Los veranos de Algeciras y el ritual pausado del paso del Estrecho.
Para los españoles
que residíamos en
Marruecos los años
anteriores a la
Independencia de Marruecos,
y la década
posterior, era algo muy
natural el coger el transbordador
entre Ceuta y
Algeciras y viceversa
varias veces al
año para ir
a ver a
nuestros familiares residentes
en la península. Por ello
las horas de
espera tanto en Ceuta
como en Algeciras para
atravesar el Estrecho
se hacían a
veces interminables con
trámites de espera
aduanera, etc. Las colas
en Ceuta eran
“llevaderas” pues íbamos de vacaciones
a la península. Las colas
de regreso, no
lo eran tanto,
pues “regresábamos de
las vacaciones”.
La espera en el puerto de Algeciras eran más duras
por consiguiente. Reconozco
que al tener
un tío mío
destinado en la Aduana en Algeciras, esta
ciudad se convertía
en parada obligatoria
de uno o
dos días, e
incluso algunas veces casi
una semana para
saludar a mis tíos y
también convivir con
nuestros primos. Vivían ellos
junto al estadio
del Mirador y eran muchas las veces
que nos íbamos
a pescar juntos
a los arrecifes
cercanos a aquellas
playas. Y recuerdo que alguna
de aquellas tardes
antes de embarcarnos
para Marruecos, escuchar a
través de mi
transistor japonés Sharp
aturdido la noticia de
la cercana tragedia del hundimiento de la plaza
de Toros de
Jimena de la
Frontera, con muchísimas víctimas
y el llamamiento
continuo y desesperado
a través de
Radio Algeciras, para donar
sangre y poder
salvar el mayor
número de víctimas
posibles en los hospitales
de Algeciras y toda
la zona
del campo de Gibraltar. Recuerdo
también nuestras tardes
oyendo la música
y el baile
(entonces el rock
and roll y el
twist e incluso la
yenka) en la terraza
de la sala
de fiestas Conde . Y
como en alguno
de aquellos viajes,
uno de los amigos de mis
primos al entrar
en el cine
Delicias nos comunicó el
fallecimiento de la
actriz que era
nuestro mito de
belleza Marilin Monroe aquel
5 de agosto
de 1962.
Algeciras, sus playas,
sus atardeceres de
pesca con mis
primos, las idas y
venidas al cine,
o a ver
entrenar o jugar
al Algeciras, entonces
en la segunda
división española, hacían aquellos
días inolvidables y
Algeciras una ciudad
acogedora y hospitalaria
por la familiaridad
como ciudad entonces
aun pequeña de
sus gentes donde
casi nos conocíamos
todos al menos
en aquella barriada
cercana al mirador
donde jugábamos partidos
y compartíamos alguna
tarde de domingo
con los jóvenes
vecinos. Y sobre todo
las horas previas
a nuestro paso
del estrecho en
los transbordadores de la época,
el Victoria o
el Virgen de África, o el
Ciudad de Ceuta.
Me uno
a lo descrito
por nuestro paisano
S. Fernández Julbez sobre
el ambiente de la
Algeciras de aquellos
años, en páginas
de ABC de Sevilla,
a finales de
los años 80:
“En aquella época el verano en Algeciras era para mí, un verdadero encanto. La ciudad entonces no soportaba esa oleada de magrebíes que ahora la colapsan durante julio y agosto y buena parte de septiembre. En segundo término, por entonces, Algeciras era entrañablemente familiar y todos o casi todos nos conocíamos. El verano algecireño de aquellos tiempos estaba centrado en dos frentes. De un lado la playa, en el que la del Rinconcillo se llevaba la palma ante las empedradas del arroyuelo y de los ladrillos o ante la peligrosa de Getares, y de otros los cines de verano. Entonces, en Algeciras, que yo recuerde; había cuatro; el ya mencionado Delicias, el Sevilla, el Alegría y el Plaza de Toros. Qué buenos y deliciosos ratos pasé en aquellos locales veraniegos donde aún se pregonaba la gaseosa y el orange y donde no hacía falta ni la selecta nevería ni el “pescaito frito” para pasarlo divinamente. Típico, a la salida de estos cines de verano, eran los puestos de chumbos ¡Qué ricos, que fresquitos… y qué baratos! Por una peseta te daban cinco, y si los comías uno a uno, a real el pelotazo. Qué bellas y recordadas noches veraniegas de Algeciras. Noches de levante en calma o de poniente fresquito. Noches cargadas de estrellas y siempre teniendo como marco de fondo el precioso espectáculo de un Gibraltar iluminado que, a mí, se me antojaba un lujoso trasatlántico anclado en medio del mar de plata de la bahía. Aquellos veranos de Algeciras marcados por las playas, el cine de verano y como postre, la degustación, en plena madrugada, de fresquitos higos chumbos, siempre permanecerán en el mejor de mis recuerdos.
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