Cuando lo valioso del viaje no es el destino, sino el propio viaje
Padecemos un problema
crónico en nuestra sociedad
tan altamente exigente
y competitiva: quejarnos mucho
y reír poco. Leyendo
el libro de
A. Pascual “El viaje
de a tu vida “, subrayo una
frase de Stevenson: “No hay
deber que descuidemos
más que el
deber de ser felices”.
Y para buscar
esa felicidad hemos de
reencontrarnos con el niño
que fuimos, aquel niño vital sonriente que recordamos
a través
de nuestro álbum
de fotos y
que se divertía, experimentaba y se emocionaba.
Aquel niño espontáneo,
ingenuo, cuyo recuerdo debe
ser siempre el
motor de nuestro
cambio. Sufrir es terrible,
pero forma parte de
nuestra existencia. Hemos
de aceptar la
vida como una
montaña rusa, y
demostrar que aun
siendo tan frágiles albergamos
sin embargo la
fuerza para emprender
desafíos y retos
personales. Aquellas
personas que marcaron
un día en
la historia los
grandes logros de
la Humanidad eran
como nosotros, personas frágiles,
pero luchadoras, con
sus virtudes y
sus debilidades. Aprendí viajando
que si tú
no diriges el timón de
tu vida, otros
lo harán por
ti. Todos tenemos ataduras,
voluntarias o impuestas. Vivimos en
un torbellino del
que pensamos que
es imposible salir,
pero estamos confundidos,
perdidos, desorientados.
Hay que poner
cada cosa en
su sitio en
definitiva priorizar, porque
cuando elegimos algo, renunciamos a otro
“algo” de lo que
nos podemos arrepentir.
Pero hay que
elegir, y discernir,
con criterios valientes (como diría
San Ignacio en
sus reglas para
discernir y saber
elegir). Tenemos la obligación de soñar y
luchar. El mundo se empeña
en convencernos de que arrojemos
la toalla, de que es imposible,
pero no hay que
hacer caso a
“esas voces” de la
mediocridad para el
consumo. Decía Mao Tse Tung
que “una larga marcha empieza
por un paso”. Si
empezamos a caminar
hacia los sueños,
ya los estamos conquistando. Pero
lo más valiosos
es el viaje en sí mismo. Cuando
nos llegue el último día,
ese en donde
reflexionamos el recorrido
de nuestro río
interior y el
sentido de su corriente…“que van a
parar a la mar”
(que diría Manrique), que ese día cuando
miremos atrás, nadie
nos pueda reprochar
el no haber
alcanzado alguna meta.
Cuando nos adentremos
ya con años,
canas y ancianidad
encima en nuestro
viaje hacia el
interior de nosotros
mismos, que logremos
no lamentar el
tiempo perdido ni
la decepción de
ese viaje por
nuestra infancia,
adolescencia, juventud y
madurez. Que no lamentemos
el no haber
sabido contestar a
las preguntas vitales
de nuestra vida: ¿Qué
sentido ha tenido
mi vida? O la
pregunta clave del Génesis,
ante un Dios
que nos invita
a reflexionar como
hemos empleado nuestro
tiempo: “¿Dónde está tu
hermano?”. Desde luego sí sería terrible
darnos cuenta de que no
hemos caminado hacia nuestros sueños,
hacia esas metas
u horizontes que
un día de
juventud nos trazamos…
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