Milán Kundera
publicó en su día una
novela titulada La lentitud
y Pierre Sonsot, a
su vez un
ensayo Sobre el buen
uso de la lentitud, en el
que exalta el
saber detenerse, el
demorarse en la
escucha. A contracorriente del “síndrome
de la prisa”,
que está corroyendo
las relaciones, y hace
emerger una cultura alternativa que exalta
el saber detenerse y
demorarse en la
escucha, que saborea
los estados de ánimo
de las personas y
de las cosas.
La prisa es
una especie de
alienación que nos
hace vivir fuera
de la realidad;
en cambio, la
escucha tranquila y
pensativa es la
manera de entrar
en la intimidad
de las personas
y de nosotros
mismos.
Necesitamos saber escuchar.
Y escuchar significa, ante todo, callar. Todos tenemos
necesidad de silencio. De
silencio interior. Este primer
esfuerzo de reservar dentro de
nosotros una celda
de silencio de escucha reflexiva
restituye a nuestro
pensamiento la libertad
de juzgar, de
hablar con nuestra
propia conciencia, de advertir
un vacío interior
que el fragor
exterior no llena
ni sacia. Para
ser aquello que
debemos ser, personas
auténticas. Vivir la autenticidad
es un logro
moral personal esforzado
pero que merece
la pena aplaudir
moralmente.
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