La bonita historia
difundida en un
reportaje en The Wall Street Journal a
finales de febrero
de 2016 de
una inigualable historia
de amistad entre
un anciano brasileño y
un pingüino dio
la vuelta al
mundo. Joao Pereira
de Souza, viudo de
71 años, se
encontró al pingüino
hace cinco años
cubierto de alquitrán en
una playa cerca
de su humilde
hogar. Lo limpió,
le dio de comer
unas sardinas y
lo lanzó al
mar. El pingüino nunca se
olvidó de su salvador. Vuelve a
visitarle con regularidad,
conviviendo con Pereira
semanas o incluso
meses antes de
regresar a su
gélido hábitat natural. La
historia del hombre
que adoptó al
pingüino, o del pingüino
que adoptó al hombre, apela
a valores que
no suelen saltar
a la vista
en las noticias
que recibimos a
través de numerosos
medios diariamente. Puede ser
que el pingüino
solo vaya a
visitar al viejo
por sus sardinas,
pero nos conmueve
la historia porque
elegimos ver una
inusual pureza en
la relación hombre-animal en valores
como la generosidad,
la lealtad y
el afecto incondicional
que no acostumbramos
a ver.
La historia de
Pereira y el
pingüino nos hace
asociarla a un
poema de Walt Whitman que
viene a decir así:
“Creo que podría
dar la vuelta
y vivir con
los animales. Son tan plácidos
e independientes. Me
detengo y los
observo largo rato. Ellos
no se trastornan
ni lloriquean por lo que
les ha tocado
vivir. No permanecen
despiertos en la
oscuridad llorando por
sus pecados. No me
enferman con sus
discusiones sobre el deber a Dios. Ninguno
está insatisfecho, ninguno
enloquece con la manía de
poseer cosas. Ninguno
se arrodilla ante
otro ni ante
sus antepasados que
vivieron hace miles
de años, ninguno
es respetable o desdichado en toda
la faz de
la tierra”. La idea
que quiere transmitir
Witman se podría
resumir en la
famosa cita atribuida
a Charles de Gaule: “cuanta más
gente conozco, más
quiero a mi
perro”. O la frase
de J. Swift “Odio y
detesto a ese animal
llamado hombre”. Al
contemplar las mezquindades
de los seres
humanos y los
desastres que provocan
y nos cuestionamos
la premisa en
la que se
basan la mayoría
de nuestras creencias,
de que somos
superiores al resto
de las criaturas
del mundo animal (que
solo nosotros estamos
hechos a imagen de Dios). No representamos
la cima de la evolución;
no somos más excepcionales.
Marc Bekoff, profesor universitario
neoyorquino, experto sobre
el comportamiento animal
ha escrito sobre
la vida emocional
de las abejas,
el altruismo de
las ratas, la
espiritualidad de los
chimpancés. Al final
descubrimos que ese
mundo animal tiene
misterios insondables, en
donde a veces
reconocemos el animal
“noble” que a todos llevamos dentro
y le reconocemos
como grandes compañeros
de este viaje
galáctico a través
del tiempo y
el espacio.
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