Un escritor puede
hacer ver el
mundo desde un prisma
diferente. Dice Nietzche que
quien tiene un
porqué para vivir
puede soportar casi
cualquier como. La ausencia
del sentido de la vida o
de una vida con
sentido produce el vacío existencial. El hombre
no vive, sólo
funciona. El hombre no
protagoniza su existencia
solamente sobrevive. El hombre tiene
frecuentemente la dolorosa
experiencia de no
importar nada a nadie. Siente que
su vida, si
no existiese, sería
prácticamente lo mismo. Experimenta la
sensación de no dejar
huella en su
paso por la
historia y a
veces esa huella
la busca en
la destructividad que
al menos de
una manera negativa
afirma que ha existido
alguien. El no ser
un porqué para
nadie implica la
falta de aprendizaje
de tener un porqué.
Aunque no sea
siempre verdad, subjetivamente podemos
tener la sensación de
no importarle nada
a nadie. Este dolor
existencial se da, frecuentemente, incluso en
el seno de la
familia. La sensación
que sobreviene es
ser utilizado, manipulado,
robotizado al servicio de intereses
que no nos
interesan, que no
nos hacen crecer
humanamente, que no nos permiten
sentirnos amados y valiosos.
Lo que Viktor Frankl denomina
neurosis noogenas, producidas
no por causas
psicológicas sino por
déficit en la
espiritualidad humana. No está
hablando Viktor E. Frankl
de carencias religiosas
cuanto de raquitismo
en el espíritu
humano. Una de
las causas podría ser
la dificultad de
tener la seguridad
básica de ser incondicionalmente importante
para alguien y de tener
algo que decir, un
porqué para vivir. Ya
Eric Fromm señalaba que
sin un mínimo
tener es difícil
ser, pero cuando se tiene
demasiado es mucho más difícil
ser. El hombre que se relaciona
más con el tener
que con el ser nunca será,
porque nunca hará
del porque una
llamada que le
saque del anonimato de
la sociedad de consumo.
De ahí que un
escritor pueda hacer ver
el mundo desde
un punto de vista diferente. En esa
línea trabajó Kertesz
pues se impuso
la escritura como
la única medicina
capaz de evitar el suicidio
a la manera
de Arthur Koestler. El
autor de El
cero y el
infinito, húngaro como
Kertesz, se suicidó junto con
su mujer Cynthia
en el año
1983 en Londres.
Koestler enfermo de
Parkinson fue decayendo
y perdiendo la esperanza y
la ilusión por
la vida. En contra
de este suicidio,
de este “sin porqué” para vivir, Kertesz escribe
el hermoso libro
LA ÚLTIMA POSADA. Es
como un libro de despedida de
la vida. El personaje
que representa Kertesz
en La última
posada acude un
buen día a
la clínica para
enterarse del resultado de las
pruebas. Tiene Parkinson. El suicidio es
quizás el descubrimiento de una
gran mentira. Kertesz en
su obra se despierta como de
un sueño que desconocía y ya no sabe
cómo encontrar el
camino de regreso
a la vida. Miedo a
la muerte natural,
miedo al suicidio,
miedo a los
sufrimientos de la
quimioterapia, miedo a
los propios médicos. Para
Kertesz la vida
es un error
que la muerte
tampoco arregla. La última
posada es un
gran planteamiento sobre
el vacío existencial
de Kertesz, uno
de los más grandes
escritores de la
segunda mitad del
siglo XX. Merece la pena
este verano, oyendo
el ruido de
las olas romper
contra la playa,
devorarnos estas líneas
con estos planteamientos tan
esenciales de nuestros
vacíos existenciales.
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