvidable y grabado a
fuego en el
registro emocional, de los
que aprendimos desde
pequeños a admirar
la naturaleza y
a saber disfrutar con
el ruido de
las aguas y
cascadas cayendo, los atardeceres
y los crepúsculos
de la sierra, compartir tu agua
con los caminantes, saborear un
café calentito viendo
amanecer…
Como todo, subir a
la montaña requiere
también un buen
momento psicológico. Si uno ve
que paulatinamente va
venciendo las dificultades
y sabe el
por qué, poco a
poco va adquiriendo confianza en sí mismo. Hoy
subes una cumbre
en unas condiciones de sol maravillosas
y a los
pocos días vuelves
al mismo lugar
con frío y niebla y
ya no te
encuentras con la
misma seguridad. Todos los días
aun con una excelente
preparación física, no
somos capaces de
realizar los mismos
cometidos.
Cada persona debe saber su momento y renunciar a “hacer proezas” cuando no se sienta seguro. Porque la montaña se queda siempre allí y se puede volver otro día que estemos mejor. Volver es la palabra, siempre que podamos y las ilusiones nos hagan hacer oídos sordos a nuestras naturales tendencias de comodidad o cansancio.
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