Los tetuaníes de
aquellos años previos
y post a
la independencia de
Marruecos, y especialmente los
que nos tocó
vivir esa etapa
como la privilegiada
de la infancia,
al repasar las
fotos y recuerdos de aquellos
años, sentimos como
si hubiéramos vivido
una especie de
sueño, con escenas,
cuadros, situaciones que parecerían
extraídas de Cuentos
de las mil
y una noches, y de
otra multitud de
relatos orientales que
engrandecían nuestra imaginación.
Uno de esos privilegios
que recuerdo de
mi infancia era
la amistad con
multitud tanto de niños
hebreos como de
hijos de matrimonios
mixtos o de
españoles que tenían
sus negocios instalados
en aquellas estrechas
calles de la
mellah o judería
de Tetuán.
Y prácticamente
desde la tarde
del viernes, el
sábado e incluso
el domingo montábamos
nuestros juegos por aquel
laberinto de estrechas calles,
escenario ideal para
nuestros juegos infantiles. Y si eran
“partidillos de fútbol”
entre nosotros, aquellas estrechas
calles, en nuestra imaginación
se convertían en
grandiosos y portentosos
estadios de fútbol. Horas
interminables de juegos, con
nuestros hermanos, familiares
o amigos y entre
ellos aquellos niños
hebreos que habitaban
la judería tetuaní. Es
por eso que
estos días disfruto
releyendo aquel bonito
volumen del autor
tetuaní Abraham Botbol
Hachuel, que publicó
sus recuerdos de
infancia en el
libro El desván
de los recuerdos.
>La semana para
el judío tetuaní, se dividía
en unos días
después del “Shabbat” y otros
antes del “Shabbat”. Es así
como, desde el jueves por
la mañana, ya se observaba
en las callejuelas
de su judería
un verdadero movimiento de personas
haciendo los preparativos
para el gran día de
la semana. Las calles
de la judería,
los días jueves y
viernes, parecían un
hervidero de personas caminando
apresuradamente de un tenderete
a otro, pues casi
todos ellos se
tocaban y ofrecían
la misma mercancía. Ya
a tempranas horas del
viernes, empezaban las buenas
señoras a asear
sus casas por
fuera y por
dentro, para remozarlas
y que presentaran
una nueva cara para “El Shabbat”. Las
calles empedradas eran
lavadas con cubos
de agua dejando
los adoquines limpios,
lo que contrastaba con el resto de
los días de
la semana. Dentro de las humildes viviendas se
empezaban a oler los
aromas de los exquisitos manjares
en preparación, tanto
para “La Noche de Shabbat”
como para el
almuerzo del “Shabbat”.
El anuncio oficial de
que “El Shabbat”
había comenzado era
una salva de un
cañón que las
autoridades musulmanas lanzaban
para anunciar a
la población árabe
que con la caída
del sol, el
viernes, que es el día de
descanso para los
mahometanos, había concluido.
Esto lo
aprovechaban los judíos
para anunciar a
todos los correligionarios que
comenzaba la sanidad de “El Shabbat”
y por lo
tanto era la
hora de empezar
los rezos en
todas las sinagogas.
Nada más llegar
del templo, el jefe
de familia solía
entonar una serie de
canciones alegóricas a
la jornada, siendo
acompañado en sus cantos
por los varones de
la casa. Una de
esas canciones estaba
dedicada a la
mujer. En ella se
exaltaban sus virtudes
y cualidades haciendo de esa
forma un bello
homenaje de reconocimiento a
la infatigable labor de
la esposa y madre. “El
Shabbat” en sí era un día de verdadero reposo, en el que
todos los comercios
de los judíos
cerraban sus puertas
y desde temprano se veía a
todos los hombres
dirigirse a las
diferentes sinagogas de la ciudad,
que en total
sumaban dieciséis, para el rezo matutino del “Shajrit”. Al
finalizar, este, cada cual
se dirigía a
hacer la visita
de rigor a
padres y familiares
para saludarlos y a la vez
tomar un pequeño
aperitivo en compañía de
seres queridos, en donde la
conversación principal giraba
alrededor de los
acontecimientos ocurridos en
la sinagoga en esa mañana.
A la hora del almuerzo
se reunía toda
la familia alrededor
de una mesa
bien arreglada, para
oír el “ Kiddush” y saborear
la tan esperada
“adafina” u “oriza” ,
manjares típicos del
día de “Shabbat”. Era el
momento de la
semana en que todos
estaban contentos y no
se permitían discusiones
de ningún tipo.
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