“Mi viaje llega
a su fin…me
he quedado sin
resistencia física y
con una incapacidad
absoluta para deslizar
un esquí delante
del otro y
recorrer la distancia
necesaria para alcanzar
mi meta”. Enero 2016
Henry Worsley, aventurero
británico de 55
años.
Vencido por el
cansancio y la deshidratación realiza
una llamada de
socorro desde el interior de
su tienda, batida por el
viento en la
desolación de la Antártida. El continente
que ha
estado a punto de cruzar en
solitario y sin
asistencia, hito nunca
conseguido. Después de 70 jornadas
arrastrando un trineo de
135 kilos de
peso a lo largo de
más de 1.700 kilómetros,
a tan
solo 48 de grabar
su nombre en
la historia de la exploración,
la voz de
Worsley suena débil (el
mensaje puede escucharse
en un video de la BBC disponible en Youtube):
“Cuando mi héroe, Ernest
Shackleton, se situó a
97 millas del
Polo Sur en
la mañana del 9 de
enero de 1909, dijo
que había hecho
todo lo que
estuvo en su mano. Hoy
tengo que informar con
un poco de
tristeza que yo
también he hecho
todo lo que estuvo a
mi alcance”. Cuando
hace cien años, en
enero de 1916, el
irlandés Shacketon, probablemente el más
grande de los exploradores de
la edad heroica,
flotaba en una gran
banquisa de hielo
en el mar de
Weddell junto a los miembros de la Expedición Imperial
Transartártica. Aquel proyecto iba
a resarcirle de
su derrota en
la carrera hacia
el Polo Sur,
en la que
tres nombres brillaron con luz
propia: Robert Falcon Scott,
Roadld Amundsen y
el propio Shacleton.
Un legendario pique
entre británicos y
noruegos.
Tras ser evacuado,
su admirador Worsley
falleció el domingo
24 de enero
pasado a consecuencia de
un fallo multiorgánico
en una clínica
de Punta Arenas (Chile), poniendo
punto final a una
bella pero trágica
historia de gloria
y tragedia de
otro tiempo.
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